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miércoles, 24 abril, 2024
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Pedro Coronel: la libertad en la restricción

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Por: JORGE PECH CASANOVA •

La Gualdra 471 / Pedro Coronel 100 Años

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Al artista Pedro Coronel, nacido en Zacatecas en 1921, no le tocó presenciar cómo la mitad del mundo que amaba y lo había formado, se vino abajo con aterrador estruendo el 19 de septiembre de 1985. Falleció el 23 de mayo de ese año, dos meses después de haber cumplido 64 años de edad y cuatro meses antes de que la Ciudad de México, donde residía, fuese devastada por un terremoto. Al pintor y escultor un derrame cerebral le lo eximió de presenciar cómo la urbe donde se había iniciado en las artes plásticas era demolida por un cataclismo que hasta la fecha perturba a los habitantes de la capital.

El destino de Pedro Coronel, al igual que el de su hermano Rafael, era artístico quizá de manera inevitable. Ambos nacieron en Zacatecas, en el mismo Estado en donde nació el poeta Ramón López Velarde. Pedro, en particular, nació el 25 de marzo, tres meses antes de que su paisano, el gran escritor modernista, falleciera en la Ciudad de México. Curiosamente, durante toda la vida de Pedro Coronel se mantuvo la duda de si había nacido en 1922 o 1923, hasta que su hijo aclaró que la partida bautismal indica el año 1921, si bien la tumba del artífice marca en su lápida “1922-1885”.[1] Pero no solo la coincidencia de haber nacido en Zacatecas condujo el destino de los Coronel sino el ambiente familiar. Pedro lo evocaría en sus memorias: “Soy hijo de músicos, de pintores, de revolucionarios […] Mi madre tocaba la mandolina, mi padre el clarinete y el violín. Los domingos, después de la misa y de la comida, tocaban, música popular, de provincia…”.

Como López Velarde, los hermanos Coronel abandonaron la vida provinciana para desarrollarse en la capital de la república. Pedro, diez años mayor que su hermano Rafael, llegó a la metrópoli en 1939. En ese año, la Escuela de Escultura y Talla Directa en la que se inscribió cambió su sede del ex convento de la Merced a la calle Cacahuatal. La institución aún se mudaría una vez más al antiguo convento de San Ildefonso, para convertirse en la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado La Esmeralda en 1942.[2]

En la escuela, dirigida entonces por Antonio Ruiz “El Corcito”, Pedro Coronel estudió con los escultores Juan Cruz y Francisco Zúñiga. Además, tuvo oportunidad de conocer a varios brillantes creadores que enseñaban en La Esmeralda: Diego Rivera, Frida Kahlo, Manuel Rodríguez Lozano, Carlos Orozco Romero, Santos Balmori y Agustín Lazo, entre otros. Con Diego Rivera, el joven no solo tomó clases, sino que el famoso muralista se volvió su mentor y consejero. Cuando Coronel concibió el plan de ir a París para repetir los pasos de Rivera (quien había descubierto el cubismo trabajando a la par que Picasso y Braque), el robusto pintor se lo desaconsejó, para congoja de su alumno. Sin embargo, aprovechando que a Coronel ya le habían asignado algunas materias como profesor en La Esmeralda, Rivera consiguió que la escuela subsidiara el viaje de Pedro a Francia. Antes, el muralista le advirtió a Coronel que aquel viaje le haría perder “su esencia mexicana”.

En París Pedro Coronel concurrió al taller del escultor rumano Constantin Brancusi. Ahí conoció al pintor Víctor Brauner, compatriota de Brancusi.[3] Ambos dejarían una influencia importante en las concepciones estilísticas y técnicas del mexicano, quien, como vaticinó Rivera, perdió su “esencia”. En realidad, Pedro Coronel aprendió con Brancusi y Brauner concepciones artísticas que lo llevarían renovar la plástica mexicana; del escultor aprendió —como señala Laura González Matute— el carácter de la forma, la predilección por la escultura africana y precolombina, el rechazo a la sumisión ante el modelo para apuntar hacia lo absoluto, la búsqueda de la pureza y de la esencia, pero de una esencia humana, que no se limitaba a lo nacional. Además, Coronel recibió del pintor Brauner el aliento para imbuir sus obras pictóricas en la alquimia y la magia, en las mitologías antiguas de Oriente, Egipto y América precolombina, así como en el arte popular. Agrega la historiadora González Matute que los emigrados soviéticos Serge Poliakoff, pintor, y Ossip Zadkine, escultor, también influyeron a Coronel para un trabajo pictórico basado en las cualidades específicas del color, y para buscar en la escultura el juego de relieves y huecos yuxtapuestos a la búsqueda de ritmos, así como las diferencias de planos y las correspondencias existentes entre los vacíos y los relieves.

