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jueves, 28 marzo, 2024
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“Cuenta la historia”, de Lucía Rivadeneyra

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Por: RAFAEL CALDERÓN •

La Gualdra 445 / Literatura

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“Cuenta la histora”, a la manera de los clásicos castellanos, con la relación de hechos, porque es importante hacer hincapié sobre un tema que muy poco se habla pero cuando se ventila es parte de las respuestas al tiempo transcurrido y en este caso particular, hay que recordar que Lucía Rivadeneyra registra la búsqueda de una obra literaria brillante: labra un camino dividido entre la poesía y el periodismo, la vida cultural y la presencia académica desde la Universidad Nacional Autónoma de México y reconocer que ha publicado su Obra poética en un periodo que suma treinta y cinco años al año 2020.

Por esto, he elegido “cuenta la historia” para rememorar a la manera de Cantar de mío Cid, que tiene siete títulos de poesía publicados con los cuales tiene ganado un lugar en la tradición de la poesía mexicana entre el fin de siglo XX y estos años transcurridos del XXI. Pero, en este asombro que representa la poesía como género literario y que exige disciplina y larga paciencia para que un día se puede resumir como ejemplo de toda su biografía; en el caso de ella recordemos que sus primeros poemas fueron publicados el mes de septiembre de 1983, acompañados de un comentario a los mismos por Germán Pardo García en la gaceta cultural Nivel. Aquellos poemas son punto de partida, registran el encuentro con una travesía que se puede resumir en gestos logrados porque alcanza con el tiempo eco en la lengua italiana por la traducción de poemas que realiza el también poeta Emilio Coco; la trayectoria de Lucía es emblemática, plenamente registra su nombre en la tradición lírica, desde entonces y para estos tiempos, los años del siglo XXI.

Con el siguiente poemario que lanza desde la capital del país, queda refrendada su presencia en el momento mismo que lo publica bajo el título de Rescoldos (1989); entonces, jovencísima, registra con acierto que, en adelante, sus poemas los firmará como Lucía Rivadeneyra. No es propiamente un heterónimo: con el reacomodo desde un inicio de su nombre inventa o reinventa su literatura, determina su presencia en las letras y permite reconocer con este su lírica. Con este acto y por su condición de poeta, suma su obra a esa legión de autores mexicanos y latinoamericanos que firmaran con la reinvención de su nombre la creación literaria y por los títulos de su poesía se le reconoce alrededor de un idioma como es la lengua española.

Un par de años antes de que terminara el siglo XX, publicó el segundo poemario, En cada cicatriz cabe la vida (1999); con este se convierte en una de las voces más atractivas de su generación, por aportar con el verso una propuesta diferente entre el tono y las imágenes frescas o renovadas. Su trabajo continuó, un lustro más tarde, para volver al rodeo y el acto de su palabra, al dar a conocer en exclusiva a los lectores de Morelia, “Herir con la mirada” -separata de poemas inéditos que apareció en la revista Diturna en 2004- y explorar que ese periodo se consagra magistralmente con los siguientes poemas de Robo calificado (2004).

Rivadeneyra confirma la búsqueda de una voz madura que consagra su espléndida realidad lírica y entrega su primera antología personal de poemas como resumen exacto de su condición de poeta, titulada Rumor de tiempos (2007) que, dos años más tarde, reinventa secretamente ese estilo bajo el título Fiebre en agujas (2009), una antología personal de poemas eróticos.

Hay que seguir la senda de su vida literaria pero reconociendo que queda determinada esa fuerza que indaga con el verso: ama las palabras y su sonido. Tiene una relación lúdica con estas: las busca, se le esconden, las encuentra y las descubre como una imagen renovada cada vez que las escribe. Algunas se le aparecen –ha declarado– como un orgasmo inesperado. En el proceso de la creación, surgen de pronto, empieza un juego que no imagina hacer con ciertas letras, con ciertos vocablos. Dice que el lenguaje siempre le sorprende y “la poesía acecha todos los días, hay que dejar que nos atrape”: el sonido del verso, la minucia del leguaje, esa pasión que desentraña el erotismo y la seducción al mismo tiempo, se vuelva un testimonio de una realidad con la vida, el amor y el desamor.

