La Gualdra 586 / Libros / Poesía
“Sabes que nada ha llegado demasiado tarde
y que ni la luz blanca ha ardido demasiado
y ni tantos buques en los ojos tenemos encallados
ni los ojos se nos abrieron como el mar
ni igual que la respiración de los peces los tenemos sumergidos”.
Roa, Carlos, Los hombres rotos…
¿Se puede poetizar hoy amando radicalmente a Hölderlin como todo gran poeta-pensador, pero siendo radicalmente un anti-Hölderlin? Nietzsche lo hizo y ahora Roa repite su gesto. Esto es lo que van a encontrar, estimados lectores, en una lectura “desde dentro” del texto mismo de Los hombres rotos de Carlos Roa. He quedado realmente conmovido con este poemario. Leer este texto es como cuando leí por primera vez a Huidobro, o a Parra, o a Zurita. Roa es tan cercano al gran poeta alemán y, a la vez, tan, radicalmente, lejano, es su antípoda. ¿Qué acontece en este poemario? Algo que no es ningún tipo de escisión que deba ser de alguna manera reconciliada o suturada o parchada o salvada; diría que es un Poemario “dionisíaco”, pues en el mismo plano de inmanencia del trazo poético, a la luz de varios hitos, se da una cierta abertura a distintas expresiones de lo humano con lo real que a distancia se le impone y siempre lo fragmenta, los rompe, los resquebraja, lo hace estallar, pues es su propia vaciedad constitutiva la que lo hace bailar, con pies ligeros, ya como una Ariadna, ya como un Bowie: somos hombres rotos de la tierra.
Estamos ante un texto “formalmente” anticristiano y por ello es el reverso del poeta alemán. Y allí, es lo que más me fascina del poemario, se da su malicia demoledora de los poetas-pensadores “serios y profundos” cristianos que siempre, como algún Hölderlin, se quieren lanzar al Etna de turno. Roa como Nietzsche jamás se lanzarían a las profundidades del abismo romántico para poder salvar o redimir al mundo ni a nade, ellos se mueven a flor de piel; como una cierta Baubo, esto es, una máscara del pudor mismo de Ariadna que como oquedad superficial abre múltiples palabras para que como esquirlas vayamos construyendo “Islas de Solari”, esto es, significaciones para resignificarnos y bailar, y transitar en medio de la nada, pero en la superficie de las materialidades, en sus texturas, en sus sensaciones; las cuales se actualizan en nosotros y con ello nuestros cuerpos se acoplan y se dinamizan unos con otros.
Y, por tanto, creo que debiéramos repensar ese poema de Hölderlin titulado El único (1801-1803);[i] en donde el gran poeta cristiano genera una síntesis entre paganismo (Diónysos) y cristianismo (Jesús) vía la figura mítica de Hércules, como el gigante masculino de la fuerza que va realizando y domesticando lo primitivo del mito (similar a lo que Rossellini realiza en Viaggio in Italia, 1954; cuando la célebre estatua de Hércules Farnesio del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles es el vínculo entre Ingrid Bergman y “su” deseo más radical). Yo pienso que la figura no es Hércules, sino debiera ser Ariadna en su “pudor” mismo; algo de esto intuye Schelling en su curso de la Filosofía de la Revelación cuando nos habla de lo femenino del culto dionisíaco como clave para entenderlo y que en el poemario de Roa se muestra por todas partes, en sus esquirlas, mesetas y que son como perforaciones de lo real que se dan en cada uno de sus lectores. Con Roa realmente se visibiliza en sus poemas tanto la experiencia pagana como la cristiana a la luz del baile entre Ariadna y Diónysos; y, por lo mismo, lo cristiano queda “incorporado”, literalmente, en lo pagano. Y esto que sería imposible por abyecto para Hölderlin aquí fluye de modo “acuoso” y nos permite nadar en medio de las cosas y a pesar del capitalismo. Es un poemario a la altura de nuestro tiempo capitalista, esto es, cristiano (una cierta totalidad y, como tal, cerrada), pero desde la materialidad pagana dionisíaca que le da “aire fresco”, pues siempre está abierta y no deja nunca de supurar en cada verso, en cada poema. Y esto que aparece y constituye a Los hombres rotos se esconde totalmente en la gran elegía de Brot und Wein (primera versión) de Hölderlin en la célebre séptima parte que es clave de la obra del poeta y del pensamiento contemporáneo: “Aber Freund! Wir kommen zu spät […] ¡Pero, amigo! Hemos llegado demasiado tarde”.[ii] Pues el poeta de Lauffen nos expresa que es la escisión lo constitutivo de lo humano como expresión de lo real mismo y esto se resuelve de la mano del dios de las viñas y del dios de la cruz. Y así se invisibiliza totalmente el operar de Ariadna en el hacer del dios de las viñas, esto es, la propia materialidad a distancia que se abre en cada uno de nosotros, sin plano de trascendencia alguna, que en el Poemario de Roa se expresa de modo ejemplar. El filósofo Félix Duque explica el operar mismo del poeta Hölderlin y en ello nos deja fuera de lo dionisíaco mismo que mienta la vida en sus sensaciones:
