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martes, 23 abril, 2024
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Los atletas paralímpicos y la realidad nacional

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Casi siempre los humanos vivimos con ideas de que, independientemente de cómo nos esté yendo ahora, quisiéramos que el día de mañana fuera mejor. En el mejor de los casos se piensa en una vida idealizada en la que todo los que se desea para sí mismo y los seres queridos es el mítico mundo de caramelo, aunque esa situación luego se facture en costos financieros, familiares y de salud, entre otros. Como ya lo expresara el máximo retratista del mexicano del siglo pasado, Chava Flores, en su laureada composición “A què le tiras cuando sueñas mexicano” parece ser que en este país se vive esperanzado a que otros logren lo que la mayoría jamás podrá alcanzar, como una copa del mundo en el futbol o juegos olímpicos o algún número razonable de medallas de cualquier metal en estos últimos. Y la gente se emociona en exceso antes de que se lleven a cabo las competencias, aunque después la realidad le muestre con crudeza y rudeza el verdadero nivel de la paisaniza. Cuesta mucho aceptar la realidad, pero cada cuatro años el sueño se transforma en pesadilla, pero antes, como lo dijera el laureado compositor, “soñar no cuesta nada, ay, que ganas de soñar”.

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Recientemente terminaron los Juegos Olímpicos Tokio 2020 y, para variar, las expectativas se quedaron chatas, pues muchos atletas que alentaron las esperanzas de subir al podio se quedaron cortos y muy pocos lograron ese soñado momento, aunque no se haya alcanzado la gloria, sino teniendo que conformarse con el modesto trofeo del tercer lugar, entre ellos el equipo de futbol olímpico, al que le faltó garra y decisión para ganar cuando enfrentaron a Brasil, que en los últimos años se ha vuelto un rival al que se le ha podido vencer en diferentes justas, la principal, cuando se les dio un buen baile en la final de los juegos de Londres 2012.

Volviendo al desempeño general, si bien es cierto que hubo muchos “honrosos” cuartos lugares, se volvió a quedar el amargo sabor de la derrota y la frustración. México selló su participación en la posición 84 (¡ochenta y cuatro!) del medallero olímpico. La delegación mexicana, a manera de consuelo, no regresó con las manos vacías y se colgó 4 medallas de bronce. Dicho sea de paso, en los juegos olímpicos de Tokio 1964, solo se consiguió una medalla de bronce en boxeo con Juan Fabela y en el futbol apenas si se pudo empatar con Irán y otro país, quedando eliminado el equipo en la primera fase, con mas pena que gloria.

Pero, como siempre, los atletas paralímpicos, son los que sacan la casta por el país. Sin tener una actuación fuera de serie, pero sobresaliente, sin embargo, puesto que hasta la fecha marchan en el casillero 17 (diecisiete) con trece medallas, cinco de oro, una de plata y siete de bronce, más las que faltan; con mucho, una gran hazaña comparada con lo que hicieron los viajeros deportivos de los juegos “normales”. Resulta digna de encomio, y por mucho, la actuación de atletas mexicanos con algunas limitaciones físicas, que verdaderamente se la rifan y dan ese extra que necesitan los espíritus triunfadores para lograr que sus sueños se vuelvan realidad. Porque, a fin de cuentas, las condiciones de competencia son las mismas entre ambos juegos, y lo que demuestran los atletas paralímpicos es algo que ocurre en el día a día del país, que solo los que tienen la adversidad como acicate, son quienes a fin de cuentas le ponen ese extra para lograr salir adelante con éxito. Y en México, hace casi medio siglo que el ciudadano de a pie, tiene que enfrentarse a obstáculos cada vez más complicados para salir adelante. Es cuando la inventiva y el empuje permanente se vuelven el motor para la superación, aunque no todos tengan el mismo grado de éxito.

La cultura deportiva por desgracia no existe en el país, la mayoría de los atletas lo son por sus facultades innatas y antes de lograr cierto grado de éxito, tienen que superar muchas barreras socio culturales y con recursos muy precarios pueden figurar en los ámbitos regionales y nacionales, casi siempre por sacrificios particulares y de la familia y no gracias al apoyo del estado, sino a pesar de la falta del mismo; pero cuando se enfrenta la realidad de la competencia internacional, el desencanto es mayúsculo porque es cuando aparecen las carencias preliminares ante atletas que lo han tenido todo para superarse desde su niñez. En fin, no se le pueden pedir peras al olmo.

Por eso, desde este humilde espacio de opinión va un reconocimiento al esfuerzo de los atletas que, con esfuerzos por triplicado, logran el ansiado sueño de competir en las máximas justas, aunque no logren los máximos trofeos. En especial, un aplauso a los atletas paralímpicos que siguen poniendo en alto el nombre del deporte nacional a pesar de la evidente falta de apoyos que son tan necesarios para su superación.

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