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viernes, 18 abril, 2025
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‘Perspectiva descendente’, de Luis Vicente de Aguinaga

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Por: EDGAR TREVIZO •

La Gualdra 631 / Libros / Poesía

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Decir que Perspectiva descendente es un gran libro no es noticia: Luis Vicente de Aguinaga nos ha acostumbrado a la alta orfebrería que surge de su pluma como si no hubiese un esfuerzo detrás, como si hablase así, de manera cotidiana, con ese ritmo impecable, esa paciencia, esa agudeza y delicado sentido lúdico. Los poemas de este nuevo libro suyo evidencian una “escritura” lejos del escritorio: una mirada incansable e inquieta que a diario va reelaborando sus asombros desde el milagro de ser en un cuerpo que camina, observa, huele y mira hacia dentro preguntándose siempre. Pudiera creerse —al leer y dar vida dentro de nuestra vida a cada poema— que el trabajo en el escritorio ha sido mínimo, que los poemas han surgido ya plenamente formados a partir de todo ese tiempo de maduración en el interior del poeta. Su lectura es suave, fácil, relajada; su profundidad tan observable como el fondo de una charca en plena calma. Hawthorne aseveraba que una lectura fácil procede de una escritura difícil: easy reading is damn hard writing. Ésa es la generosidad del gran poeta: que el lector no intuya siquiera que ha trabajado tanto en sus poemas moldeándolos, ajustándolos, borrando aquí y allá, buscando por horas o hasta días el giro, la palabra precisa. El lector no tiene por qué saber nada de eso. Tiene que saber en cambio de verduras, cabello, zapatos, las iniciales de los amantes en el árbol, lo que llevamos dentro del cuerpo y del alma. Tiene que saberlo de manera directa, transparente y sencilla. Kobayashi Issa escribió: “En este mundo/caminamos sobre el infierno/mirando las flores”. Si el poeta ha atravesado el infierno de la creación artística no es importante: al lector se le entregan sólo las flores. Y hay abundancia de ellas en este precioso poemario que incluye, además, traducciones al inglés y francés de Robin Myers y Françoise Roy, respectivamente. 

ARMISTICIO

 

Tras extenuantes años de conflicto,

al fin estoy en paz con mi cabello.

Es una paz, como se dice,

muy largamente acariciada.

 

Siempre me fastidiaron sus enredos.

En realidad, ya nunca digo siempre

y sólo a veces digo nunca,

todo con tal de huir de tantos rizos

y tantos bucles en el tiempo.

 

Él detestó disciplinadamente

desde la infancia las tijeras,

maldijo cada cerda del cepillo

y se burló de mí por cada burla

que le vino de calvos o de lacios.

 

Nos tomó una niñez

aceptarnos de jóvenes,

toda la juventud

soportar la vejez, pero al final

nos entendimos cada uno

como extensión del otro.

Por décadas nos fuimos desafiando

cada mañana en el espejo,

hasta que, sin saberlo, los gestos de amenaza

se volvieron caricias en el aire

y en cada mililitro de la ducha.

 

DE LA CANASTA

 

Pobres de ustedes, hortalizas.

Pobres verduras. Trágicas legumbres.

Pobre col por mitad.

Pobres ejotes despuntados.

Berenjenas llorosas,

afligidas lechugas,

espinacas tristísimas:

las compadezco tontamente,

como se apiada un bruto del pájaro al que atrapa.

 

Bajo el chorro del fregadero

lamento su destino:

parece que las lavo con mis lágrimas.

Después las descogollo y las desflemo,

las rebano y las pico,

las rehogo, sofrío y salpimiento,

las desfiguro y las destruyo

en busca de su alma,

y encima las remato cuando anuncio:

“La cena está servida”.

***

Con traducciones al inglés y francés de Robin Myers y Françoise Roy. Medusa Editores, 2024.

108 pp. Dimensiones 130×200 mm. Compra en: www.medusaeditores.com

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra631

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