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viernes, 19 abril, 2024
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¡La Doctores Presente! Texto leído durante la presentación

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Comenzaré por asegurar algo que al autor del libro que hoy nos convoca lo dejará pensando: “¿habré hecho bien en invitar a este pobre cabrón?”: Elí Evangelista no sabe escribir, su escritura es atropellada, sucia y suicida, ortográficamente incorrecta (soné como viejito anquilosado de la Academia de la Lengua Española)… Hagamos ahora una pausa para preguntarle a Elí si quiere que continúe o me voy a echar unas chelas.
Sin embargo, y he aquí lo importante, lejos de representar un defecto, lo anterior en la prosa de Elí se convierte en una virtud, en su propia voz, alejada de cualquier amarre académico, y en su propio estilo, elementos estos difíciles de encontrar en los escritores de hoy en día, preocupados más por buscar becas, por la cocaína, por acostarse con chamaquitas o chamaquitos, o por buscar, así sea a costa de su dignidad, a grandes editoriales.

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A Elí no le interesa agradar a nadie. Tampoco escribir bonito y acreditar con diez y estrellita en la frente los talleres narrativos de mamones escritorcitos. Elí construye su propia prosa. Atropellada. Defectuosa. Pero suya. Muy suya. Riquísima tanto en soltura como en ingenio. Desde hace mucho quedó demostrado que el fondo no sólo supera a la forma sino que en narrativa ya no podemos ni siquiera hablar de estos términos, ya son de hueva, para fortuna nuestra se quedaron en las Universidades, se emplean solamente para necesidades académicas, hasta ahí.
Conviene ampliarse más en este punto: la prosa de Elí se cierra sobre sí misma en busca de un significado. Es una prosa combativa, si se permite tal expresión. Una prosa con el ritmo del barrio. Como en las mejores crónicas (pienso ahora mismo en algunos ejemplos de Salvador Novo, Emiliano Pérez Cruz, Nacho Trejo o don Pepe de la Colina) lo que menos nos debe importar es una sintaxis clara; al contrario, el cronista sabe que es indispensable para su trabajo la velocidad con la que se presenta el lenguaje, los giros lingüísticos, la construcción de su propia semántica desde una memoria que sin bien en un principio se constituye como colectiva se torna individual cuando el escritor reconoce que tiene algo que contar a los demás.
La Doctores ¡¡¡Presente!!! (Ediciones del Barril, 2017) se construye desde los recuerdos de un hombre. Esto es algo realmente importante y luminoso por más que nos suene a lugar común.
Los recuerdos. Son curiosas las formas que se tienen para recordar. En su libro La conquista del cerebro (BlackieBooks, 2009) Daniel Tammet nos proporciona una hermosa imagen de lo que significa la memoria: “Imagina que entras en una habitación en la que hay desperdigada una docena de objetos cotidianos. Al cabo de unos minutos, sales de la sala y mientras tanto otra persona entra y se lleva uno de los objetos. Cuando vuelves poco después, seguramente podrás decir enseguida cuál es el que se ha llevado. Como si tuvieras un poder sobrehumano, lograrás adivinarlo viendo lo que no está. Ésa es la magia de la memoria.

Vamos a valernos de este ejemplo y modifiquémoslo para La Doctores presente: Imaginen ustedes que entran a la colonia Doctores de la Ciudad de México (es necesario aclararlo para los lectores de Zacatecas), recorren sus calles, su arquitectura, sus sitios emblemáticos, sus personajes. Al cabo de unas cuantas horas, luego de disfrutar unas “gordas (elixir contra las cruditas) en el mercado Hidalgo, agarrarse a putazos con el Ponk y el Fantomas y conocer al Maradona de la Doctores”, salen; mientras tanto, Elí Evangelista entra, de hecho crece ahí, se sienta frente a la computadora y le arrebata a la colonia Doctores a “Laurita Branigan”, a “El Monstruo de la Bodega”, a “los Rudos, Rudos, Rudos”, a “Chucho el Roto”, entre otras crónicas sabrosonas, ¿nos percataríamos de ello al regresar a la Doctores?, por supuesto que no, y Elí lo sabe, y he aquí uno de los motivos y justificaciones más importantes de este libro: se nos presenta un lado oscuro y luminoso a la vez de una de las zonas geográficas más importantes de la Ciudad, tanto por su cultura, como por su historia. Su ustedes vienen de viaje a la Ciudad de México y no conocen la Doctores es perderse mucho de las historias que ahí tienen a diario representación.
Este es un libro que trata de eso: de recuerdos. Y de nombres. Estos son algunos de los primeros puntos por los que vale la pena leer La Doctores presente: es un libro de crónicas. Y también es un libro de historia. Acaso porque crónica, tiempo e historia acostumbran a dormir juntas en cualquier hotel de mala muerte de la colonia Doctores.
a Doctores presente es un libro que bien podría servir de ayuda a aquellos abuelos que se ven imposibilitados de contar historias a sus nietos. Si Geppeto hubiese vivido en la colonia Doctores y se le hubiera ocurrido un libro de crónicas de su tiempo la historia sería distinta: tendríamos a miles de niños con aventuras en sus labios, en lugar de miles de niños que se les hace creer que la nariz les crecerá por decir mentiras, acaso porque sus padres ignoran, como lo ignoró Geppeto, que, como asegura Juan Rulfo, “todo escritor que crea es en realidad un mentiroso”, ¿no les parece increíble la paradoja?

