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jueves, 18 abril, 2024
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Inalcanzable femenino. ‘En la ciudad de Sylvia’, de José Luis Guerín (2007)

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Por: SERGI RAMOS ALQUEZAR •

La Gualdra 322 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Cine

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El director catalán José Luis Guerín forma parte de ese pequeño grupo de cineastas que se dedica a explorar las fronteras del cine, incansables creadores de formas, siempre abiertas, que plantean en el espectador más preguntas de las que resuelven. En su película En la ciudad de Sylvia, estrenada en 2007 y publicada en DVD por Versus, el director cuenta la historia de un joven, interpretado por el francés Xavier Lafitte, cuyo nombre desconoce el espectador, que recorre la ciudad francesa de Estrasburgo en busca de Sylvia, una muchacha a la que quizás conoció allí unos años antes. Sentado en la terraza de un bar, frente al centro de arte dramático de la ciudad, el personaje observa a las jóvenes mujeres que le rodean, al tiempo que las dibuja en una serie de esbozos. En esta larga secuencia, que ocupa una tercera parte de la película, la cámara se mueve entre los distintos grupos que ocupan las mesas, siguiendo la mirada del personaje y deteniéndose en las muchachas que llaman su atención.

El espectador puede entonces adoptar su mirada de voyeur y, poco a poco, entrar en el juego de identificación que propone la película, enmarcada por la particular utilización del encuadre y del sonido. El movimiento de la cámara permite pasar del rostro de un personaje a otro, pero también desplazarse siguiendo la profundidad de campo: así, dos personajes situados en dos mesas distintas parecen entablar una conversación secreta entre ellos, anulando la distancia de la perspectiva. Entre esta maraña de rostros y fragmentos de cuerpos, surgen composiciones que recuerdan la perspectiva múltiple de los cubistas, como uno de los numerosos guiños a la pintura que van apareciendo durante toda la película. Asimismo, el espectador percibe sólo algunos retazos de conversaciones, a partir de los cuales es libre de reconstruir el relato que envuelve a cada uno de los personajes.

Sin embargo, el estado de contemplación deja entrever un ansia, presente en el propio trazo nervioso del lápiz al dibujar, que sugiere una búsqueda, un intento por establecer un contacto más allá de la mirada que cuaja cuando, tras la cristalera del café empañada por los reflejos de las figuras del exterior, aparece el personaje femenino, interpretado por la actriz española Pilar López de Ayala, quizás la Sylvia que andaba buscando. La película inicia en ese momento un giro, ya que el joven va a seguir a la muchacha en un laberíntico recorrido por las calles medievales de Estrasburgo, hasta entrar en un tranvía con ella y dirigirle la palabra. La reacción de ella atentará contra la posible identificación del espectador con la mirada del personaje masculino, y acentuará todavía más las incógnitas sobre lo que mueve al personaje y sobre la relación que se teje entre la realidad, la fantasía y el recuerdo.

El inicial voyeurismo hedonista hubiera podido atribuirse al personaje (y al espectador), como una celebración de la belleza femenina, que acababa poblando Estrasburgo de muchachas hermosas (y alguna pareja de enamorados) en una singular relectura de la ciudad de las mujeres felliniana. Sin embargo, el encuentro con el personaje femenino arremete contra esa posible mirada frívola, al mismo tiempo que elabora una imagen singular de la ciudad vista a través de los ojos del protagonista masculino.

En su persecución laberíntica por las calles de Estrasburgo, el joven, o a veces sólo la cámara, vuelve a pasar por los mismos espacios, por los cuales deambulan algunos personajes (en particular los marginales) con los que nos vamos topando inesperadamente, que aparecen y desaparecen, fruto del azar que rige los encuentros y desencuentros. Los muros de la ciudad están cubiertos de pintadas “Laura je t’aime” (“Te quiero Laura”) que transponen en el presente la inconclusa relación amorosa entre Petrarca y la amada e inasible Laura, presente en su cancionero. Van surgiendo así una serie de personajes cuya naturaleza tanto puede ser real como imaginaria. La imagen de la mujer, fijada inicialmente por la contemplación, está también determinada por la constante aparición de su reflejo en los cristales o en los espejos, por lo que la mujer se desdobla, se confunde, su rostro se superpone con otros rostros, pero también pierde su materialidad corpórea, quedando fuera del alcance del personaje masculino. Por eso, junto con la celebración de la mujer, la película queda impronta de una profunda nostalgia de lo inalcanzable.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_322

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