Se trata de la historia en general del país. Quiero que primero nos fijemos en ello antes de hablar del libro que les quiero presentar hoy. Digamos que es la antesala. Cuando hablamos de la historia del país, inmediatamente sabemos que hay dos tipos de historia: la oficial y la que se da tras bambalinas. La que se redacta en las monografías y la que se susurra a voces en los pasillos. Creo que para nadie es un secreto la existencia de estos dos tipos de historias.
Cuando acontece algún hecho histórico que marca al país todo sabemos que hay otra historia que se entreteje tras de bambalinas. Tal vez buena parte de lo que acontece en nuestro país está tras de lo que no se dice, en esos acuerdos que se dan en lo “oscurito”, en las turbias oficinas a puertas cerradas. Ahora sí entremos al libro que les quiero presentar.
De su autor, Diego Petersen Farah no había leído nada. Actualmente son muchos los libros que se publican y leer todo sería una tarea titánica cuando no imposible. Hay que definir la prosa de Petersen en unas cuantas líneas porque es meramente esencial, lo cual no quiere decir que sea básica: no entra en complicaciones narrativas, nos cuenta la historia que él quiere contar, con los personajes a los que quiere recurrir (bien delineados, por cierto) y punto.
Señalar esto es importante porque parece que en la actualidad buena parte de la literatura mexicana se volvió disparatada con tal de alcanzar fines comerciales: buscan tramas difíciles y complicadísimas, socialmente redentoras y con causas políticas, personajes con psicologías cuyas mentalidades nunca acabamos de entender (así hayamos acudido al terapeuta millones de veces) y con desarrollos repetitivos que ya estuvieron de moda en la década de los sesenta y que tan solo pretenden tomarnos el pelo.
Y nos hemos olvidado de algo: de contar una historia, de eso, de contar lo que le pasa a alguien y de saber cómo hacerlo. Así sea una historia aburrida (la novela de Diego no lo es). Así sea una historia entretenida. Hay muchos autores jóvenes que se entretienen mucho en la forma, en su prosa, en los recursos, pero no saben contar, sus historias carecen de estructuras narrativas. De eso nos estamos olvidando.
Y, sin duda, “El Chacal” (Planeta, 2022) continúa esa tradición de contar historias que resultan atractivas de leer, que tienen ese agarre que te hace no soltar la novela desde que comienzas, hasta que llegas a la última página. Y es que buena parte de lo que se nos cuenta se hace a manera de chisme, nosotros somos testigos de secretos y de cosas que ocurren tras de bambalinas: aquí es donde entran las posibilidades de la otra historia donde entretejen los negocios y las corruptelas.
Tenemos a un muy bien cimentado personaje, el Chacal, quien llega a la Ciudad de México como llegan muchos: en busca de una oportunidad en el mundo del periodismo (para quien no conoce este mundo es buena oportunidad para acercarse a él). A partir de aquí, Diego Petersen, quien es periodista y a quien, por lo tanto, podemos darle un voto de credibilidad en la historia que nos cuenta, lo cual vuelve más emocionante la novela, el Chacal se ve involucrado en varios sucesos históricos donde descubre de qué está hecha la historia del país: de la corrupción, de las mafias, de lo que un partido en el poder por más de cincuenta años decide qué es lo que se debe y no se debe hacer, de los pactos en lo oscurito, y claro que el Chacal es astuto, aprende a moverse entre la porquería (lo mismo que la política) porque tiene un característica que tienen todos los hombres que están en el poder: es ambicioso y sueña con el poder (sí, hay tintes de Shakespeare).
La voz narrativa está tan bien construida que en ningún momento se viene abajo el suspenso, seguimos los pasos de la ambición del Chacal, las jugadas que hace, los más abyectos pactos para subir de puesto en puesto sin importar a quien tenga que pisar para hacerlo, y aquí hay un punto muy importante donde se pone en juego la auténtica moral del hombre frente a una voraz maquinaria como lo es el poder político, un poder que, lo hemos visto desde los griegos, corrompe a los hombres, los vuelve miserables y crueles, y es así que desde otra óptica el Chacal representa a todos esos hombres que se envuelven con el poder y que atendiendo a sus ambiciones se vuelven pronto ciegos y ciegos caen al abismo, como le ocurre a él.
Pronto, luego de ser reportero, consigue un puesto en el noticiero estelar de la televisora más importante y es aquí donde erige su trinchera para atacar a los políticos y gente de los medios vendiéndose al mejor postor.
Hemos atestiguado la estructura clásica de la parodia de un héroe, la llegada, el ascenso, la caída, y ahora el Chacal es un hombre vanidoso enamorado de su propia imagen y de su propio poder y ahora está preparado para caer y es aquí donde llega el desenlace, el cual, obvio, no les voy a contar para que ustedes puedan seguir la pista de un hombre que representa buena parte de la clase política mexicana y a muchos de los periodistas de televisión que conocemos.
Hay muchas moralejas políticas y sociales tras la lectura de “El Chacal”, también algunas lecciones de lo que una literatura sencilla puede conseguir. De entrada, el título llama mucho la atención en las librerías. La novela es breve, con un poco de entusiasmo ustedes la leen en dos días. Les aseguro que se van a emocionar, que verán casi de pie frente a ustedes a el Chacal.