La acción de la película se sitúa en el Estados Unidos de la época macartista, una era de delirio paranoico (presente en cintas de ciencia ficción y de terror, con amenazas intergalácticas y seres espeluznantes surgidos del insondable fondo de las aguas, como El monstruo de la laguna negra, de Jack Arnold, 1954, referencia obligada). Una época de hostigamiento y cacería a los disidentes políticos, de furor anticomunista y de un racismo virulento. Un tiempo hoy sólo en apariencia lejano. La forma del agua no hace, por supuesto, una referencia explícita a ese gran pánico social, pero Del Toro, su director y guionista, consciente tal vez de que una realidad global como la nuestra autoriza, como pocas veces antes, traer de nuevo a colación aquellos viejos fantasmas y delirios colectivos, tiene la intuición formidable de construir toda su cinta de aventuras en torno de esa alegoría social que representa la historia de amor entre una avispada joven muda y el monstruo acuático humillado y lastimado por quienes pretenden detentar la hegemonía de una normalidad social. Al empeño de Eliza por rescatar al paria total que es ese monstruo marino del asedio de sus hostigadores, se suma una red de complicidades que pronto semejará un bloque de solidaridades. No es un azar que su compañera de trabajo y cómplice mayor en el esfuerzo sea Zelda (Octavia Spencer), una simpática mujer afroestadunidense, y también su vecino Giles (Richard Jenkins), un solterón gay con una discreta debilidad por el encanto heterodoxo de la revelación anfibia, y algunos otros personajes que añaden toques de humorismo y desenfado a la historia de terror que, paulatina y subrepticiamente, se vuelve un homenaje al cine hollywoodense de los años 50 y a sus géneros emblemáticos, al tiempo que confiere una palabra virtual a Eliza y una voz todavía mayor a las minorías sociales en aquel entonces silenciadas. Cuando la cinta de Del Toro llegue a la ceremonia de entrega de los Óscares, de modo muy destacado y en un clima de fuertes cuestionamientos a una intolerancia social dominante, se entenderá, tal vez, más allá de su jubiloso candor y su poesía visual, la imprescindible urgencia de su mensaje solidario.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: Carlos.Bonfil1