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miércoles, 24 abril, 2024
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Kafka en el 2020

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Por: ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA* •

El día tres de este mes fue el aniversario luctuoso de Franz Kafka, uno de los checos con mayor impacto y presencia en la cultura occidental. Escribió en alemán, su segunda lengua, y Deleuze reflexiona sobre este tema. Su perspectiva sobre la lengua es interesante, porque apunta, a simple vista, a un fenómeno de colonización lingüística, en donde el checo queda supeditado y el alemán toma mayor fuerza, por razones políticas en particular. Kafka, escribe el filósofo francés, ofrece una lengua, que es distinta al alemán estándar: construye una a partir de sus propias experiencias y experimentos literarios, partiendo de intereses y necesidades, volviendo su alemán una lengua menor dentro de lo estándar. El autor checo crea un nuevo alemán, que nace y muere en su escritura, irreemplazable e irrepetible. Este fenómeno lingüístico es a lo que Deleuze conoce como lo menor, no en cuanto a un ejercicio de calidad. La propuesta deleuziana, quizás difícil y abrumadora en ciertos términos, nos permite ver parte de las fortalezas del literato checo. Aunque su lectura sea desde la filosofía y la estética.

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“La metamorfosis” es el texto por el que se le conoce más y no dejó de acordarme de l poema de Ovidio, en el cual narra distintas transformaciones y una de las clásicas es la de Julio César en estrella. Al instalarse en esta tradición, se construye una metáfora del miedo y la incomprensión del hombre moderno y contemporáneo, en donde volverse un insecto implica valores, muchos de ellos aún no resueltos. También, “Carta al padre” es quizás uno de los textos más emotivos y fatídico, en donde se establecen los distintos parámetros que describen una relación paternofilial compleja, que influye en gran parte de sus obras literarias. Kafka le acusa de ser abusivo e hipócrita con él, es un ejercicio en donde se contrastan la figura del hijo frente al padre, cuyo fin inicial era establecer un proceso para sanar su relación; parecer ser que la carta nunca fue leída por el destinatario. Estos dos textos van también dibujando la misma ansiedad por el cual se atraviesa en distintos períodos claves de la vida, la vida adulta y la crianza en un ambiente familiar.

Mientras mis compañeros de la primaria, tan despreocupados como cualquiera a esa edad, me puse a hojear el libro de lecturas y me encontré con “Un artista del trapecio. Lo leí con cierta dificultad y fascinación. Confesé a mi madre que este texto me hacía sentir mal, ella quiso saber más porque era muy vago e intenté explicarle que el cuento me hacía sentir ausente, lejos de las personas. Por días, el retrato de un hombre solitario y misántropo, cuyas conductas eran disculpadas por el empresario debido a sus habilidades circenses, me hacía sentir asqueado. Ahora, éste parece ser un retrato de cómo me veo, un errante y solitario que tiende entre sus libros una cuerda para hacer ejercicios circenses. Quizás, cuando niño, pude ver mi futuro y me perturbó, pues mi mente había hecho toda una construcción de que la vida era maravillosa. Ahora, no es tanto que crea lo contrario, sino más bien es difícil y complejo vivir. En otras palabras, “Un artista del trapecio” me hizo sentir miserable, como en su momento “El hombre sin atributos”.

Dentro del mismo libro de lecturas, encontré “Un artista del hambre”, que por igual me causó una profunda angustia, al leer cómo un marginado era ignorado un olvidado por la sociedad. Pregunté a mi madre sobre ello y, nerviosa por responder (no tanto por su incapacidad sino su temor de provocar una afección a su hijo), explicó con mucha cautela que en el mundo hay muchas desigualdades. Personas que tienen todo en la vida y no se preocupan por mucho y otras que carecen y se preocupan por mucho. Es un desequilibrio, dijo, en donde algunos buscan compartir sus riquezas con quienes carecen. Con el tiempo, esas palabras tomaron más sentido al saber de la hambruna y la enfermedad en otras latitudes del mundo. Ya era un niño doblemente nervioso, con una ansiedad terrible por tener sus primeros contactos con parte de la vida. Recuerdo que vomité, luego de la explicación, como siempre lo hago cuando algo produce tal afectación que me hace sentir vulnerable. Ahora, le llamo ansiedad y en esos años un simple dolor de impaciencia.

Si bien Kafka no fue el primer autor que leí, ese lugar lo ocupa Michel Tournier, sí el primero que me hizo sentir un malestar, aunque no estoy seguro si le comprendí. Tanto así que me negué a volverle a él cuando mi padre sugirió que leyera “La metamorfosis”. Años más tarde, ya por terminar la licenciatura, vuelvo a sus relatos, ahora con mayor seguridad y cierta madurez intelectual. Mi regreso vino marcado con el relato “El puente”, uno de sus textos breves que a la fecha me resulta incomprensible.

Ahora, a días de su aniversario, me entero por una publicación de Luis Panini que en septiembre de este año publicarán una recopilación de sus textos perdidos, titulado The Lost Writings (New Directions, 2020), no hay una traducción en español. Es una de las mejores noticias de este año. ¡Salud! ■

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