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sábado, 20 abril, 2024
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Dios tiene Coronavirus

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Por: BERNARDO BARRANCO V •

Pese a la esperanza de la vacuna, gran parte de la población mexicana vuelve a experimentar incertidumbre y el confinamiento al final de 2020. El covid-19 acecha con mayor virulencia que al inicio. Se anuncia en diciembre el regreso a semáforo epidemiológico rojo en la Ciudad de México, así como en varias entidades y municipios del país. Muchos pensamos que lo peor había pasado y celebrábamos con Friedrich Nietzsche su aforismo: “Lo que no nos mata nos hace más fuertes”. Estuvimos equivocados, la muerte ronda y cabildea.

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El covid-19 ha trastocado toda la cultura contemporánea. La economía globalizada trastabilla y se presentan grandes cambios en la vida cotidiana debido a prolongados confinamientos. Existe la incertidumbre de que la vida social no volverá a ser como antes. Las Iglesias y las grandes religiones no escapan al tremendo estremecimiento civilizatorio de un virus que amenaza ser endémico. La humanidad deberá convivir con la acechanza del contagio durante lustros. Las Iglesias y templos vuelven a cerrar sus gruesas puertas de madera, adoptando medidas para la celebración de actividades religiosas desde diversas plataformas tecnológicas.

En este diciembre se abre nuevamente un periodo excepcional, las confesiones religiosas se enfrentan a un reto sin precedente: ¿cómo permitir que los fieles vivan su fe a pesar de la suspensión del contacto grupal? La fuerza de las religiones está en su capacidad de convocatoria. Y el contacto humano es parte integral de los ritos religiosos. Una religión, sugiere la etimología religare, es lo que conecta a los miembros de una comunidad entre sí y a los hombres con Dios. Toda práctica religiosa es societal. El trastorno prolongado del covid-19 puede afectar en primer lugar a las estructuras eclesiásticas, en segunda línea a las prácticas religiosas y finalmente a la misma concepción de Dios.

Los usos de una religión incluyen rituales, conmemoraciones, oficios, cultos, veneraciones a alguna deidad o símbolo; incluye sacrificios, fiestas, cortejos funerarios, enlaces matrimoniales, meditación y oración. Incluyen diversas manifestaciones artísticas, como la música, la danza y la poesía, así como estructuras e instituciones que administran lo religioso con normas, leyes y códigos.

Más allá de las concentraciones humanas emplazadas por las ceremonias religiosas, el contacto físico en el culto se convierte en un incidente peligroso. Inimaginable, hasta hace poco, pensar en una plaza de San Pedro vacía, la Gran Mezquita de La Meca despoblada en el Ramadán y una Basílica de Guadalupe desierta el 12 de diciembre.

Quizá una de las imágenes más impactantes durante esta pandemia la encontramos en el largo trayecto que realizó el papa Francisco el 27 de marzo de 2020, ante una plaza de San Pedro desolada, gris y húmeda. Esa imagen icónica ensombreció el fervor de millones de creyentes. El Papa le habla al mundo con dramatismo desde el despoblado santuario más importante de la catolicidad. Su bendición Urbi et orbi del domingo de Pascua la dio en el contexto de la devastaba Italia; ahí el Papa enfatizó: “Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa… La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.

Las catedrales, iglesias, mezquitas y sinagogas son testigos mudos, gigantescos monumentos de soledad. Las fortificaciones sagradas que representan una sociabilidad religiosa hoy son amenazas. Los palacios sagrados constituyen un territorio de peligro para la feligresía. Surge otra pregunta obligada: ¿los creyentes necesitan los suntuosos castillos de Dios para celebrar su fe?

Muchas iglesias protestantes rescatan la noción del cristianismo primitivo de Iglesia-comunidad, de tipo profético, que vivían con intensidad su fe en pequeñas entidades diferenciándose del judaísmo tradicional. Otros regresan a la celebración de la Iglesia-familia, vivir la fe y compartirla en el pequeño núcleo del hogar.

En México el costo para la Iglesia católica y el catolicismo mayoritario ha sido muy alto. La Semana Santa, tradicionalmente multitudinaria, fue alterada. En especial millones de fieles resintieron su ausencia en la tradicional representación de Iztapalapa. Las fiestas del 2 de noviembre se vieron mermadas por el cierre de los panteones que concentraban tumultos de familiares; otros cementerios sólo permitieron la entrada de un familiar por sepulcro.

Sin embargo, fue más visible y sentido el cierre de la Basílica de Guadalupe del 11 al 13 de diciembre porque fue suspendida la celebración religiosa más importante del país. Insólito ver vacío el atrio, cuando era ocupado por el paso de más de 7 millones de peregrinos. El confinamiento durante meses, el cierre de templos y la ausencia de servicios religiosos, como bodas, 15 años y bautizos han representado una merma sustantiva en los ingresos de la Iglesia. El secretario de la Conferencia del Episcopado, Alfonso Miranda, declaró en abril que los ingresos globales de la Iglesia católica en México han caído 90%.

Surgen varias paradojas. Cuando se presentan crisis graves, en este caso la pandemia, la población tiende a refugiarse en la fe y resulta ser beneficioso el consuelo para muchos creyentes. Tenemos el ejemplo del incremento del culto a la virgen de Guadalupe en momentos delicados de nuestra historia. Sin embargo, el covid-19, por su obligado confinamiento, está trastocando la tendencia histórica de las religiones a ganar peso en tiempos de crisis y tragedia. Con el coronavirus, las religiones no podrán capitalizar los miedos y la necesidad de apoyo moral proporcionando un sentido de comunidad. La base misma de la práctica religiosa se cimbra porque la aglutinación pública es hoy susceptible de muerte.

La pandemia del coronavirus se ha convertido en un trauma civilizatorio. Las religiones y las iglesias encaran desafíos insospechados. Las más creativas se adaptarán a la demanda espiritual al alza. El uso de medios alternativos, como redes sociales e internet parecen imponerse, pero su alcance es parcial; en México su cobertura aún no alcanza a poblaciones rurales o apartadas. La mayoría de las Iglesias han mostrado sensatez; sin embargo, el acecho fundamentalista ahí está latente. Emergen posturas religiosas retrógradas y oscurantistas que la sociedad moderna debe rechazar. Portadoras de un no-Dios excluyente, tenebroso y punitivo.

El aislamiento por el coronavirus está llevando a las confesiones religiosas a usar intensivamente el streaming y las redes sociales. El fenómeno no es nuevo y ha sido una herramienta valiosa. Con grandes desafíos de los lenguajes nuevos frente a los viejos lenguajes religiosos. Un ejemplo es cómo pasar vía internet el lenguaje simbólico de la liturgia. El enorme reto ahí está, cómo llevar consuelo y acompañamiento espiritual vía internet. Facebook se convierte en templo virtual ¿Un instrumento que llegó para quedarse? ¿Estamos ante la construcción de creencias virtuales? Aunque parezca sorprendente, Dios también está afectado por la pandemia.

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