Otra influencia fundamental para Coronel en París fue su encuentro con Rufino Tamayo, el artista mexicano que se oponía con más vehemencia al credo nacionalista de Siqueiros y Rivera. Tamayo propugnaba un arte sintético, basado en la sobriedad colorística y formal, capaz de apelar con profundidad a los sentimientos y experiencias comunes a toda la humanidad. Con las enseñanzas de Tamayo, Coronel descubrió que su aparente “desvío” —al absorber por ejemplo las enseñanzas del arte ancestral africano—, lo devolvía a sus orígenes como parte de una tradición escultórica y pictórica que, en América, procedía de tiempos prehispánicos.

Tras dos años de esto aprendizajes, Pedro Coronel retornó a México con una visión del arte que acaso no agradaría a su mentor Rivera, mas sin duda abría nuevos caminos a la plástica mexicana. Para el artista nacido en Zacatecas significó, en palabras de la especialista González Matute, “un mundo de color, textura, primitivismo y conceptos filosóficos ancestrales, que nos renuevan el desasosiego por descubrir las incógnitas del origen del ser, de las pasiones eróticas, de los furores bélicos y de nuestro ineludible camino hacia la muerte”.

Obra de Pedro Coronel en el Museo Francisco Goitia, en Zacatecas. Secretaría de Cultura-INBAL

Obra de Pedro Coronel en el Museo Francisco Goitia, en Zacatecas. Secretaría de Cultura-INBAL

En 2021 celebramos el centenario de este artista singular, a quien no se le menciona tanto como a su hermano Rafael. Acaso porque el abstraccionismo de las pinturas de Pedro Coronel es menos cómodo para los observadores que la espléndida retratística de su familiar. Quizá porque la restricción de líneas, que define la escultura de Pedro, es menos atrayente que la prolija figuración adoptada por Rafael para su obra tridimensional. La expresión abstracta o sintética suele tener menos seguidores que las obras figurativas.

Sin embargo, gracias al contacto que Pedro Coronel tuvo con el arte “ajeno”, su pintura y su escultura son definidamente mexicanas, si bien son, sobre todo, certeramente humanas, como lo entendió Octavio Paz desde 1956 al escribir: “La obra tiene vida propia, una vida que no es la del artista ni la del que la mira; por eso es distante y por eso puede ser contemplada indefinidamente por las sucesivas generaciones de los hombres. Los significados de la obra no se agotan en lo que significa para este o aquel. La obra se niega al consumo, pero se abre a la comprensión”.[4]

Hace décadas que el hombre se ha ido, pero su obra permanece. A un siglo de su nacimiento, es necesario también celebrar su empeño por reunir una colección de arte que le ayudó a enriquecer su trabajo creativo, y que donó a su estado natal en 1983 para constituir el museo Pedro Coronel. Ahora, ese espacio alberga las obras del pintor y escultor, así como su inapreciable colección que incluye piezas de Grecia, China, Japón, Italia, países de África y Oceanía, además de creaciones de Marc Chagall, Alexander Calder, Salvador Dalí, Vasili Kandinsky, Joan Miró, Pablo Picasso, Serge Poliakoff y Victor Vasarely, entre muchas otras notables. La temprana muerte del artista llevó a que sus restos también fuesen depositados en el patio del museo. Reposan desde 1986 en ese rincón de lo que fue el Colegio de la Purísima Concepción de la ciudad de Zacatecas, fundado en el siglo XVII.

A cien años del nacimiento de Pedro Coronel permanece su museo como un hito del coleccionismo mexicano. Sobre todo, permanece la obra del propio artista como lección de que las creaciones humanas carecen de nacionalidad, pues cuando se ejecutan con una profunda conciencia de la naturaleza humana, encarnan la experiencia de todas las personas que sobre la tierra han sido, son y serán.

Pedro Coronel, en vida, acaso ambicionó ser uno de esos personajes de Rufino Tamayo que se plantan ante el universo para dar fe de su fugacidad como seres vivos y de su constancia como símbolos. Eligió el artista abandonar las restricciones de la forma para abismarse en las reservas del color. Paradójico, estableció la ausencia de formas en su obra pictórica como recurso formal. En su escultura restringió los componentes para amplificar detalles esenciales. Al fin, se convirtió en explorador de un mundo meticulosamente cartografiado en sus pinturas, pormenorizado con libérrima contención en sus esculturas.

 

 

 

* Mérida, Yucatán, 1966. Escritor, crítico de arte, documentalista. Ha publicado la novela Juntos en el infierno (Ediciones B, 2017) y otros libros de ensayo, poesía, historia, crítica literaria y de artes visuales.

 

 

[1] Laura González Matute, “La obra de Pedro Coronel”, Discurso Visual, revista digital del CNDIAP, enero-abril de 2006, en http://discursovisual.net/dvweb05/diversa/divcrelaura.htm

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Octavio Paz, “Un nuevo Pintor: Pedro Coronel”, en los Privilegios de la vista, volumen II, Fondo de Cultura Económica, 1995.

 

 

 

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