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viernes, 29 marzo, 2024
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Trump no ha hecho a América grande

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Por: Juan Carlos Monedero •

Las primeras impresiones de las imágenes de unos tipos de extrema derecha asaltando el Capitolio invitaban a la broma. Hombres blancos con atuendos regionales y actitudes llenas de soberbia. Un colgado con una piel de búfalo en la cabeza, con el torso desnudo rodeado de banderas confederales le daba en la distancia al golpe de Tejero de 1981 cierta majestuosidad y respeto escénico. Al Congreso no se entra a hacer el payaso. Entre el tricornio y la cabeza de búfalo con dos cuernos no hay color.

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Puestos a divertirnos, nos hubiera gustado escuchar a Maduro decir que reconocía al de la cabeza con cuernitos como Presidente encargado de EEUU en tanto en cuanto se convocaran unas elecciones libres y transparentes que fueran reconocidas por las partes. Se ha dicho siempre que en EEUU no había golpes de Estado porque allí no hay Embajada norteamericana. Pero ahora hay whatsapp y Facebook son las embajadas donde se refugian los golpistas, ahora que los grandes medios han sacado a Bernie Sanders de juego y prefieren a Biden al impredecible Trump.

Los seguidores de Trump que han entrado en el Capitolio no tenían intenciones divertidas. De hecho, este tipo de cosas no son sino invitaciones a lo que pueda venir después. Es verdad que en las películas sobre la toma del Capitolio hay más dramatismo que en esa foto donde se ve a un tipo que se está llevando un atril. Estas cosas, se sabe cómo empiezan pero no se sabe cómo terminan. Los EEUU han articulado estas jugadas constantemente en muchos lugares. Las llamaban “revoluciones de colores”. Como la carta de los militares golpistas españoles al Rey Felipe. Son disparos de salida. A ver qué pasa.

Los seguidores de Trump le habían escuchado horas antes desconocer los resultados electorales. Y le hicieron caso. En la crisis del sistema, económica, moral, política, sanitaria, hay audiencia para saltarse las reglas básicas de la democracia.

Es escalofriante ver a los policías retirar las vallas para que entren los extremistas. ¿Están con la ley o con los supremacistas blancos? A un negro, los policías le ponen la rodilla en el cuello hasta que se asfixia. A los supremacistas blancos, les brindan alfombra roja. En las manifestaciones contra el asesinato de George Floyd, la policía hizo 14.000 detenciones. ¿No debiera estar detenido hoy mismo Donald Trump como instigador de los desórdenes?

Lo que ha pasado no es divertido. ¿Qué hubiera pasado si esa gente encuentra en uno de esos pasillos a Ocasio-Cortez? ¿Sería igual de divertido? Ha muerto , desgraciadamente, una de las asaltantes. La foto de un tipo con los pies encima de la Mesa de la Presidenta del Congreso, la demócrata Nancy Pelossi da miedo. La gente de Black Lives Matter no habría pasado el primer cordón.

Es fácil culpar a Trump. Pero se lleva señalando desde hace mucho tiempo que la democracia en EEUU ya había quebrado muchas de las líneas rojas. No votan 76 millones de personas a un demente si el sistema político no está podrido. La democracia norteamericana se ha podrido cuando no ha sido capaz de frenar las enormes desigualdades que siguen creciendo. Cuando es prácticamente imposible hacer carrera política si no tienes financistas millonarios. Cuando el sistema electoral es del siglo XIX y puede ser Presidente el que pierda en votos. La democracia está podrida cuando no se facilita que la gente humilde vote, cuando las elecciones son una carrera de obstáculos para que todos y cada uno de los ciudadanos puedan ejercer, en igualdad de condiciones, el derecho al voto. La democracia está podrida cuando ser negro o latino o pobre es una condición de riesgo. La democracia está podrida cuando has dejado que se hunda la educación pública y la sanidad pública y no se dan las condiciones mínimas para ejercer la ciudadanía. Y Biden no va a avanzar mucho para solventar estos problemas (ni siquiera al haber conseguido mayoría en el Senado y en el Congreso). Por eso los que auparon a Trump y ahora le han dejado caer han apostado por Biden.

La culpa de que entren unos energúmenos en el Capitolio es, obviamente, de Trump, que les ha jaleado. Pero si 76 millones de personas piensan que las elecciones han sido amañadas, algo se ha hecho mal. Si millones piensan que alguien puede mover los hilos para favorecer o castigar a un candidato –por ejemplo, jugando con los plazos de la vacuna-, el sistema ya ha fracasado como agregador de preferencias. Si los medios de comunicación y las redes sociales pueden mentir sin pudor, si forma parte del juego la descalificación del adversario, si se demoniza a una parte importante de la población a base de mentiras, tertulias amañadas, sentimentalismo vacío y creación constante de frustración y odio, la Constitución deja de expresar el contrato social que asumen todos los ciudadanos de un territorio.

