«Solamente siendo digno se puede ser maestro». Víctor Manuel Fernández Andrade, conocido como «El Grande», ha sostenido esta convicción a lo largo de su vida, construyendo su identidad en la lucha magisterial desde sus primeros años en la Normal Rural «Gral. Matías Ramos Santos» de San Marcos.
En el ejido Villa Insurgentes de Sombrerete, creció en un hogar donde no existía en el diccionario la palabra egoísmo, donde se aprendía la ética del trabajo y la solidaridad. «Allá en casa de mi papá, a robar no estaba en el diccionario. Tampoco ser flojos. Tampoco ser mentirosos. Ni egoístas. Eran cuatro palabras que en el diccionario de la casa no existían», según sus palabras.
Su madre, con la firmeza de quien desafía lo establecido, le impuso la obligación de estudiar en un entorno donde la única alternativa parecía ser la migración a Estados Unidos, como hizo su padre campesino.
San Marcos fue el despertar para el joven Víctor Manuel que se imaginaba en Nueva York. «El internado me marcó definitivamente. Porque tenía formas de organización democrática, tenía mecanismos de participación política muy intensos». El paso por la Normal lo llevó a entender que la enseñanza no podía separarse de la justicia social y la lucha por la dignidad.
Los docentes no se diferenciaban políticamente de otras normales. «Era el predominio de un partido de Estado, el dominio abrumador que se reflejaba en el terreno sindical con el grupo de Carlos Jongitud Barrios y Vanguardia Revolucionaria», describe.
Durante esos años, se sumergió en lecturas para interpretar el mundo y hacerse de una guía para la acción. «Nosotros leíamos mucho. Cosas de pedagogía, cosas de historia, de filosofía, de sociología. Y no estaba en la malla curricular, la leíamos porque sabíamos que ahí estaba la clave de lo que pasaba en el país».
Desde 1981, cuando ingresó al servicio educativo, supo que la docencia además de impartir clases, implicaba resistir. «Cuando estaba en la Normal sabía que los profes luchaban por incrementos salariales. Cuando ya fui profe, vi que era una obligación biológica porque mi salario era bien precario y el de todos mis compañeros también».
Para entonces ya era activista de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) como consecuencia de lo que aprendió en la Normal: que la organización era la única vía para la transformación.
Los primeros años en la lucha sindical los pasó construyendo vínculos con compañeros de distintas regiones: Juan Manuel Eunia Soto en Sombrerete, Víctor Manuel Zavala Rayas en Fresnillo y Pedro Mendoza Espino en Río Grande. Rolando Pech Pat, Raymundo de Lira y Juan Torres en la capital. En el Cañón de Juchipila encontró aliados como Armando Cruz Palomino, quien llegó a ser secretario de Educación. En la colonia González Ortega de Sombrerete coincidió con Víctor Manuel Hernández Cital y su esposa Rosalina Garza Luna.
El año 1989 marcó un punto de inflexión. «Nosotros ya no fuimos un grupo de activistas, fuimos un movimiento masivo», explica. El Movimiento Democrático del Magisterio en Zacatecas emergió con fuerza, desafiando estructuras que durante décadas habían oprimido al magisterio.
Desde ese año, cada paro, cada plantón, cada negociación fue un eslabón más en una cadena que no podía romperse sin la unidad de los maestros:
En los años 90, miles de docentes
tomaron la Plaza de Armas en
Zacatecas para exigir respuestas
al gobierno, y en 2008 resistieron
la reforma de la Ley del ISSSTE
En los años 90, miles de docentes tomaron la Plaza de Armas en Zacatecas para exigir respuestas al gobierno, y en 2008 resistieron la reforma de la Ley del ISSSTE. En 2013, la oposición a la reforma educativa de Enrique Peña Nieto volvió a movilizar al magisterio, reforzando la convicción de que la lucha no podía cesar. «Nosotros hemos sobrevivido a todo, porque hemos luchado organizadamente».
En la Universidad Pedagógica Nacional, donde ingresó a trabajar en 1992, Fernández Andrade ha transmitido que la enseñanza se extiende a la capacidad de cuestionar y resistir.
«La comunicación con el profe que vive, palpa, siente, disfruta y sufre la enseñanza, eso es más formativo que muchas cosas», señala. Su labor en la UPN es, en sí misma, una extensión de su militancia. Ha visto en sus alumnos la posibilidad de transformar el sistema educativo desde la raíz, fomentando el pensamiento crítico y la defensa de los derechos del magisterio, como formador de formadores.
El reciente triunfo de los Democráticos en la Sección 34 y 58 del SNTE es, para él, una utopía que parecía imposible, pero que se logró «con el esfuerzo de todos». Aun así, recuerda con igual fuerza −y más emoción− aquel día en 1989 cuando «la gente irrumpió y expulsó a los charros de la marcha. Tomó el templete, les arrebató el micrófono y salieron corriendo de la marcha que ellos mismos convocaron».
“El primer grupo de compañeros con el que me reuní́ en Sombrerete (éramos siete), es para mí tan importante como esta enorme movilización”, explica sobre la megamarcha del pasado lunes 17 de febrero.
«El papel de los maestros no es poca cosa, es fundamental históricamente», sentencia. “Y lo más valioso es su ejemplo de lucha, pero también, desde mi punto de vista, debe ser su apertura para convertirse en el puntal de la vertebración de una gran confluencia de fuerzas sociales que pongan coto a cualquier autoritarismo”, concluye “El Grande”.