En 2017 lanza el acometido de una escritura que le permite romper el silencio que ya acumulaba una década; está presente con De culpa y expiación. Este puñado de poemas determina una vez más la travesía de un periodo que permite celebrar su existencia: el descubrimiento constante, un buscar la estética del dolor, de la pasión, de la cotidianidad. Por eso ella misma afirma: “No creo que el gran escritor tenga que estar publicando todo el tiempo”. Pero cree que hay que leer todo el tiempo y vivir, es decir, viajar, beber, comer, observar, tocar la vida.

Para celebrar la poesía –en su caso– hay que subir o bajar, según la posición en que se encuentre para decir la voz colmada o calmada, la voluntad, la suerte de una amistad que nutre el lenguaje con temas que permanentemente la obsesionan. En sus poemas naturalmente está presente la importancia del ritmo, el sonido, la sonoridad profunda y perdurable, el efecto de imágenes irradia por su vida o por las ciudades que ha visto. Es un tema tan añejo como hacerse responsable de lo que dice y del cómo lo expresa, visualiza con pasión el erotismo, dicho sea nuevamente, encarnan sus versos pasión y revelan la presencia de los contrarios entre hombre y mujer.

Lucía Rivadeneyra es el tipo de poeta que exige ir al encuentro de su metáfora, reconocer el significado de lo que su voz expresa y precisa al oyente, y su particularidad por el verso libre y por el verso blanco, sin rima, pero con ritmo. Así hasta percibir lo que su escritura trasmite. Aprovecha las minucias de la comunicación activa; sorprende a la menor provocación. Su condición de poeta es exigente y publica pocos poemas: en el género de la poesía suma cinco poemarios y dos antologías y al contar los poemas son un centenar y juntos no rebasan 300 páginas, pero son los que le permiten estar presente en las antologías más importantes de la poesía mexicana y en la ciudad donde nació es entrañablemente única para un grupo de sus lectores activos que enlazan y están atentos a las diversas propuestas poéticas que da a conocer con cierta regularidad.

El resumen finalmente es identidad o suma de señales particulares: nació bajo el signo de virgo, en la calle de la Amargura contra esquina de la calle el Suspiro del centro histórico de Morelia. Vive desde hace varias décadas en la Ciudad de México. Por eso, cada que puede, amenaza con retornar a Morelia de donde, en realidad, nunca se ha ido. Para 1987, con tres décadas de vida y los primeros poemas, asocia su nombre con el poeta Elías Nandino; en 1998, consagra su lugar excepcional al hermanar su identidad con Enriqueta Ochoa y todo lo anterior lo reafirma al acercar su nombre, el año del 2003, con el cocodrilo poeta Efraín Huerta. Así la vida, así su poesía; hay que celebrar y recordar que entre los autores de su generación es de las poetas más sobresalientes para la poesía mexicana y revela entre dos siglos formas y tentativas y resguarda el secreto que coquetea con su nombre que literariamente es definido como Lucía Rivadeneyra.

Para llegar a esta conclusión, provisional, es importante decir que al menos en el terreno de su poesía es resultado del tiempo transcurrido y visible desde su primera colección de poemas que prometía un camino en subida y ahora por el conjunto de los poemarios publicados es visible ese acierto. Para cerrar, toda tentativa de lectura, relectura y revisión es un ejemplo que permite contribuir para que el verbo poético de su voz suceda más por la visión de sus lectores y por un resumen digno de su travesía.

Los los últimos poemas publicados de ella salieron el mes de septiembre del 2019, bajo el título “Cinco poemas” en la revista digital Carruaje de Pájaros; estos permiten, una vez más, compenetrar la esencia de su voz y con ellos representa el umbral de un destino que sigue el camino de subida; el más reciente de sus poemas inéditos que ha titulado “La tierra” (suplemento Laberinto, septiembre de 2018), evoca el sismo del 19 de septiembre de 1985, forma parte de un libro en preparación y un fragmento del poema se lee así: “Nunca antes de septiembre,/ de mil novecientos ochenta y cinco,/ había soñado que yo temblaba/ de miedo, al escuchar el movimiento/ de la tierra; pero germina el ruido/ y angustia causa en el profundo sueño”.

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