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viernes, 19 abril, 2024
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Un presente sin fortuna

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Hay muchas teorías en cuanto a los que se refiere a ese concepto ambiguo que la mayoría de la gente llama educación y que tiene que ver en las formas en que las personas se entrenan para enfrentar su presente y su futuro en forma exitosa. En el país, en el estado y municipios y por qué no, en el resto del mundo se hacen alardes de los avances que se dan en estos terrenos; todo mundo reclama sobre la validez de sus teorías sobre cómo mejorar la calidad de la enseñanza, se hacen grandes coloquios y se editan infinidad de volúmenes sobre las posibilidades que tienen los teóricos de la enseñanza para salvar al mundo del analfabetismo literal y funcional y romper de una vez por todas las cadenas de la ignorancia.

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Pero en este afán se olvida que lo más importante en esta cruzada es no tanto que esfuerzos se hacen para mejorar la pedagogía, sino que tantos efectos tienen en el logro del aprendizaje. Es evidente que nunca antes se había tenido tanta información a la mano, que más de la tercera parte de la población tiene en sus manos el acceso a más de todo el conocimiento que pudiera necesitar en varias vidas, que hay más centros de enseñanza que nunca en el mundo desde que se tiene noción de la historia; y el recuento llevaría interminables tratados y sería un regadero de tinta interminable hasta que el cansancio abrume a los profetas del desierto de la prédica del evangelio educativo y haga morir de risa a quienes cobran por realizar estas tareas, y no solo se engañan a sí mismos cuando desde los parámetros de su ignorancia se creen que están haciendo lo correcto, sino a la sociedad que cree ingenuamente que los paquidérmicos pasos de las instituciones de enseñanza y el estatus quo que los controla están haciendo lo correcto y en esta desenfrenada pasarela de errores, que a nadie convence, se llega al resultado de lo que hoy se vive, una sociedad desintegrada con su tejido inexistente, y todo porque, en serio, por no tomarse molestias molestas, la gente cree que se está haciendo lo correcto.

Y para no ir muy lejos, se puede analizar el espectro local. Las instituciones responsables de difundir la educación, la cultura y las artes están más preocupadas en mantener sus canonjías y proteger a sus consentidos, recomendados o cómplices desde esquemas burocráticos que por su exultación insultan. Se le da más importancia a la forma que al fondo y así les luce el look. No parece que existan esquemas de autocrítica que permitan a los responsables de ejercer el poder para preguntarse a sí mismos si en realidad están haciendo lo correcto. Parece muy fácil acudir a apoyos externos para que a través de otros se hable bien de ellos a pesar de su alto costo, mientras se ponen muros insuperables al talento local y regional que pudiera poner en duda su competencia, si es que esta existe.

Para resumir, porque en verdad esto duele, es muy triste observar y comprobar que en estos esfuerzos y a todos los niveles, los estudiantes no estudian (al menos, no todos y no lo suficiente), los maestros no enseñan, los directores no dirigen y los administradores no administran. Y lo peor de todo, los responsables de estos proyectos desde los esquemas de gobierno, están ahí porque los paradigmas de nomenclatura de la grilla lo propician, pero, para decirlo en los términos llanos con que hablaban los abuelos, no entienden ni la O por lo redondo. Pero aún así siguen siendo los dueños de vidas y haciendas. Lamentable.

Después de esta perorata existencial, que sería bueno que muchos leyeran, aunque no les importe a quienes va dirigido, ni porque quién lo escribe y, como diría el bueno de Joaquín Sabina, se juega la boca (en este caso la letra), o porque es un mensaje angustioso desde el desierto de un profeta incomprendido, sino porque quienes debieran leerlo, son analfabetas funcionales, cuando no, literales.
Sin disculpa. ■

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