La democracia está podrida cuando EEUU irrespeta la democracia en tantos lugares del mundo. Porque lo que ha hecho con Bolivia, con Honduras, con Brasil, con Cuba, con Venezuela, con Siria, Yemen, Egipto, Irak, Palestina, Sahara termina, necesariamente, volviéndose en contra. La actitud tradicional de los Estados Unidos de dar golpes de Estado en cualquier país del mundo del que necesite algo, funcionaba solo con altas dosis de hipocresía. Lo podías hacer fuera con discreción, en “nombre de la libertad”, pero adentro eso no pasaba. Trump, que es muy bocazas, ha desvelado esa trampa y ha terminado haciendo lo mismo pero dentro de las propias fronteras.

El fascismo no viene de pronto. Crece con las crisis y funcionan como un plan B de los grandes capitales. Los que permiten, en España, que no haya una sola tertulia donde no haya defensores de la extrema derecha. En Estados Unidos esos grandes capitales alimentaron a Trump igual que en Europa se ha cebado en todos los países a la extrema derecha (es lo que pasó en España cuando Ciudadanos no sirvió para solventar la hemorragia electoral del PP). El fascismo se construye, sobre todo, con la dejación de responsabilidades de la democracia. Cuando se les permite, poco a poco, mentir sin que ningún periodista les haga ver que mienten, cuando se les permite ser violentos sin que la policía intervenga, cuando se les permite abusar de los débiles sin que se les afee la conducta, cuando pueden mentir sobre los adversarios sin que se les eche de los platós de televisión, cuando se les deja negarles derechos básicos a los políticos de izquierda sin que los jueces les juzguen y encarcelen, cuando se miente sobre la realidad histórica –incluso cuando se premia a los mentirosos- y no hay un consenso académico serio que acalle esas mentiras, en todos y cada uno de esos casos se le están dando alas al fascismo. Igual que cuando dices que el antifascismo es terrorista, como dicen Trump, Abascal, Pablo Casado, Arrimadas, Rivera o el inefable lanzador de huesos de aceituna y portavoz del PP García Egea. Porque el antifascismo es lo que paró los pies a los fascistas.

En España, tanto VOX como el PP han celebrado a Trump y sus vilezas. Steve Bannon, el gran constructor de mentiras, vino a España a apoyar a Abascal y a Casado y aún hoy, cuando los manifestantes han invadido el Capitolio, necesitan desviar la atención para que no se les recuerde su apuesta por ese demente. En la misma línea que alimenta el fascismo, Abascal, Rivera –que parece que no quiere marcharse de la política- o García Egea han comparado las protestas alrededor del Congreso que estaban señalando la pérdida de legitimidad del PP –de hecho, Rajoy terminó perdiendo el apoyo de la Cámara-, que estaban autorizadas por la delegación del gobierno y que eran pacificas, con la entrada en el Capitolio –no rodearlo, entrar- para impedir que se eligiera finalmente a Biden Presidente de los Estados Unidos. La derecha extrema española necesita constantemente decir que todo es lo mismo, para intentar tapar su mucha basura. En realidad, los únicos que rompieron las vallas policiales en el Congreso, fueron algunos policías de extrema derecha con los que VOX tiene excelentes relaciones.

No es verdad que Donald Trump sea “la XXVIII Enmienda a la Constitución de EE.UU”, como ha dicho el periodista Isaías Lafuente. Trump es un efecto de problemas estructurales de un sistema político que hace tiempo viene vaciando su contenido democrático. Trump es una consecuencia de la crisis de 2008, del abandono de las mayorías a favor de las grandes corporaciones, de la falta de participación ciudadana en las grandes decisiones, del deterioro de los medios de comunicación y el consiguiente envilecimiento de la esfera pública, de la falta de regulación de las redes sociales, del abuso de la ley convertida en un arma de ataque y destrucción de los adversarios, de la incapacidad de la izquierda norteamericana para superar el bipartidismo, del fin de la hegemonía norteamericana. Todo esto ha generado mucho dolor hacia fuera (aunque, a diferencia de Obama, Trump no ha empezado ninguna guerra), y ahora está amenazando la propia supervivencia de la democracia norteamericana. El impeachment contra Trump, de producirse, podría esgrimirse como el triunfo de la división de poderes sobre la locura personal. Pero no es verdad. Porque esa locura personal es parte del propio sistema que la toleró, alimentó y que hoy anida en el partido republicano y en decenas de millones de norteamericanos. Al fascismo, en EEUU y en España, se le blanquea todos los días porque es funcional a la fase actual del sistema económico. Y solo se le conjura con una “gran conversación” que siente las bases de un nuevo contrato social. En otras palabras, recuperar la política para la gente.

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