La primera apuesta de Elí es presentarnos sucesos que él considera merecen no sólo ser contados sino estar en papel. Le apuesta y se la juega. Y si se lleva el premio es porque de entrada nos habla de un microcosmos narrativo que a más de uno nos resulta ignoto: el de la emblemática colonia Doctores. Hay que insistir en ello. Sé que muchos de los que ahí viven tienen sus propias historias, las complementan, recuerdan personajes que no se señalan en el libro, sin embargo, fue a Elí al que se le ocurrió la idea y no a ellos, ni modo, será para la otra, carnales.
La primera vez que supe de la Doctores fue cuando yo era niño y a mi padre le abrieron la cajuela del coche en uno de los tantos tianguis que ahí se ponen para chingarle la herramienta, gato hidráulico incluido. Me admiré del robo. Pero más me admiré del modus operandi, pues cuando ocurrió yo según cuidaba del coche, cual policía de esquina, por lo que me llevé una buena regañada de mis padres al regresar. Pinche gente fina, pensé. Pinche chamaco menso, seguro pensó mi padre.
Hay geografías narrativas que se constituyen a partir de la óptica y de las necesidades literarias de un autor. Por ejemplo la Cómala de Juan Rulfo. Macondo de García Márquez. El Perú de la dictadura de Vargas Llosa. El París de Cortázar. Y, ¿por qué no?, la Doctores de Elí Evangelista.
No es gratuito señalarlo: quienes se aventuren a la lectura de La Doctores presente no volverán a ver con los mismos ojos a dicha colonia. Yo, por ejemplo, supe que además de abrir cajuelas y chingarse las herramientas, gato hidráulico incluido, hay personajes de apodos de esos que sólo se dan en México. No señalaré ejemplos porque seguramente en esta mesa lo harán (igual y uno de ellos fue el que se chingó a mi jefe, no uno de los de esta mesa, se entiende), historias que transitan por las venas de una colonia que nos recuerda que si algo pierde la Ciudad de México es su identidad, ya que hoy en día todo parece una misma colonia y lo mismo da si vas de la Portales a la Escandón, de la López Portillo a la Merced, siempre y cuando lleves activado el sistema de mapas de tu celular.

Me he alargado demasiado. Disculpen. No acostumbro a hacerlo. Desde que La Doctores Presente salió me he convertido en algo así como el presentador oficial, por lo que a partir de ahora cobraré al menos unas caguamas a Elí cada que me invite a presentarlo. Es broma, por supuesto. Elí bien sabe que a lo largo de mi mediana carrera como crítico literario no me tiento para decir que tal o cual libro son unas auténticas mentadas de madre, autores incluidos, broncas incluidas, sobre todo porque no hay autor joven (a los viejos ya los perdimos) que resista una crítica que no se ajuste a su espejito de princesa donde a diario se ve y pregunta: “¡espejito, espejito, quién es el mejor escritor de México?”. Sin embargo, también escribo de los libros que me gustan, y si puedo proporcionales algunas claves, algunas pistas, del por qué me parece que es un libro que vale la pena ser leído me daré por satisfecho, mi trabajo ha valido la pena, así sea con la garganta seca… por lo que bien vale festejar esta segunda edición del libro.
Muchas gracias. ■

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