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jueves, 28 marzo, 2024
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Pitol, reseñista. Adicción a los ingleses

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 340 / Libros / Op. Cit.

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Los beneficios concedidos por Sergio Pitol (1933-2018) a la literatura mexicana no se asientan sólo en su obra narrativa.

Imaginaria carnavalesca, gozosa, la de Pitol es una escritura abierta que el lector puede visitar cuantas veces quiera.

A ofrecimiento está su tríptico del carnaval, el conjunto de sus cuentos, aunque también lo hecho en materia editorial, ensayística y de divulgación.

Siempre, desde la infancia vulnerada por la salud, Pitol fue un lector ordenado y crítico. Constante en extremo, sin importar sus incursiones en otras facetas de vida y recorrido mundano.

Pitol fue un lector didascálico.

Generador a su vez de otros lectores, en una especie de contagio prodigioso.

De ello habla su paso por distintas casas editoriales, específicamente por la de la Universidad Veracruzana, con sede en Xalapa, la ciudad-lluvia que hizo suyas durante décadas y hasta su muerte.

Un ejemplo más de la referencia se encuentra en Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez novelistas, que tras el reciente deceso del Premio Cervantes de Literatura 2005 bien hizo el editor Porfirio Romo al rescatarlo del catálogo histórico de Lectorum.

Libro que recuerda además, en paralelo de su erudición, una de las características de la prosa de Pitol, siempre mezcladora de géneros.

También libro-personal, si bien abunde en sus apartados sobre los otros, y es que como Pitol decía:

“Soy hijo de todo lo visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, desde la más prestigiosa a la casi deleznable”.

En Adicción a los ingleses el lector descubrirá diez invitaciones al descubrimiento de igual número de autores prestigiados. A la maravilla de sus universos y personajes, antes reconocidos por Pitol, garantía para incluirse en el canon lector de cualquiera interesado en la literatura universal y, específicamente, la inglesa.

Empresa que se presume complicada, pero que el autor consigue con naturalidad y convencimiento, a su vez resultado del experimentado oficio lector y una gran prosa.

            Así reseñó Pitol a sus preferidos ingleses.

Virginia Woolf

La novela que soñaba Virginia Woolf tenía que construirse con los mismos elementos de que está hecha la poesía. No se trataba de hacer prosa poética, nada de eso, sino de que el cuerpo narrativo, los personajes y su entorno estuvieran bañados de ese halo luminoso que nutre la poesía. Romper las rutinas de ese realismo gris, pobre y melodramático que predicaban Wells, Galsworthy y Bennett, aprehender en cambio, el instante, darle forma y color a algunos de esos átomos que recibe la conciencia, detenerse en el detalle y tratarlo como si él, por mínimo que parezca, fuera el Universo; disgregar por un momento lo que está unido, estudiar algunas de las porciones y luego devolverlas a la unidad, sólo así la mirada del novelista podrá ver la porción y el conjunto  […].

Henry James

El cuerpo de una novela de James lo constituye la suma de observaciones, deducciones y conjeturas que un personaje hace sobre determinada situación. El autor presenta a un observador desde cuyo punto de vista el lector sólo puede enterarse de la fracción de verdad que a aquél pueda ser accesible. El mundo real se va deformando al ser filtrado por una conciencia; de ahí la ambigüedad de los personajes jamesianos: un personaje presencia o vive una situación determinada y al mismo tiempo intenta relatar sus percepciones. Nunca sabremos hasta dónde se atrevió al contarnos una historia, ni qué partes consideró ocultar para no ser indiscreto  […].

Ivy Compot-Burnett

Ya las fotos delatan su excentricidad. Esa anciana espigada, vestida de luto severo, peinada a la moda de un siglo atrás, de mirada desafiante, lejana y desconfiada, la boca de labios apretados, una mera línea horizontal bordeada de innumerables pequeñas estrías que la cierran aún más; una apariencia que apenas varió en los últimos cuarenta años de su vida […]. Esta anciana ósea y elegante es la señorita Ivy Compot-Burnett (1884-1969), autora de veinte novelas que constituyen un cuerpo cerrado, ajeno a la influencia y a las tendencias de sus contemporáneos, sin antecedentes visibles ni descendientes posibles  […].

Charles Dickens

El mundo inventado por Dickens coincide muchas veces con el real, pero mantiene una fisonomía propia. Su existencia es un espejo impreciso, una forma metafórica de nuestra existencia. Su universo está forjado por una imaginación poderosa, poblado por una abigarrada y pintoresca humanidad cuyo sentimentalismo, manías, ideales, vulgaridad y sufrimientos de un modo u otro reflejan y a la vez intensifican o adelgazan nuestros sentimentalismos, manías, ideales, vulgaridad y sufrimientos  […].

Joseph Conrad

Otro de los grandes temas de Conrad es el de la soledad y el aislamiento del hombre. La soledad puede ser elegida voluntariamente como una forma de expiación, o impuesta por el organismo social. Bertrand Rusell cree encontrar la clave de la personalidad de Conrad en “Amy Foster”, uno de los cuentos incluidos en Tifón  […].

Adicción a los ingleses incluye también reseñas sobre Jane Austen, Emily Brönte, Ronald Firbank, Evelyn Waugh y Flan O´Brien.

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Manera de leer

Cuando Pitol habla de literatura, de la propia y de la ajena, algo me remite insistentemente a los prólogos que [Henry] James hizo de sus novelas para la edición de Nueva York pero tan pronto alcanzo el libro adecuado en la biblioteca, el efecto desaparece y sigo buscando como si en el propio magisterio de Pitol viniese incluida esa infinita y voluptuosa manera de leer que se parece al cigarrillo en las palabras de Oscar Wilde, un placer que nunca cesa y que nunca sacia.

Christopher Domínguez Michael

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Sergio Pitol, Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez novelistas,

Lectorum, México, 2018, 164 pp.

* @mauflos

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