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sábado, 20 abril, 2024
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¿Por qué es tan importante la candidatura de Marichuy?

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Las cifras de pobreza y desigualdad son un buen resumen de la situación de la nación porque en una misma medida aglutinada juntan el ingreso, el rezago educativo, la cobertura en salud, la seguridad social, la alimentación y la vivienda con sus servicios. Y lo que nos dicen los estudios con las metodologías multidimensionales, es que el bienestar de los mexicanos tiene décadas en pésimas condiciones al mismo tiempo que los pequeños grupos de muy ricos se alejan como meteoritos del resto de la población. Un grupo selecto de familias se han enriquecido en forma obscena, al mismo tiempo que 53 millones de mexicanos sufren de carencias elementales para su bienestar. Ahora bien, esta situación que ya dura más de 3 décadas en forma persistente debe tener una explicación rigurosa.

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Lo que explica esta situación que provoca pobreza, dolor y sufrimiento de capas enormes de la población, es que el encargado de hacer las políticas, crear estrategias económicas y redistribuir la riqueza (el Estado) está ocupado, invadido y usurpado por los intereses de los grandes capitales que, desde la organización de la hacienda pública, las leyes sobre uso de suelo, explotación de los energéticos, regulación económica y ‘estabilidad’ financiera, benefician directamente a esos grandes capitales. Por ello, no es gratuito que las mediciones de la desigualdad funcional, es decir, la diferencia de reparto del PIB entre el trabajo y capital, al primero le toque sólo 24% del mismo. Por tanto, la ocupación del Estado por parte de estos poderes que nadie ha elegido, pero actúan en la dirección de las políticas públicas, se corresponde con la fragmentación del poder que tiene  el trabajo: los sindicatos, las organizaciones campesinas, las coordinaciones populares y juveniles, etcétera, están en franca desarticulación, sin cohesión, sin acción colectiva y sin poder de incidencia sobre las políticas estatales. El Estado es una síntesis de esos equilibrios de fuerzas sociales, pero ahora hay es una brutal asimetría de fuerzas: el Capital ha dominado el poder político sin contrapesos reales. Sin un contrapoder con incidencia en las políticas del Estado, la desigualdad y la pobreza seguirán en la misma circunstancia. El sistema de partidos en su conjunto se ha divorciado de los sectores sociales concretos, y se han convertido en una casta independiente del tejido social, que gobierna de la misma manera, sea cual sea el partido que esté sentado en la silla. (Morena promete que no gobernará igual, pero ahora mismo es sólo una promesa).

Para que pueda revertirse esta situación se requieren tres condiciones: (a) que los propios afectados se conviertan en sujetos políticos; (b) la articulación de una cadena equivalencial en el movimiento social; y (c) que empiece a operar una forma de poder ‘contra-dominante’. Explicamos.

Sólo un poder político emergido de los propios ámbitos de aquellos que han sido afectados por esas políticas que reproducen la pobreza (y sus consecuencias), tiene la posibilidad de constituir un auténtico contrapoder que reestructure al Estado y, con ello, modificar las estructuras sociales que reproducen la pobreza. Y el actor que representa mejor a dichos afectados son los pueblos indígenas, que han sido profundamente agredidos debido al despojo de sus bienes naturales y culturales. La situación de los pueblos indígenas revela o pone a la vista los efectos del modelo de crecimiento económico (de acumulación) que ahora mismo padecemos. Al poner en el centro de la mirada pública la situación de los pueblos indios, se pone a la vista la estructura económica que despoja a la nación de sus riquezas bio-culturales y la convierte en un desierto del bienestar.

Ahora mismo no hay un contra-poder que detenga el despojo y enriquecimiento injusto del Capital a costa del usufructo del subsuelo, el trabajo barato y el dominio del mercado. La única manera de construir ese contrapoder es tejiendo o articulado organizaciones y movimientos de diferente ámbito y sector social: profesores, campesinos, estudiantes, mineros, etcétera. A esa articulación de estos diversos ‘significantes’ sociales, Laclau le llama “cadena equivalencial”: un amplio tejido organizacional. El Consejo Nacional Indígena viene a conformar la síntesis de los intereses de los afectados por el actual modelo de acumulación. Actualmente, en este aspecto hay un desierto, casi no hay nada. De tal manera que construir esta cadena equivalencial es una creación desde la nada. El inicio es que la población ‘voltee a ver’ y ‘caiga en la cuenta’ de la situación en la que estamos, y sepa (además) por qué estamos así. La campaña de Marichuy sirve justamente para esto último.

El ejercicio de otro tipo de poder se deja ver en la figura misma de Marichuy como ‘vocera’. No está de candidata o aspirante para estar en la boleta de elección por su ambición de poder, sino está ahí por un mandato de los pueblos: está prestando un servicio. Es una manera de construir un poder en forma de servicio. Contrasta con el resto de candidatos que babean de ambición en la lucha por el puesto: es el poder en forma de dominio. Este movimiento apenas inicia. Está casi en la nada, pero tiene mucho por donde crecer. La esperanza se siembra como la mostaza: semillas pequeñas que generan árboles enormes.

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