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martes, 16 abril, 2024
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Alba de Papel Los niños de Chilapa

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Pareciera que fue una nota más de la esforzada labor que los medios impresos de comunicación realizan a favor de la verdad, aquella que evidencia la profunda descomposición social frente al fracaso del gobierno, que por ninguna razón debe pasar por alto, su llamado de alerta a la conciencia social, por lo que implica que 20 niños de 6 a 15 años hoy se encuentran armados con rifles, como parte de la policía comunitaria del municipio de Chilapa, ubicado en la Montaña baja de Guerrero, caracterizado por la violencia y la muerte.

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Una costumbre insana se está creando ante el infortunio generalizado de lo que se lee, ve o escucha en los medios masivos de comunicación; una silenciosa violencia se ha instalado en la “normalidad” que vive la sociedad mexicana, sometida a paliativos y engaños recurrentes sobre un mañana prometedor.

Para el ámbito de la cultura, la formación de esta nueva columna de autodefensa con niños, es un asunto de la mayor gravedad: ellos son pobres, indígenas, con educación primaria o sin ella (es el más alto nivel que alcanzan en esa región), que sin opción son arrancados de su niñez y su adolescencia, brutalmente alejados del juego, el aprendizaje y la formación de valores en un ambiente que refuerce su identidad cultural, despersonalizándolos y creando una atroz ruptura que los llevará a creer que la violencia se resuelve con más violencia.

En efecto, la violencia imparable de hoy en día, es una respuesta al medio hostil y grotesco que se vive, pero no corresponde a la reconvención que la cultura ni la justicia enarbolan. Históricamente, las comunidades indígenas de México siguen siendo el componente negado y la pobreza que la mayoría vive, plantea un enorme desafío a los gobiernos en turno, para comprender lo que son, su diversidad y sus necesidades, con profundo respeto a su cosmogonía y riqueza natural y cultural de sus entornos.

Resulta inexplicable para los expertos culturales que llegan a México, observar los caudales de su rico patrimonio, e inadmisiblemente a su vez, ver su miseria infinita en más de la mitad de su población, donde la pobreza es percibida ya como un signo de identidad, colmada de rabia y resentimiento, que con seguridad impedirá la construcción de la paz que anhelamos.

El tema de los niños constituye una parte vital de la trama cultural, y si ha habido esfuerzos de contención y sensibilización artística en algunas regiones del territorio mexicano, nunca serán suficientes y deberán multiplicarse en todos los niveles educativos – desde preescolar hasta la universidad-; la inclusión de las artes y los oficios, son fundamentales en el fortalecimiento de la memoria histórica y el sentimiento de pertenencia a su colectividad.

Nunca será vano que en el salón de clase, desaparezca la uniformidad “casi militar” de los pupitres y escritorio, para llenarlos de pintura, música, cuentos, poesía y cine en redes que fomenten el intercambio inter-escolar en concursos, muestras, encuentros y programas permanentes de difusión artística.

La experiencia lúdica de los oficios en los infantes también permitirá recuperar su dignidad e historia, frente a la pauperización histórica a la que son reducidos, para mostrarse a una múltiple identificación que va desde una extraordinaria terapia al elaborar una pieza artesanal conectada con los cuatro elementos de la vida, que son el fuego, viento, agua y tierra, hasta la posibilidad en el futuro, de que sea contemplada como una opción para el desarrollo, como un recurso para el sostenimiento familiar.

Algunos dirán que la política cultural hace lo posible, pero en rigor quizá no, porque en todo el País, podrá advertirse el papel secundario que la cultura tiene y que pareciera que sólo es un fragmento de una realidad delimitada por ciertas actividades que van a depender de los gustos y “perfiles” de los funcionarios que están al mando, que carecen de un diagnóstico de campo y en consecuencia de un programa de apreciación y sensibilización para niños y púberes.

Ante lo que está ocurriendo en Chilapa, que igual se replica con otras máscaras en toda la geografía nacional, a través de la explotación, abuso sexual, abandono y mendicidad, se deben multiplicar las voces de apoyo para transformar la vida de los niños y de los jóvenes que hoy con crueldad están obligados a adaptarse a la fatalidad.

Bonfil Batalla en su texto “La querella por la cultura” escribió que “la noción de cultura como un plano general ordenador de la vida social que le da unidad, contexto y sentido a los quehaceres humanos y hace posible la producción, reproducción y transformación de la sociedad, se abre paso con dificultad. En esta perspectiva, el problema de la cultura queda situado en el centro mismo de las preocupaciones sobre el presente y el futuro de nuestra sociedad”.

Es un asunto urgente, inaplazable, obliga a todos a repensarse como gobierno, como sociedad, como padres de familia y como promotores culturales, para modelar un nuevo esquema de estabilidad y de esperanza para nuestros niños y jóvenes, hagamos los posible por darles esa oportunidad.

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