La Gualdra 631 / Café / Río de palabras
En el fondo del café está el mapa de nuestras emociones. (Lectura del café)
La lectura del café revela la lectura del mundo interior del consultante. Uno pregunta lo que ya sabe, pero no quiere reconocer(se). Los posos del café nos enseñan nuestros deseos más inconfesables, pero siempre han estado ahí. El arte de leer el café, como todo arte adivinatorio, implica una suerte de lectura que toma como punto de partida al propio sujeto consultante: uno escucha lo que ya teme saber desde antes, así que solamente va a confirmar sus sospechas ya fundadas, por más disparatadas que éstas sean. La cafeomancia presupone una pre comprensión hermenéutica del propio sujeto analizado: hay un saber previo que subyace en lo interrogado. La interpretación del poso del café, en los grandes adivinadores, no sigue un plan predeterminado, implica una relación específica y singular con el sujeto analizado. Figuras, números, letras y rostros van urdiendo una trama única; cada lectura es singular.
Haiat Assad cuenta su travesía por tres continentes, varias décadas y muchas peripecias. Desde Siria al Líbano, pasando por España, hasta Argentina y otros países, la mujer de origen sirio padeció en carne propia grandes infortunios, pero también pequeños raptos de felicidad. En su hermoso relato autobiográfico “Leer la vida: caligrafía del café” nos cuenta que desde niña aprendió a leer en la borra del café el destino de las personas:
No quiero terminar mi relato sin hablarte de la lectura de la borra de café. Es muy común en mi tierra y en muchos otros países árabes. Es algo que hacen las mujeres mayores y sería imposible que alguien te lo enseñara, se aprende sólo por vivir allí. Por haber nacido en Siria y haberme criado alrededor de mujeres que lo hacían, siempre sentí una enorme curiosidad que se unió al don con el que vine a este mundo: la videncia. Es costumbre que en el desayuno de la mañana se toma café y después cada uno da vuelta su taza. Es una cábala diaria. No se hace para leer el futuro, sino para saber cómo va a ser ese día (Assad 129).
Leer los augurios de la borra del café es un arte difícil, algunas personas dicen que hay quienes nacen con ese milagroso don. Por mi parte aún recuerdo que una vieja gitana decía que todo estaba ahí, solamente faltaba darle una sintaxis a esa imagen silente ya proyectada, no sin aclarar que nada está determinado por completo: los astros dicen, pero los hombres deciden. No obstante, se me hela la carne al recordar que todo lo que predijo se ha cumplido.
Bonjour, un café s’il vous plaît
Leí en mi juventud en 1992 La borra del café de un autor que marcó varias generaciones en América Latina, Mario Benedetti; una obra que resignifica la infancia en los sedimentos de la borra del café en el cofre de la memoria. Ahora está de moda criticar a Benedetti por su melcocha azucarada superficial y lugares comunes, pero lo cierto es que muchos jóvenes nos iniciamos con su lectura, marcó a muchísimos lectores de América Latina. La gran audacia es que hablaba de lo que realmente nos interesaba a los jóvenes de las últimas décadas del siglo XX. Entre las mudanzas, el despertar erótico, la afirmación de las identidades juveniles frente a las generaciones precedentes, entre otras cosas, La borra del café nos retrotrae a un sinnúmero de vivencias, unas felices otras no tanto, pero todas atesoradas en la memoria nómada de un tiempo idealizado por la ensoñación más pura. Como Mateo, hermano de María Eugenia, una de las mujeres más hermosas del mundo mundial –según el narrador. Debido a un desprendimiento de retina a los diez años, Mateo quedó ciego, y lentamente fue olvidando todo porque también los recuerdos se van borrando:
“A veces recuerdo el recuerdo del color, pero no el color mismo. ¿Vos te acordás de todo lo que aconteció cuando tenías seis años? ¿No te pasa que a veces recordás algo que ocurrió, pero no como evocación directa de tu memoria, sino porque el episodio viene siendo repetidamente narrado, a través de los años, por tu madre o por tu padre? Al final, asumís tu papel como protagonista de esa historia contada, pero no desde el interior de ese protagonismo que alguna vez tuviste”. (Benedetti, 45)
Los recuerdos se borran, se difuminan, como la borra del café, que su amigo Perico sabía descifrar: “Sabía leer las líneas de la mano y reconocer agüeros y presagios en la borra del café” (98). Una tarde me dijo: no tomes muy en serio mi cafetomancia, ni yo mismo la tomo en serio: ¿Sabés que veo “una mujer y un árbol”. Y esa mujer, quizá sueño o ensueño o delirio, tiene un nombre: Rita. Es todas las mujeres y ninguna. Y en los últimos vestigios, en los posos de la de la borra de café, subyace su recuerdo inmemorial. La lectura de Benedetti me regresa a esos años maravillosos donde situaciones inverosímiles y chuscas parecían el fin del mundo. Ahora su recuerdo me provoca sonrisa, ternura y mansedumbre.
[Continuará]
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