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domingo, 20 abril, 2025

El sino de la nueva reforma universitaria

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

¿Es la reforma de una universidad resultado de sus procesos internos de autocrítica? Si es así lo es porque en esta conviven, y se toleran, distintos puntos de vista respecto de la naturaleza y fines de sus actividades sustantivas: investigación, docencia, extensión. Por ende, la dinámica de la discusión y la política interna redistribuirán periódicamente las prioridades institucionales. Habrá épocas en las que aquellos cuya pretensión es volver a la universidad patrimonio de los poderes establecidos (el Estado) son dominantes. Se vuelcan entonces los esfuerzos de los universitarios a objetivos incumplibles: transformar de fondo la sociedad de acuerdo a una ideología con fecha de caducidad. Sin embargo, no siempre los redentores profesionales y sus discursos se apoderan de la escena. A veces quienes tienen alma de mercaderes logran imponer sus ideas y las instituciones educativas son concebidas como máquinas de hacer dinero. Proliferaran, entonces, los negocios de comida por aquí, cursos de titulación a precios elevados por allá, venta de artículos alusivos a lo maravilloso que es ser universitario por acullá y facilidades para que la circulación de los dineros públicos mediante “proyectos imaginativos” (la “estafa maestra”) no se detenga. Que alguna de estas ideas, u otras, dominen no significa que todos los universitarios piensan igual o están de acuerdo: pensar es siempre pensar en contra, y en la universidad ese es el único objetivo compartido. O al menos, eso garantiza el artículo 6 de la Ley Orgánica: “Las libertades de cátedra, investigación, expresión y asociación serán los principios que rijan las actividades universitarias”. Aunque no se suele comprender de un vistazo lo establecido en el artículo citado, sin este no habría la posibilidad de reforma alguna y mucho menos de discusión ¿Por qué? Desde el punto de vista político, sin libertad de expresión no se podrían manifestar ideas contrarias a las promulgadas por las autoridades, estatales o universitarias. Sin la libertad de asociación la gente que comparta premisas distintas a las de los dirigentes no podría unirse a deliberar y acordar planes y proyectos de acción para lograr el control del presupuesto. Más importante que estas acciones es la libertad de cátedra. La ciencia es un saber en marcha, autocorregible y fluido: siempre en discusión. Así, pues, cualquier docente que con argumentos este en contra de los contenidos establecidos por un comité institucional podrá impartir aquellos que, desde sus argumentos, son mejores, más formativos, más rigurosos. Ninguna universidad puede ser un partido o promover una única ideología: no sería universidad, sino secta. Desde la universidad los académicos pueden defender el neoliberalismo, o el socialismo, o la anarquía, o cualquier forma de organización humana. Sus razones han de tener y serán discutidas con sus pares. Ahora bien, quizá la necesidad de la reforma no sea resultado de la autocrítica, de la dialéctica universitaria, sino de las imposiciones de un Estado que, por el artículo tercero constitucional, posee la rectoría de la educación. Así que, en definitiva, puede normar a las universidades. ¿Cómo? Desde el presupuesto público. ¿Durante la época neoliberal estaban las universidades subordinadas a ese proyecto? Sí, pero no por voluntad propia. Realmente, las dirigencias universitarias añoran los dorados años de los 1970: presupuestos sin fiscalización y a fondo perdido, deficitarios por las sucesivas devaluaciones, pero gobernantes muy abiertos a aprobar concesiones en salario y prestaciones. Fue el Estado neoliberal el que impuso las fiscalizaciones, los presupuestos por proyectos, los incrementos ligados a la inflación esperada (y por ende nunca superiores al 4%), la reducción y supresión de prestaciones y los requisitos en la contratación para incrementar el número de plazas. Todo esto se puede revertir, pero no desde el voluntarismo sino desde una diferente concepción de la financiación a la educación superior. Una de corte no neoliberal. ¿Existe? Si es así no se ha implementado en la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), que sigue atrapada en las “políticas neoliberales” de mitigación de las crisis económicas (gestión anual por 400-500 millones). Pero esta crisis “multidimensional” no es sólo responsabilidad del neoliberalismo (sea eso lo que sea, cada quien lo define a su gusto). Es más, durante el neoliberalismo a la UAZ le fue muy bien. Logró dineros para implementar el proyecto de reforma 1998-1999. Consiguió un campus y pagar el adeudo al ISSSTE. Por otro lado no se integraron las diferentes escuelas y facultades, el nombre de “unidades” es un epíteto que encubre la vieja, obsoleta y paternalista-misógina organización universitaria. Todo el contenido novedoso de la reforma; pensamiento multi-inter y trans disciplinario, administración eficiente, cero corrupción, privilegio de lo académico por sobre lo político, autonomía responsable; no se construyó, y tan no se construyó que vuelve a aparecer, en los nuevos proyectos de reforma, como la última palabra del pensamiento crítico. Ahí está, en los basureros, el cuadernillo de “Resolutivos del Congreso General de Reforma” como testigo de una cierta incapacidad de aprender y avanzar. La “Comisión General Operativa” de aquella reforma estaba formada por Rogelio, Salvador, Eduardo y el joven Zorrilla. Puros hombres. Hoy, la no tan nueva ni progresista comisión, ya no cuenta con aquel cuarteto, pero sí hay sólo hombres. ¿Acaso las mujeres no han conquistado nada en los últimos 22 años en la UAZ? He ahí el sino de la reforma propuesta.

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