La Gualdra 674 / Libros
El primer recuerdo que tengo de Fernando Fernández es como profesor de Poesía o (como él solía decir) Poesía 0. En las viejas instalaciones de Sogem, en Héroes del 47, Fernando daba clases a su primer grupo. Fueron varias sesiones de conocer las cuestiones básicas que componen un poema, desde las técnicas hasta las líricas.

Él tiene una fascinación por desenredar los hilos que tejen un poema, suele ir a la médula, desde el sintagma, a la sílaba, el verso, la rima, la consonancia, asonancia, estructura, versificación, metáfora o recurso literario. Y en esencia, eso es lo que nos muestra en su más reciente libro, La poesía (Seminario de Cultura Mexicana, 2025).

Este pequeño libro, pues sólo consta de 58 años páginas, apenas supera la extensión de una plaquette, es una urdimbre calculada para ofrecer al lector un panorama breve, pero detallado, de cuestiones fundamentales de la métrica de un poema. Fernández comienza dando ejemplos de la anáfora y las posibilidades de la rima asonante, con algunos ejemplos simplemente ilustrativos.
Cuando el libro comienza a tomar vuelo es en el momento en que entra a escena una figura central de la poesía en español: el jovencísimo Garcilaso de la Vega (1501-1536). Uno de los primeros poetas en practicar el endecasílabo, en aquel entonces inexplorado verso italiano. Bien conocidos los tres primeros versos de la Égloga 1:
¡Oh más dura que mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
A Garcilaso de la Vega se unen poetas de la categoría de Juan Bosca, otro de ellos primero en ejercitar el endecasílabo, Francisco de Aldana, Lope de Vega, Adolfo Béquer, Sor Juana Inés de la Cruz y, en un lugar muy especial, Luis de Góngora.
El lenguaje con que Fernández escribe este libro se aleja mucho de la poesía, es decir, recae más en la profundidad y el análisis. No gasta el tiempo en poetizar el ensayo o ensayar la poesía narrativa, sino que atiende las necesidades del lector de poesía, es decir, aclarar los elementos que componen un verso y un poema.
La poesía aporta en sencillez y claridad. Muchos son los libros que tratan sobre los elementos básicos de la poesía, pero pocos los hacen con la pedagogía con que lo hace Fernández. Sí, podría decirse, aunque lo advierte desde el inicio, este libro se queda “corto” en ambición, pues creo que el autor podría haber aportado mucho más al campo de estudio, como sí lo hace en sus libros de ensayo Ni sombra de disturbio y La majestad de lo mínimo, especialmente.
Otro de lo destacado de este breve volumen es la elección de los poemas que sirven como ejemplo ilustrativo. Uno muy frecuentado por él (y también por Octavio Paz) es “Mi prima Águeda”, de Ramón López Velarde, del cual explica la reiteración en la vocal “o”, a partir de la aparición de la palabra “nosotros”, para otorgarle al poema “un misterio de los insondable”:
Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso.
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto…
Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos…
(Creo que hasta la debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)
A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.
Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.
Sin duda, y lo repito, pareciera que le faltaron páginas al libro, sobre todo para ampliar el radio de acción de los ejemplos. Se queda corto. Pero no se limita a profundizar, lo que permite conocer algunos aspectos fundamentales de la versificación. Este libro es, a su manera, un manual de lecciones de poesía.
Otro elemento que podría criticar es su manera súbita de terminar, aunque lo hace con un poema de Eduardo Lizalde. Siento que da un hachazo al libro y nos deja con la sensación de estar incompleto. Una especie de frustración.
Este nuevo ensayo de Fernando Fernández cumple con su propósito: despertar el interés del lector por la poesía y por el ejercicio de la versificación.