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jueves, 28 marzo, 2024
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Gilles Lipovetsky y el imperio de las urbes efímeras

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Por: JORGE IGNACIO IBARRA* •

La Gualdra 321 / Dossier Lipovetsky

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Tras el último golpe de la retroexcavadora cayo el último muro de la vieja casona en el centro de Monterrey, dos o tres piedras que se mantenían de pie se parten sobre el piso. Los sillares amarillentos, material regional por excelencia en el Siglo XIX, se amontona en el terreno ubicado muy cerca de la Macroplaza, espacio modernista que en los ochenta del siglo pasado se plantó en corazón de la capital borrando buena parte del plano antiguo y algunos edificios venerables de la época porfiriana. Lamentando esta última pérdida del legado arquitectónico de la capital neoleonesa (escaso de por sí, arrasado por caudillos carrancistas de la revolución de 1910 y depredadores urbanos millenials) se encuentran dos o tres vecinos observando silenciosos la demolición: Monterrey destruye y construye con la velocidad de la urgencia del mercado global, en este camino desbocado no es importante la memoria, o el legado, la urgencia es la creación de espacios para que la actividad comercial continúe. Velocidad y olvido son dos temas fundamentales que Lipovetsky pone en la mesa de la discusión de la cultura de nuestro tiempo se observan en este acto de demolición.

El caso de Monterrey es paradigmático así como ilustrador de las distintas velocidades que la modernidad mexicana o bien latinoamericana presenta como característica singular. Debe destacarse aquí el afán de nuestras élites políticas de copiar los modelos de Europa y luego de Estados Unidos erigiendo avenidas, bulevares, plazas, monumentos y toda clase de construcción que agregara un toque de modernidad evidente a las poblaciones venidas de la edad colonial desprovistas en buena parte de eso que llamaríamos funcionalidad urbana moderna. Al igual que Monterrey, otras urbes del país, como León, Guadalajara, Querétaro o Zacatecas, todas ellas con su pasado económico particular, se quieren modernas y actuales, sin considerar por supuesto, la gran urbe mexicana por antonomasia que es la Ciudad de México. Sin embargo, sabemos, esta modernidad se da por pedazos, trazos aquí y allá que se superponen a la vieja población novohispana; así las piedras antiguas se confunden con los muros españoles, luego modernos.

Lipovetsky ha pensado que la modernidad no tiene preocupación por el pasado, su camino es un camino que no ve por lo que queda atrás, lo cual por supuesto responde a una lógica particular de la moda y el consumo. Una ciudad como Monterrey es un caso evidente de una modernidad latinoamericana que se acomoda perfectamente a lo descrito por Lipovetsky, es el expediente de un olvido en aras de un futuro dominado por la visión del mercado y la eficiencia, la prisa y la ansiedad por la novedad. Otras ciudades mexicanas, debemos recordar, no observan esta velocidad de lo efímero de una manera tan palpable, pues, digámoslo así, poseen una secreta sabiduría para incorporar lo moderno con su legado histórico.

