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martes, 16 abril, 2024
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‘Burning’ de Lee Chang-dong

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 379 / Cine

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Jongsu (Ah-in Yoo) sueña con ser escritor. Su autor favorito es William Faulkner porque, según dice, siempre que lee una de sus historias siente que le pertenece. Esto tiene sentido, ya que hay una enorme vaguedad en la vida de Jongsu, en sus relaciones con las personas que lo rodean y que sólo son mostradas como figuras ausentes que van dejando espacios en blanco. Un día Jongsu se topa en la calle con Haemi (Jong-seo Jun), una vieja amiga de la infancia y ambos deciden salir para recordar viejos tiempos. Cuando se encuentran en un bar, ella menciona que ha estudiado pantomima, y finge estar comiendo una mandarina de un modo tan convincente que Jongsu queda impresionado por el acto de ilusión. Ella dice que si te encuentras hambriento y deseoso por algo, puedes crearlo de esa manera, sin importar que lo que deseas no esté realmente ahí.

Luego de algunos breves encuentros con Jongsu, Haemi se marcha a África, y a su regreso vuelve en compañía de Ben (Steven Yeun), un misterioso y adinerado hombre por quien Jongsu no siente la mínima simpatía ni confianza. Entre estos tres personajes se establece una compleja geometría de sentimientos e incertidumbres, donde las fantasías difuminan una realidad que se percibe confusa y angustiante.

Todos están hambrientos y deseosos por algo en Burning (2018) el filme más reciente del surcoreano Lee Chang-dong, que está basado de manera libre en el cuento corto “Quemar Graneros” (Barn Burning) de Haruki Murakami. Los protagonistas de esta historia se mueven con cautela, se buscan unos a otros con deseo y desconfianza, inseguros de sus percepciones particulares sobre lo que está sucediendo. Burning toma lugar en un sitio donde no hay fronteras definidas y donde la sensación de peligro latente jamás desaparece. Chang-dong logra confeccionar un relato de paranoia y misterio envolvente que plantea preguntas cuyas respuestas desaparecen en el aire como si hubieran sido escritas en papel y después consumidas por un fuego lento.

Evitando cualquier tipo de complacencia o lugar común, el director obliga al espectador a pensar y reflexionar en los distintos encuentros y desencuentros entre los personajes, así como la toma de decisiones de cada uno en determinadas situaciones que acontecen en un mismo espacio, pero sobre todo en la alternancia de presencias y ausencias. Hay una realidad que viven los personajes, y una realidad simultánea que cada uno forja en sus mentes, sobre lo que pudo o no haber sucedido. Este efecto desorientador está presente a lo largo de todo el filme, y la tensión como consecuencia de “lo que es” y “lo que no es” se vuelve evidente desde la primera secuencia, cuando Haemi explica su pantomima con la mandarina.

Así pues, Burning se vuelve un relato que cuestiona el valor de las palabras, de los recuerdos, e incluso de lo que vemos con nuestros propios ojos enfocado en lo que no se dice y en lo ambiguo de la cotidianeidad. Es una historia repleta de confusión narrada con maestría y suspenso donde nada es lo que parece (o puede que sí lo sea) y donde se intenta volver comprensible lo que jamás se vivió.

 

 

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