“… no habrá retorno de los dioses, ni tampoco un más allá que nos ‘compense’… sabiendo con todo que, en recuerdo de la noche sagrada, seguiremos estando confortado por los dioses ofrecidos de consumo Dioniso (el hijo de la Llama y de la Carne, engendrado en la tormenta del Dios) y Cristo (nacido de la Mujer de tierra y del Espíritu divino), a saber: los misterios del pan y del vino”.[iii]
Y aquí radica la cualitativa diferencia de Carlos Roa no solamente con el poeta Hölderlin (y de pasada con el filósofo Duque), sino también con ciertos pensadores que no pueden pensar lo femenino del culto de Ariadna como la clave para resolver nuestras vidas en medio de la barca de la muerte que nos constituye, porque el cristianismo, como una totalidad, se los impide. Y en Los hombres rotos se da todo lo contrario. El canto de Roa es anticristiano y nunca deja la superficie misma que se nos da fragmentada como momento para dar con lo humano. Y ya con este gesto no necesitamos los poetas del dios de la cruz, pero sí los poetas del dios de las viñas y añadiría, contra Hölderlin, a favor de Roa, de la mortal del Laberinto para expresar este horizonte ariadneo-dionisíaco: “… ¿y para qué poetas en tiempo indigente? / Pero ellos son… como los sacerdotes sagrados del dios del vino / que en la noche sagrada de tierra en tierra vagaban”.[iv] De eso se trata, de vagar en la tierra que al propio poeta alemán se le olvidó, en la tierra dionisíaca en la expresividad de la palabra para que se dé de alguna forma una cierta afirmación, sin pasar por la “metafísica de la creatio ex nihilo” que llevo al propio Hölderlin a la locura. No es necesario plano de trascendencia alguna para poder bailar sobre las cosas y en ello hacer junto con las cosas modos operativos de vida. Somos, como dice Roa siguiendo a Nietzsche, eminentemente:
“Hijos de la tierra: no más que hombres rotos”
Carlos Roa es un pagano de esos tremendos que como “monstruos” (los que nunca se dejan formalizar por determinación alguna que los confine) acontecen en estos días sombríos de capitalismo laberíntico que nos intenta encerrar, cual Minotauro, para que de allí no salgamos vivos hasta que nos quiten la última gota de vida, una gota que mienta todo el esfuerzo que hemos puesto precisamente para vivir en dicho laberinto (como en el filme Parásitos, 2020, de Bong Joon-ho), pero que en ello mismo, en ese esfuerzo, nos extrae, el capitalismo, hasta nuestras vidas y nos volvemos en zombis, en sombras de vida, en parásitos. El cantar de Roa nos lleva, sin miedo, sin culpa, ni deuda, ni deber a bailar como hijos de la tierra. Y sin torre de control que nos determine de modo a priori, sin que nos llame a volver o nos oriente a dónde ir. Los hombres rotos como el Major Tom de Bowie se fugan de lo simbolizado como interior (eso espiritual que funciona como sentido último en y por sí mismo) y en ello con un exterior como si fuera el lugar dador del sentido a secas (el gran otro no existe). Y no olvidemos que si el interior cae también cae ese exterior, porque las dos posiciones se co-pertenecían como un tipo de relación de intercambio; y, por tanto, ambas caerán de su ficción soberbia y ontológica de ser una posición originaria unilateralmente. Y así, con esta operación del mutuo caer porque no opera “creatio ex nihilo” o, dicho de otra forma, castración alguna, la única operación posible, podemos transitar y crear “estrellas danzarinas” desde ningún lugar determinado y clasificado o archivado de entrada, pues no hay lugar original, porque no estamos en lo que nos determina a secas y nos nombra y define esencialmente, luego no somos ni humanos neuróticos que viven atrapados a su síntoma y que de allí no pueden salir; y, por ello mismo, al no ser neuróticos, sabemos amar (porque no hay traición alguna que se dé) y, a lo mejor, también podemos sonreír cuando nos acontece el matiz de lo sutil de la distancia de las palabras que retornan y se nos actualizan en la piel y nos generan huellas como tatuajes que se afirman en la piel, son la piel y nos sostienen totalmente rotos, sin nada que temer:
“Hijos de la tierra: no más que hombres.