Ciudades que guardan la herencia novohispana, herencia de auge y esplendor, del dominio y la civilización mestiza, contrastan con las urbes industriales y mercantiles de la frontera norte. La misma Ciudad de México nos ofrece en un mismo lugar las dos caras de una modernidad que no perdona y se instala arrasando lo antiguo o bien en las periferias. Es el caso también de Querétaro, donde los rascacielos se abren paso entre las cúpulas católicas y el acueducto. La cuestión en una modernidad como la nuestra es la convivencia de diversos tiempos históricos, diversas formas de apreciación del tiempo, algo que no termina de cuajar del todo. Hubo un tiempo en que pensadores como Samuel Ramos u Octavio Paz trataron de explicarse y explicar a mexicanos y extranjeros en qué consistía eso que pudiéramos llamar la realidad mexicana. Sus resultados dieron con el lugar hoy común del sincretismo o mestizaje, de la ambigüedad del mexicano, de su lucha desesperada por el reconocimiento de las metrópolis y el resentimiento como norma de vida hacia lo que considera más poderoso y superior que él. El mexicano, lo mexicano como sustantivo se traslada a lo urbano en la forma de la arquitectura barroca que después pasa a los modelos europeos y americanos. Los tiempos de México, diversos y contradictorios conviven de esta manera en oposición y en ciertas ocasiones en armonía. La velocidad moderna se las ve con las caras de la tradición y la memoria. Lipovetsky ha dicho sobre este punto que el riesgo de la velocidad moderna es tal vez el olvido el caer en consumismo y la moda como referentes últimos de nuestra existencia. Nada más cercano a su visión de la realidad social que la transformación de nuestros centros urbanos, particularmente en el Norte del país en territorios dominados por la novedad desbocada y sin sentido. Lo efímero, aquel estado de transformación que sólo responde a los movimientos constantes de la oferta de la moda dicta para estas ciudades su rostro y una realidad moldeada en las pasiones construidas por el mercado. Bares y tiendas de ropa, copiados en su imagen y mercancías del modelo global de negocios. Alguien ha dicho por ahí que cada vez se distinguen cada vez menos las tiendas de un aeropuerto y otro, esté uno en Europa y el otro Asia, los tenis y ropa de marca, incluso los comerciales son réplica los unos de los otros, variando por supuesto, solamente el idioma; el mercado global dispone de esta manera los estilos y gustos del consumidor; la llamada “gentrificación” sustitución de los espacios vivos de los centros de una ciudad en corredores de diversión y compras de moda, genera esta sensación de renovación artificiosa que hace de complemento a esta homogenización de los comercios en los aeropuertos internacionales.

Marco Alejandro Chávez Pérez. «Tolchicuautli». De la serie Los Hijos de la Nahuala. Linografía. 30×100 cm. 2017.

Marco Alejandro Chávez Pérez. «Tolchicuautli». De la serie Los Hijos de la Nahuala. Linografía. 30×100 cm. 2017.

 

Sin duda, las situaciones aquí planteadas, familiares a muchos, nos llevan a plantear si no estamos enjuiciando duramente lo que podría ser una situación de progreso material que debemos agradecer por ofrecernos una felicidad asequible, en caso de disponer el efectivo necesario, y como el mismo Lipovetsky menciona, se trata de un súper mercado global, acompañado de su elemento liberal y democrático que nos ha dado paz[1] pero también agrega ahí mismo lo siguiente: “el capitalismo ha creado una cultura de distracción, seducción y frivolidad” efectivamente, no solamente la moda en el vestir o en el cuidado del cuerpo, se trata también de una tendencia que impacta sobre las calles y nuestros edificios, nuestras plazas y espacios públicos. Lipovetsky ha llamado la atención sobre este imperio de lo efímero[2] no afecta no sólo nuestras mentes sino el espacio mismo. Si nuestro juicio es duro, es porque lo efímero se ha impuesto despiadadamente como condición de vida tocando aquellas cosas que considerábamos debían ser inmovibles. ¿Es esto suficiente razón para condenar lo moderno y el capitalismo? Lipovetsky piensa que es suficiente, sin embargo debemos sopesar como dijimos antes algunas ventajas que este mundo efímero y consumista nos puede ofrecer. Pienso que el sociólogo francés da en el clavo cuando nos propone encontrar lo valioso y rescatable para convertirlo en la piedra de toque de una nueva conciencia que dirija esta velocidad moderna hacia algo realmente constructivo.

