La Gualdra 674 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Cine
Es curiosa la evolución de Ari Aster, autor de dos pilares del último cine de terror, Hereditary y Midsommar. Como manda la ley de género, el estadounidense se dedicaba a someter a sus personajes a suplicios inconmensurables, suscitando el regocijo de los fans.
Una irrefrenable carrera hacia lo artificial
Su siguiente filme, Beau tiene miedo, operaba un cambio de registro, para convertir a Joaquín Phoenix, protagonista de la cinta, en un pelele al que apaleaba sin cesar durante las tres horas de duración. No se trataba tanto de adoptar otra perspectiva del cine fantástico como de construir un mundo completamente alejado de la realidad. Un espacio moldeado a imagen de la mente del personaje, en el que la violencia sufrida se presentaba como el correlato de sus traumas sicológicos.
Observando el marco general, esto sucedía aproximadamente en el momento en que la productora A24, nuevo faro del cine indie estadounidense, conseguía el Oscar con la indigerible Todo en todas partes al mismo tiempo, uno de los cénits de un cine tan grandilocuente como vacuo, marca de fábrica de una parte de su catálogo. Una creación de mundos artificiales que sólo funcionan como juguetes cinematográficos.
Una relectura del Trumpismo pandémico
Presentada en la competencia oficial del Festival de Cannes [Competencia por la Palma de oro], Eddington certifica un paso adelante en esta dirección. Para construir su sátira, inventa la pequeña ciudad de Eddington, un decorado tan imaginario como irreal, versión en miniatura de los Estados Unidos.
Estamos en 2020, durante el inicio de la pandemia. Ted García (Pedro Pascal), el corrupto alcalde de la ciudad, se vuelve a presentar a las elecciones. Su baza consiste en construir un centro de datos que creará puestos de trabajo, a cambio de arrasar con los recursos naturales de la región. Por otro lado, el sheriff Cross (Joaquín Phoenix), negacionista convencido, decide presentarse contra García, movido egoístamente por una antigua rencilla amorosa.
Esta trama sirve de base para que Aster bombardee al espectador con una acumulación de los ingredientes que convirtieron el primer mandato Trump en un esperpento delirante y explosivo a la vez: la universalización del complotismo y el negacionismo gracias a las redes sociales, los enfrentamientos raciales, la autodefensa armada, las sectas, los escándalos de pedofilia, el wokismo y el antiwokismo…

Trazo grueso
La voluntad paródica de ponerlo todo en el mismo saco, sea cual sea su sesgo ideológico, conduce a elaborar curiosas deformaciones, presentando por ejemplo al movimiento Antifa como una poderosa organización ultra equipada. Y aunque la película aúlle su incorrección política, ridiculizando a los movimientos de defensa de los derechos y libertades en su vertiente anticolonial, resulta extraño que no aparezcan por ningún lado otros movimientos surgidos en ese momento, como el MeToo…
Es bien sabido que la sátira no suele ser un género dado a sutilezas, pero Aster se dedica a ametrallar sin ton ni son a su espectador, repitiendo algunas bromas hasta la saciedad, llevando la caricatura hasta su extremo. La interminable parte final de la película se convierte en una insoportable escabechina, inspirada por la estética del videojuego, en la que el realizador vuelve a dar rienda suelta a su afición favorita: aporrear a su personaje protagonista.