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jueves, 28 marzo, 2024
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Terror: un jinete pálido en nuestra generación

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Para conmemorar el centenario de la aparición de la conocida como “gripe española”, la escritora científica Laura Spinney escribió en 2018 El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo. A menos de dos años de su publicación el texto no parece hablar de lo que sucedió en el mundo un siglo atrás, las experiencias son aterradoramente similares en muchos aspectos a lo que hoy enfrentamos, su lectura nos hace entender que no aprendimos casi nada, u olvidamos muy pronto lo que sucedió hace cien años, y se vuelve indispensable volver a aquella fatídica experiencia para evitar a tiempo los errores que ya nos rodean.

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Spinney nos recuerda que una pandemia es un asunto tanto biológico como social, político y económico. La enfermedad se desarrolla en un contexto en el que su impacto no es aislado y, por más insensible que suene, no sólo perdemos las vidas que se nos van entre la desgracia: a la par suyo se nos escapan progresos, sueños, aspiraciones y conquistas. Lo peor: puede significar no solo la pérdida de seres queridos, también la miseria de los que se quedan y la crisis para los que vienen.

La gripe española transformó al mundo, aunque su memoria sea hoy difusa. Es probable, apunta la autora, que ésta no solo haya influido en la primera guerra mundial y su desenlace, sino también contribuyera en la configuración de la segunda. De cualquier forma, es posible que haya sido más mortal que ambas juntas.

Al avanzar en las historias que va entrelazando con aquella época, es inevitable confirmar que las crisis de salud (en este caso pandemias) hacen estallar los conflictos que conviven tensamente bajo las condiciones de desigualdad, miseria, pobreza y carestía. Pero también que el antagonismo surgido entre clases y las propias desigualdades en servicios y oportunidades (educación, por ejemplo), permiten el surgimiento de rumores y con ellos muchas veces resentimientos, linchamientos y señalamientos absurdos, que, sin embargo, contribuyen a la confusión en un punto en el que las decisiones acertadas son vitales. Un ejemplo de esto, y aunque sucedió más de una década antes del brote de la pandemia, es la revuelta de la vacuna, en Río de Janeiro, entonces capital de Brasil, en la que la forzosa aplicación de una vacuna para erradicar la viruela, ocasionó el desorden civil en dicha ciudad. Pero también hay ejemplos de cómo la gripe española hizo reaccionar a las autoridades y la sociedad con prejuicios que, como todo prejuicio, lejos de tener un impacto efectivo en su combate, posibilitó la amplificación de la enfermedad. Citemos el ejemplo de Chile, cuyas autoridades confundieron este mal con el tifus, identificando su propagación con las condiciones en las que vivían los más pobres, lo que llevó a medidas peyorativas e indignas con éstos: Entretanto, las brigadas sanitarias iniciaron una batalla contra la epidemia imaginaria de tifus, irrumpiendo en las casas de los pobres y ordenándoles que se desnudaran, lavaran y afeitaran el vello corporal. En las ciudades de Parral y Concepción desalojaron por la fuerza a miles de trabajadores y quemaron sus casas, una estrategia que probablemente agravó la epidemia, ya que dejó a multitud de personas sin hogar expuestas entre sí y a los elementos, describe Spinney.

Este pasaje, cuando menos que yo sepa, no se ha dado en esa magnitud en estos meses, sin embargo, hay otros que podemos entender muy bien sí tan solo cambiamos el año: En 1918, el mundo estaba en guerra y muchos gobiernos tenían un incentivo (digamos que mayor que de costumbre) para culpar de una enfermedad devastadora a otros países. En estas circunstancias, es probable que una enfermedad reciba multitud de nombres diferentes y eso fue exactamente lo que ocurrió, se lee en el libro. Sí recordamos la intentona del presidente de los Estados Unidos, en medio de su guerra comercial con el gigante asiático donde surgió la pandemia por nombrarla el virus chino, no parece haber grandes diferencias con la cita del texto.

Como éste hay otros renglones que no nos permiten la tranquilidad de suponer que “los doce mil años que llevamos conviviendo con la gripe como especie”, nos servirán de mucho en esta nueva pandemia. Un último ejemplo para llamar a la reflexión y no ceder en las precauciones, no fue la primera ola lo que hoy recordamos como la gripe española, sino tres y la segunda fue la más catastrófica: La inmensa mayoría de las personas que contrajeron la gripe española solo presentaron los síntomas de una gripe común: irritación de garganta, dolor de cabeza y fiebre. Y como ocurre con la gripe común, la mayoría de las personas que enfermaron en la primavera de 1918 se recuperaron. Hubo casos excepcionales en los que la enfermedad se complicó gravemente y algunos de estos desafortunados enfermos murieron, pero, aun siendo lamentable, no fue algo inesperado. Ocurría lo mismo cada invierno. Sin embargo, cuando la enfermedad regresó en agosto, ya no tenía nada de ordinaria. Lo que empezó siendo una gripe común se transformó rápidamente en algo más siniestro. La gripe en sí era peor y también había más probabilidades de que se complicara con una neumonía; de hecho, la neumonía bacteriana fue la causante de la mayor parte de las muertes. Los pacientes no tardaban en tener problemas para respirar.

¿Cómo transformarán los efectos de la pandemia de covid-19 a nuestra generación? ¿Qué impactos tendrá en las próximas generaciones las consecuencias sociales, económicas, políticas y culturales de lo que hoy sucede? ¿El mundo dará un brinco más veloz y radical de los que se han vivido en los últimos 40 años hacia lo que hemos conocido como progreso o viviremos un retroceso que en algunos aspectos nos lleve aún más atrás de la última década del siglo pasado? El jinete pálido no nos permite evadir estas preguntas, nuestra realidad, aún siendo optimistas, tampoco. ■

@CarlosETorres_

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