Cuando hablamos de una realidad de distintas velocidades en nuestra realidad mexicana, de una modernidad mexicana que plantea de entrada una convivencia entre la tradición, memoria y lo efímero, pensamos en la resistencia de la identidad, o bien las identidades: la nacional, la local, la barrial, que día a día se enfrentan con los efectos de la modernidad y lo efímero. Las Morismas de Bracho en Zacatecas, festividad plenamente actual, a pesar de la distancia de la religión entre los jóvenes, permite poner en evidencia esta confrontación, si cuando observamos esos ejércitos de creyentes-celebrantes con sus estruendosos arcabuces y bandas de guerra, sus representaciones y batallas campales, nos es posible observar como sucede esta convivencia entre el peso de la tradición y la memoria y lo pasajero de lo efímero. El barrio con sus tradiciones e identidad persiste a lo efímero. Es claro que no toda ciudad mantiene un legado rico en prácticas de ese tipo, particularmente en la frontera norte del país. Sin embargo el punto es lo siguiente: la persistencia de la memoria puede ser el contrapeso al arrollador avance de lo efímero. Lipovetsky nos ha invitado a desarrollar esta memoria, en forma de tradición muchas veces, en otra en forma de conciencia cívica, para dirigir de alguna manera la fuerza de donde brota esa condición de evanescencia permanente que llamamos lo efímero. Echar mano del legado histórico donde este se encuentre conservado, levantarlo allá donde se encuentre caído o mermado, no condenar lo moderno sino antes bien armonizar con lo memoria y la tradición. Hablamos antes de velocidades, qué son éstas sino las distintas maneras de pensar y vivir que se reúnen en el espacio urbano. La moda, elemento que cuenta con una velocidad descomunal imprime presión sobre las mentes y cuerpos, empuja hacia el cuidado extremo de la apariencia. Es ésa una forma de pensar que tiene un correlato en la vida urbana, desde la proliferación de los establecimientos comerciales dedicados a la nutrición y los alimentos energéticos hasta aquellos dedicados a la venta de accesorios para celular, o arreglo de las uñas. El nuevo comercio está volcado hacia el entretenimiento y la imagen personal. La obra de Lipovetsky ha sido juzgada de moralista y superficial por hacer crítica de todos estos elementos de la vida actual, pero debemos tomar en cuenta que su intención es claramente constructiva. No se trata de denunciar simplemente la orientación hedonista y consumista del capitalismo en el siglo XXI, se trata de conectar las diversas herencias y modos de pensar en la urbe moderna. Sea Monterrey o Zacatecas, Querétaro o Ciudad Juárez; México como otros países de Latinoamérica posee una realidad compleja y variada de culturas con sus respectivas forma de pensar, complejidad que configura la construcción de nuevos valores morales, estéticos y políticos, incluso en una forma de convivencia urbana que tome como base la incorporación de lo viejo y lo nuevo. Lo efímero guiado por la identidad y la memoria.

Lipovetsky es, como en su tiempo lo fue otro grande de la ciencia social como Georg Simmel (1858-1918) un estudioso de la vida urbana y la transformación de la cultura; pensar hoy las ciudades en la modernidad capitalista del siglo XXI implica pensar en grandes transformaciones y desafíos. Negar el cambio es absurdo, sin embargo, negar el olvido y el abandono es algo que está justificado si destruye nuestra identidad y nuestra posibilidad de convivencia, tal como lo fue en tiempos pasados. Nuestra modernidad singular exige como ha pedido Simmel y ahora Lipovetsky, incluir y vivificar, no excluir y dejar morir, así la más triste casa de la esquina hecha con adobe o ladrillo, debe sopesarse su aportación e historia, su posibilidad de contribuir al entorno urbano moderno. Respecto a la moda y las personas, lo mismo podemos decir, se trata de persistir junto a nuestras creaciones tecnológicas y disponer de nuestra imaginación construyendo nuestra identidad y nuestra memoria.

 

 

*Jorge Ignacio Ibarra: (Monclova, Coahuila 1970) Licenciado en filosofía por la UANL, Master en Difusión Cultural en la UANL, Doctor en Filosofía por la UIA-México DF, miembro del SNI, coordina el GINVEC, grupo de investigación de la FFYL-UANL. Su obra reciente se titula: El regreso de la Metafísica y la Tradición.

 

 

 

 

[1] “No hay que satanizar la época en que vivimos” de G. Lipovetsky, Milenio Diario, Diciembre 9 del 2017: http://www.milenio.com/cultura/dominical/gilles_lipovetsky-filosofo-de_la_ligereza-vivimos_una_epoca_de_lo_light_0_802720122.html

[2] Lipovestsky, Gilles, El imperio de lo efímero, Barcelona, Anagrama, 2006.

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