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miércoles, 17 abril, 2024
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Azul Sierra Hermosa

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Por: YAMILET FAJARDO •

La Gualdra 488 / In memoriam Juan Manuel de la Rosa [1945-2021]

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Cada vez que el maestro Juan Manuel de la Rosa regresaba a Sierra Hermosa visitaba la escuela primaria, los niños levantaban un remolino de polvo para correr a su encuentro, abrazarse a sus piernas, colgarse de sus brazos. No es que a él le gustara que le llamaran maestro, pero eso era para la gente de la comunidad. Un maestro generoso que regresaba a sus raíces a servir. Les llevaba libros, materiales, preguntaba a los maestros sobre las actividades en puerta, cómo había salido Estrellita en la Olimpiada de Conocimientos, qué tal iba la nueva aula, qué tal “El Club de Lectura del Desierto”. Disfrutaba pasar el rato escuchando a los niños leer a Federico García Lorca, Ramón López Velarde, a José Emilio Pacheco, entre otros. Ellos le obsequiaban dibujos que el maestro se guardaba como tesoros. Las señoras le llevaban gorditas de cocedor y aguamiel, él sonreía, comía y bebía con gusto, decía que era un manjar, se quedaba viendo las puntadas, los colores, la textura de las servilletas que las señoras se guardan con recelo. Preguntaba por don Gildo, por Soledad, por los sus amigos campesinos. Se grababa cada detalle, cada color, aroma, los sonidos de la quietud, el cielo azul intenso del desierto que lo hacía feliz. Y quería aproximarse cada vez más a ese azul, otro azul, un Azul Sierra Hermosa. Y el maestro salía con miles de colores, texturas y cuadros en su memoria. Se despedía con un hasta luego, “Seguramente el maestro tiene un viaje”, pensaban los niños, “¿Ya se va a su casa?”, le preguntaban siempre, “Aquí es mi casa”, respondía. Seguramente la noticia del fallecimiento del maestro ha llegado a Sierra Hermosa con pesar, pero los alienta la noción de que el maestro siempre vuelve. Es seguro que los niños ya están preguntando cuándo llega y, pronto se darán cuenta que ya no necesitan esperarlo más, que en todo Sierra Hermosa, habita él.

(Los maestros de la primaria me pidieron que le dejara con uno de sus poemas preferidos: “Certeza” de José Emilio Pacheco)

 

Si vuelvo alguna vez por el camino andado

no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia.

Lo mejor es creer que pasó todo

como debía.

Y al final me queda

una sola certeza:

haber vivido.

 

 

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