Sin miedo, nada nos deben y a nadie debemos, conocemos bien varias cosas
por la posición de los astros en el firmamento. Bailamos
y ocupamos la cabeza en nada. Los ojos nos los quemó el humo,
y los tenemos en llamas, y sólo dan a luz pájaros de llamas y humo.
Algo se rompió en nosotros y fuimos rápido hacia ningún lugar.
Porque en ningún lugar saltan los troncos ramosos al mar,
ningún lugar somos los hombres rotos,
ningún lugar son las playas rompiéndose en nosotros,
ningún lugar he de ser yo postrado pidiendo por ti, rezando por ti,
y porque nadie se entere de lo que nos une,
y por no decirle al resto por qué nos queremos y cómo nos queremos”.
Roa, C., Los hombres rotos…
Valparaíso, Chile, 14 de abril de 2023
* Ricardo Espinoza Lolas (Playa Ancha, Valparaíso, 15 de octubre de 1967) es un académico, escritor, teórico crítico y filósofo chileno. Su obra articula el pensamiento de G.W.F. Hegel con la Teoría Crítica actual imbricada con la fenomenología de X. Zubiri y el pensamiento estético creativo de F. Nietzsche. Y con esta matriz su pensamiento pretende dar respuestas a la cultura de estos tiempos y, a la vez, busca mostrar nuevas lógicas creativas que permitan abrir una alternativa al capitalismo imperante global. Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y Catedrático de Historia de la Filosofía Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Es miembro, entre otras instituciones, del Center for Philosophy and Critical Thought de Goldsmiths. University of London. Es Director del Centro de Estudios Hegelianos de Valparaíso. Además, es Socio del Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso, Chile.
Sobre el autor:
Carlos Roa. Santiago de Chile, 1980, es Profesor de Filosofía, Licenciado en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y el Institut d’Etudes Politiques de Rennes (Francia); Doctor en Filosofía también de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y la Universidad Paris VIII (Francia) y académico de la Universidad Alberto Hurtado. Ha publicado artículos y ensayos en revistas especializadas sobre Filosofía contemporánea y Estética y, como poeta, es autor del poemario La ciudad ardiendo (2020).
[i] Véase, Hölderlin, F.: “Der Einzige” (dos versiones), en Hölderlin Werke. Auswahl in zwei Bänden. Stuttgart Berlin Lepizig, Deutsche Verlag-Anstalt, 1930, pp. 256-263. Hölderlin, F.: “El único” (dos versiones), en Hölderlin. Poesía completa. Edición bilingüe. Barcelona, Ediciones 29, 1977, pp. 385-395.
[ii] “Pero, amigo, hemos llegado demasiado tarde”. Hölderlin, F.: Pan y vino (Edición bilingüe de Félix Duque). Madrid, Abada, 2022, pp. 24-25.
[iii] Ib., p. 14.
[iv] Ib., p. 27.