La Gualdra 656 / Arte
Balthasar Kłossowski de Rola (Balthus) caminaba por el pasaje de Commerce-Saint-André, su estudio en la Cour de Rohan, calle que unía al boulevard Saint-Germain y a la rue Saint-André-des-Arts. Barrio de la Comedia Francesa y del café Procope, centro neurálgico de la vida literaria y teatral de la ciudad. En este escenario encarna la pintura de Balthus, Le Passage du Commerce-Saint-André. Es un canto a la vieja París, un guion mudo y extraño como sus personajes, incluyendo al perro y la muñequita en la silla. Una joven pensativa, absorbida por la sombra, mira hacia al suelo, su proximidad al plano del cuadro no la acerca a nosotros. Tampoco está cerca del hombre que se ha cruzado con ella, el suyo es un encuentro fallido. La anciana en el fondo del cuadro de andar débil y penoso al igual que el hombre del jersey azul. A un viejo enano, sentado sobre el borde de la acera, le brilla la luz en su calvicie, parece no querer hablar con ninguno de sus compañeros de soledad. El bebé constituye el eje o quizá la mirada frontal, junto a su gemelo semicortado –en el hueco de la puerta– mientras que la niña –sin prestar atención– juega con su muñeca. El hombre de espalda enjuta, con una barra de pan en la mano, exhibe cierta indiferencia por el mundo.
En fin, más allá de la descripción, situados en la poética de la ciudad que los pasajes crean; teatro del mundo en el que el afuera (la calle) es sentido como el adentro (lo íntimo), que en definitiva nos guiará al corazón de lo insólito en tres actos:
- Pierre Klossowski afirma que Balthus ha trazado su propia vida, dirá, “sin duda la melancolía vaga por aquí y por allá, hay que considerarla en la figura del hombre sentado en la acera, agobiado por ese así será para siempre, mira con extasiado desapego a los niños que son […] como fantasmas en la imaginación de la muchacha que mira pensativa al espectador”.
- Vemos a un hombre que camina “–aunque se mantenga inmóvil en su paso– lleva en la mano la promesa de romper el círculo desesperante del tiempo para superarlo” –dirá Klossowski, sin dudarlo–, es Balthus. Si el pintor que le da la espalda al espectador se aleja, “es la mirada de quien se encuentra con la ciudad, la mirada de quien es extraño, […] la mirada del flâneur, cuya forma de vida todavía se asoma con un resplandor de reconciliación, a la futura y desconsolada forma de vida del hombre de la gran ciudad”.
- Para Baudelaire como para Benjamin, el lugar del flâneur son los pasajes: “Quien se extraviaba en los pasajes podía creer que se había perdido en una brecha abierta en el tiempo y que había acabado, sin advertirlo, en una gruta de leyenda. Aquí, más que en ningún otro lugar, la ciudad despliega su capacidad de transformar las cosas”.
Explicará Balthus, “la palabra pasaje, que aparece en el título de una de mis obras, ¿no será, de algún modo, el símbolo de todos mis anhelos?”.