La idea de salvación en el cristianismo tiene elementos internamente contrastantes que se visualizan con cierta nitidez en la historia de su construcción en los primeros dos siglos de existencia. Recordemos que el cristianismo fue parte del judaísmo hasta muy entrado el siglo segundo, hasta antes del 180 dC (conformación del propio canon) no era una religión autónoma. Pero mucho antes, aun dentro del judaísmo, empezó la superposición de diferentes nociones en la idea de salvación. La propia escatología judía no es homogénea, menos podemos esperar que el cristianismo, con los grupos paulinos convertidos en hegemónicos en la naciente secta y con la enorme influencia que absorbieron de Grecia, lo fuera.
En los primeros cristianos se predica la venida del Reino de Dios, lo cual indica que la escatología de la primitiva cristología relaciona la venida del redentor con el esperado cambio histórico. Antes de que el cambio histórico fuera cambiado por el más allá, la salvación se visualiza como un acontecimiento donde tiene lugar el reinado de Dios entre los hombres aquí en la tierra: el dominio de la justicia, una vida de abundancia y libertad. Los grupos judíos proclives a la escatología, tenían como referente las promesas que se desprenden de dos acontecimientos donde Dios actuó en la historia del pueblo: el éxodo o liberación de Egipto a la conquista de una tierra propia; y el reinado de David, que significó una vida de libertad y abundancia. El “venga tu reino” refiere a una expectación colectivo-terrena: supone beneficios políticos y materiales para los que sufren. Los mismos libros apocalípticos, son textos de esperanza que llaman a resistir contra la bestia, es decir, contra el imperio y las fuerzas sociopolíticas que oprimen al pueblo de Dios. La manera en que se enlaza la idea de restauración de Israel con la del reinado de Dios, es con otro evento histórico aciago al pueblo de Israel, la disolución de su autonomía por parte de los Asirios en el 722, en la que Israel quedó mutilado (2 tribus sobrevivieron y 10 se perdieron). Así las cosas, la venida del Reino se asocia a la restauración de Israel en su vida histórica. Por ello, Jesús y Pablo coinciden en eso: la teología de la restauración. Los 12 apóstoles de Jesús eso significan (= las 12 tribus originarias); y Pablo se lanzó a la conversión de gentiles para cumplir las condiciones de la restauración de Israel: la adhesión de otros pueblos a Israel. Jamás pensaron en la construcción de una nueva religión. Así, Jesús como profeta escatológico o como mesías, anunciaba la llegada de ese reinado de Dios (muy próximo). Pero después que Roma lo asesina, los seguidores entran en dudas: el mesías lo es justo porque triunfa contra los invasores, y si estos últimos lo matan y él fracasa, significa que no es mesías. Por ello, en la interpretación de la muerte de Jesús a partir de sus signos proféticos, es que nace lo propio del cristianismo, la resurrección de uno sólo.
Recordemos que la idea de resurrección entre los judíos nace como una manera de garantizar la idea de un Dios siempre justo en un mundo donde los justos son víctimas; por tanto, el mecanismo de compensación a las víctimas es la resurrección de éstos y la permanencia en el nada de la muerte de los opresores e impíos. Con ello, la resurrección de Jesús es la manera de justificación de Jesús por parte de Dios, y la manera de regresarle el título de mesías. Pero ya es un mesías distinto a los que la tradición judía esperaba. Y con eso, de él se esperaba la venida del Reino de Dios, y con ello la salvación del mal en la tierra.
La salvación ultraterrena, individual y trascendente, es una herencia que viene del influjo de las religiones mistéricas en las comunidades paulinas: es la manera de salvarse no del mal terreno, sino de la muerte. No se pretende la resurrección carnal sino la inmortalidad del alma. La manera de hacer afines ambas narrativas, fue a través de la espiritualización de la idea del Reino de Dios, ya operada en el propio Pablo. La escatología es reemplazada por una eclesiología celeste, y en algunos padres (como Orígenes de Alejandría) hablan del “reinado en los corazones”, con lo cual lo convierten en un dato de la interioridad individual con resultados en el futuro trascendente y no en un orden histórico y terreno.
En la redacción de los evangelios, ya aceptada la idea del Jesús escatológico, se echa a andar la operación de sincronizar la vida de Jesús con las diversas profecías que anunciaban el nacimiento del mesías. Así las cosas, se le hizo nacer en Belén para fijar su filiación davídica. Y un equívoco de traducción (de las setentas) resultó determinante: en Isaías se habla de que nacerá de una <’almah> que en hebreo es “mujer joven”, y dados los supuestos de la mente griega se le tradujo como “pathernos: virgen”. Con ayuda del pensamiento griego se pasa de un “hijo de Dios” que nada tenía que ver con ser Dios, a la abierta deificación de Jesús, y a las narraciones producidas por los gnósticos de la “preexistencia del verbo”. Así, asistimos a la conversión de una idea de salvación como proyecto de Dios de instauración de la justicia en la historia, a la de una salvación individual trascendente y semi-mágica de la muerte. Ambas coexisten. Pero la primera corresponde a la fe que tuvo el Jesús histórico. ■