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viernes, 29 marzo, 2024
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La nueva cacería de brujas

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Por: Nahui Hinojosa •

“Cuando un hombre da su opinión, es un hombre. Cuando una mujer da su opinión, es una bruja”: Bette Davis

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Las mujeres hemos sido históricamente castigadas por alzar nuestras voces. Cualquiera que tenga nociones mínimas de la historia de la humanidad, puede saber que esta afirmación es real. Las preguntas que yo me hago el día de hoy son: ¿Hasta cuándo? ¿Qué clase de milagro tenemos que rogar, para poder ser escuchadas sin tener miedo de ser perseguidas? Nací mujer y como un acto de coherencia y sobre todo de supervivencia, me asumí feminista, hace ya algún tiempo. Cansada de las injusticias que existen en este sistema que, además, cabe recordar, deja un saldo de 10 mujeres asesinadas a causa de cuestiones de género, decidí que dedicaría parte de mi tiempo en este mundo, para ayudar de la manera en que me fuera posible la causa de nosotras: las mujeres. Con esta decisión vienen implicaciones, claramente, desde peleas en las comidas familiares, perdidas de amistades y, por supuesto, ataques en redes sociales. ¿Demasiada carga sólo por decidir alzar la voz en un mundo que sistemáticamente me la ha arrebatado?

Para algunos, sobre todo para quienes intentan minimizar la lucha feminista, cualquier esfuerzo de nosotras es digno de burlas, humillación y persecución. Lo digo con conocimiento de causa. El día de hoy, entre mis pendientes, tengo una denuncia por amenazas. Amenazaron con dañar mis espacios y mi cuerpo. Esto posterior a que hace unos meses, específicamente en enero del presente año, después de una manifestación por el asesinato de la activista procedente de Ciudad Juárez, Chihuahua, Isabel Cabanillas, de tan solo 26 años de edad, quien, además, era feminista, y a quien dedico estas líneas, pues su nombre nunca debe dejar de ser nombrado. Como sabemos, las manifestaciones políticas y la exigencia de justicia tienen muchas expresiones, una de ellas el grafiti. Quienes algunos malamente llaman “vandalismo” debido al exacerbado valor que les dan a las paredes sobre muchas cosas, incluyendo la vida de las mujeres. Manifestaciones que defiendo y respaldo totalmente a título personal, pues soy consciente de que son medidas desesperadas contra la apatía del gobierno hacia las exigencias que hemos venido pidiendo durante mucho tiempo. Exigencias justas, como por ejemplo, que cuiden de nuestra integridad y que hagan justicia para nuestras hermanas asesinadas. Después de unas pintas en un callejón del centro histórico, tres compañeras de lucha fueron arrestadas por la policía, acto que, aunque repruebo totalmente, debido a la impotencia que me da saber que la digna rabia es más castigada que la violencia de género por este sistema, entiendo su razón de ser. El grafiti es ilegal y la manera en que fueron arrestadas mis compañeras fue inhumana. Después de una noche fría, fueron liberadas. Pero cuando llegaron a su casa, se dieron cuenta que videos donde salen pintando unas paredes, habían sido supuestamente filtrados y ellas exhibidas públicamente. Una versión moderna de lo que hacían con las mujeres científicas o escritoras en la edad media, donde las mujeres tenían prohibido alzar la voz. Con este vídeo no solamente fueron quemadas ellas, fuimos quemadas todas. Yo me encontraba lejos de la ciudad esa noche y, aun así, el fuego llegó a mí. Estaba siendo amenazada públicamente por la irresponsabilidad del Estado al ponernos a nosotras, las activistas, en una situación de extrema vulnerabilidad.

¿Qué puedes esperar después de que el gobierno que, se supone debe velar por la integridad de sus mujeres, las exhibe? Como si de alguna manera eso pudiera hacernos temer. Tuve una crisis de ansiedad ese día, después, regresé a Zacatecas y decidí llevar el debido proceso que tanto nos escupen en la cara como la verdadera forma de hacer las cosas, así es, enfrentando a las instituciones que, justo fueron quienes me habían puesto en este estado de vulnerabilidad: ¿Mi delito? Ser mujer y alzar la voz. Para algunos servidores públicos las denuncias que hacemos parecen exageradas y hasta incoherentes. Pero la verdadera exageración es la indiferencia con la que nos tratan el Estado que, en teoría, nos debe protección. A mí no me protegieron, me expusieron y me pusieron en peligro por algo que, cabe mencionar, ni siquiera hice. Pero que, aunque hubiese sido el caso, no había tampoco motivo alguno para ponerme en esta situación, a menos, claro, que las exigencias feministas les parezcan imposibles de cumplir y por eso busquen silenciarnos. No lo harán. Cargamos en nosotras la rabia de muchas generaciones de mujeres maltratadas, a las que nadie les hizo justicia, por todas ellas, por las muertas por abortos clandestinos y por las victimas de feminicidio. También esos son crímenes de estado. Cuento mi historia, pero no es la única, la persecución que ha tenido la lucha de las mujeres, ha sido casi tan desmedida como la misoginia con la que tenemos que convivir día a día. Desde los espacios virtuales, donde la gente siente que tiene el derecho de atacarnos y quemarnos virtualmente, hasta el estado que jura protegernos; exponiendo nuestras caras a un público que claramente siente repulsión hacia nuestra causa, sin importarles las consecuencias que ese acto tan bajo pudiera tener hacia nuestra integridad, la cacería de brujas continúa. La fortuna que siento el día de hoy, es que puedo decir con tranquilidad que a mí me cuidan mis amigas feministas, no el Estado, la fiscalía o la policía. Y la lucha seguirá hasta que la dignidad se haga costumbre.

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