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viernes, 19 abril, 2024
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Historia y Poder Los Aztecas, entre el optimismo y los lenguas largas

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

Las obras portentosas que hicieron los aztecas sólo se explican por el tremendo optimismo y fe que se tenían ellos mismos. Optimismo de que todo se podría vencer, fe en que, con la protección divina de sus dioses exigentes, se alcanzaría la grandeza material y espiritual.

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La historia conoce su larga peregrinación de 102 años en busca de la tierra prometida, también que al encontrarla los tepanecas los aislaron en los peores pantanos de la zona y que ahí, con mucha paciencia las víboras ponzoñosas en lugar de devorarlos, ellos hicieron lo contrario y con destreza y fiereza nunca vista subyugaron la naturaleza convirtiéndola en jardines y chinampas llenas de frutos y verduras.

Nada les fue fácil. Las noticias rápido corrieron por todas partes del mundo: un pueblo de aborígenes caníbales tenían cerros de oro y piedras preciosas, ciudades encantadas donde había de todo y más que en Constantinopla y los puertos deslumbrantes de Italia o Portugal y documentaban con ahínco los ríos de gente muy bien vestida y limpia, las escuelas y universidades militares, los templos inmensos humeantes de sangres y cráneos, los mercados abarrotados de toda clase de mercadería, sus árbitros y jueces para castigar abusos de comerciantes, la venta de esclavos para consumo o labores arduas. (Familias vendían a uno de sus miembros para obtener ganancias y dicho esclavo era atendido con esmero por sus nuevos dueños, lo alimentaban, lo bañaban y luego, en un inmenso tamal, se lo comían). (Muchos otros, para tal efecto, eran esclavos capturados).

Todo era maravilla: comercio a gran escala, cárceles, restaurantes, barberías, casas de citas, mueblerías indígenas, tiendas de ropa y de plumas para adornar, navíos con montañas de excrementos humanos para el abono, fondas con exquisitos platillos de camarones y pulpo con aguachile y aguacate y grandes rodajas de jitomate, chicles, chiles de toda clase, pozole, mole con guajolote, tlacoyos y gorditas, bebidas de chocolate espumoso con miel y vainilla, tabaco y peyote y hongos alucinógenos de Oaxaca, limpias de brujos y hechiceros.

El zoológico azteca era atendido por más de 400 personas al día en donde miles de animales de todas clases eran alimentados en áreas de jardines deslumbrantes, ningún país de Europa o Asia tenía algo similar y el mexicano era digno de toda admiración por la cantidad de aves, tigres, leones americanos, bisontes, caimanes y muchas especias más, destacando una área donde tenían hacinados a jorobados, albinos, deformes, ciegos o gente muy rara.

El palacio de Moctezuma se desbordaba con casi mil sirvientes, en un área inmensa donde pisos de todos los colores de mosaicos relucientes recibieron a los españoles extasiados donde de inmediato fueron atendidos con ricas mantas y camas o esteras y manjares de toda clase, regalos de oro y de piedras preciosas, mujeres para su intimidad, el descanso y relax para los guerreros y huéspedes distinguidos a fuerzas, pues debemos recordar que los ancianos del imperio junto a su líder trataron de disuadir por todos los medios su llegada.

Se ha descrito como se le atendía al rey Indígena Moctezuma: más de 100 platillos se hacían a diario para su paladar de los cuales solo probaba uno o dos y los restantes los comían su senado, es decir, un puñado numeroso de incondicionales, todas las comidas llevaban abajo su comal humeante y con brasas, a diario se cambiaba de ropaje hasta por tres ocasiones y nunca más volvía a vestir dichos ropajes. Siempre me he preguntado que harían con esos vestuarios desechos por el príncipe Tlatoani azteca.

Le traían pescado fresco desde Veracruz mediante corredores que se turnaban de tal manera que llegaba a su mesa totalmente reluciente, los tributos de los pueblos se contaban por millones de piezas, los mejores bordados de oro y de lana de colores vivaces y sus escribanos todo lo apuntaban y median.

Los españoles mientras tanto, luego de varios meses de andar por la ciudad y medir las consecuencias, actuaron. Una partida a mando de Hernán Cortes fue hacia Veracruz a calmar a unos emisarios que mandó el gober de la Habana para aprenderlo , en eso, Pedro de Alvarado, el único pelirrojo de la tropa, masacró a más de 600 religiosos que en un templo oraban y bailaban devotamente y se desató la furia azteca, la indignación. Hernán reprobó esa acción. Pronto vendría el caos. ■

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