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jueves, 25 abril, 2024
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Brevísimas notas sobre la sucesión presidencial en 2017

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

Quizá por nuestra cultura política personalista, derivada de una larga historia en la que el poder y el Estado se han identificado con un solo hombre (sí, nuestra realidad también es misógina), el proceso político por el que se elige a quien se hará cargo del Poder Ejecutivo, llama la atención aún de quiénes no se sientes atraídos por otros asuntos de la agenda pública. Siempre ha sido así: un ritual que en nuestro caso ha provocado desde guerras civiles y revueltas en el siglo XIX, hasta crisis financieras a finales del siglo XX.

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Hay que lamentar que en este 2017, antesala de la tercera elección después de la alternancia, no hayamos logrado insertar en la lógica de los partidos políticos la posibilidad de elecciones primarias para la participación, sino abierta de la ciudadanía, cuando menos de sus militantes para la selección de quiénes los representaran en el proceso electoral constitucional.

En el texto El antiguo régimen y la transición política, expresaba del sistema político mexicano posrevolucionario, análogo al ornitorrinco en zoología: no era un ave, tampoco un mamífero común: era simplemente original. Así el nacionalismo revolucionario  se ostentaba orgulloso de esta originalidad que vestía el sistema de partido hegemónico. El simplismo populista no permite hoy tal orgullo de origen: generamos páginas y páginas de análisis para concluir en lo mismo: nuestros partidos no se permiten ser democráticos al momento de designar a sus candidatos. Pero tampoco asumimos con seriedad esta realidad. De derecha a izquierda pasando por el centro, se desviven en falsos argumentos sin asumir lo que quizá es un proceso que goza de argumentos: la selección no se hace en razón de cantidades, sino de cualidades.

El conocido fenómeno del “tapadismo”, común a todas las expresiones políticas, bien podría ser explicado en La herencia de Jorge Castañeda: los Presidentes en turno elegían a su sucesor, Candidato oficialista y virtual titular del Ejecutivo, a partir de una serie de criterios sobre cualidades y aptitudes, análisis sobre los retos inmediatos y futuros del país, así como de apoyos y resistencias en los distintos sectores y actores del contexto, definían a alguien que cumpliera con estas cualidades y permitiera un tránsito más o menos consensuado hacia la Presidencia de la República. El modelo se agotó en 1988 e hizo crisis (de todo tipo) en 1994, cuando incluso se llegó al magnicidio.

Los Presidentes de Acción Nacional, en cambio no lograron en ningún caso imponer a sus favoritos como candidatos para sucederlos, aunque lo intentaron. Ni Fox pudo imponer a Santiago Creel, como tampoco Calderón lo logró con Ernesto Cordero; quizá habría que agregar con oscura ironía que Salinas de Gortari vio abortado su proyecto también al verse obligado a designar a Ernesto Zedillo en la posición que trabajó durante seis años para Luis Donaldo Colosio. Este año el PAN parece haber renunciado a una historia democrática reconocida, cuando menos en la decisión de realizar consultas a sus militantes para la definición de su Candidato Presidencial, y ha cedido al encanto del queretano Anaya, sin más oposición que la que lo legitima al interior (Derbez, Moreno Valle, Romero Hicks o Ruffo).

En la izquierda no andan lejos de estas prácticas: López Obrador no ha resultado candidato, a través de un proceso democrático abierto a la militancia de los partidos que lo seleccionan, cuando menos, ninguna de las cuatro últimas ocasiones en las que lo ha sido (a Jefe de Gobierno en 2000 y a Presidente de la República en 2006, 2012 y 2018).

Yo creo que, aunque lo ideal es que los partidos políticos estén obligados a realizar procesos democráticos para la designación de sus candidaturas, en el caso del Presidente de la República en una posición muy minimalista, si no lo hacen como en este año, debería de rendir cuentas sobre los criterios y argumentos que les han permitido tomar la decisión de elegir a X o Y persona para representarlos. He aquí una solicitud de transparencia, que en aras del ejercicio de acceso a la información, es materia para un interesante ejercicio de litigio estratégico para avanzar rumbo a partidos políticos que honren su calidad de entidades de interés público.

 

@CarlosETorres_

www.deliberemos.blogspot.mx

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