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viernes, 26 abril, 2024
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El Santo logró inscribirse en la “gran categoría de los mitos heroicos”

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Por: ALMA RÍOS •

■ El luchador se constituyó como figura emblemática de la cultura popular, señala historiador

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■ Romper la división entre fantasía y realidad, uno de los factores clave del personaje

Rodolfo Guzmán Huerta (Tulancingo, Hidalgo, 1917- Ciudad de México, 1984), quien logró constituirse como figura emblemática de la cultura popular mexicana como El Santo –El enmascarado de plata-, formó parte de la ola migratoria de los años 30 a la Ciudad de México, donde tuvo varios oficios y buen desempeño en los deportes que lo llevaron a descubrir la lucha libre al momento de su gran auge, el periodo comprendido entre los años 40 a 50 del siglo pasado. Debido a una mezcla de habilitad deportiva, gestos simbólicos, carisma personal, y su irrupción en un México que buscaba insertarse en el primer mundo, se convirtió gracias a su difusión a través de historietas y películas, en un ícono de masas, y a la postre, en un personaje que logró inscribirse en la “gran categoría de los mitos heroicos”, dijo en Acentos, programa de La Jornada Zacatecas TV, Álvaro Fernández, experto en Historia del cine, de la Universidad de Guadalajara.

Para tratar de entender quién es El Santo, -lo expresó así, conjugando el verbo en tiempo presente-, hay que ofrecer diferentes claves interpretativas, pues saberlo a ciencia cierta es muy complejo, en tanto que refiere muchas vetas, líneas y dimensiones.

Lo situó en principio como un “tipo común y corriente” perteneciente a una ola migratoria que desde los estados de la República, en este caso desde Hidalgo, llegaron a la Ciudad de México en los años 30.

De manera sintética comentó que Guzmán Huerta tuvo varios hermanos, vivió algunas penurias, entre ellas la muerte de su padre, era bueno para los deportes y gustaba de la pintura. Trabajó en diversos oficios, “pero de pronto descubrió la lucha libre” que en ese momento gozaba de una gran efervescencia, pues se encontraba en su época de oro.

El perfil de El Enmascarado de Plata también deviene de sus antagonistas, dijo a pregunta expresa del conductor de la serie, Carlos Navarrete Ortiz.

“Tenía una gama de villanos, porque para que haya un buen héroe tiene que haber un gran archivillano”.

De esta manera se enfrentó en sus más de 50 películas, “a todas las leyendas tradicionales del folclor europeo pero también del mexicano”: La Llorona, las momias de Guanajuato, las mujeres vampiro, hombres lobo, extraterrestres y aun masas amorfas, “contra pelucas, contra arañas”, pero también contra criminales de carne y hueso, “eso digamos que habla de muchas posibilidades de encontrar el mal”.

 

Cómo se construyó

el mito de El Santo

El Enmascarado de Plata a diferencia de otros luchadores también exitosos de la época como Blue Demon, tenía un carisma especial. “Entrevisté a muchas personas que me decían nunca vas a encontrar a alguien que te habla mal de El Santo”.

Fue además muy celoso en mantenerse incógnito, “mezcla mucho esa parte del mito que se crea a través de la persona y el mito del personaje”.

Dentro de la lucha libre, fue un gran luchador al principio técnico, luego rudo, que no obstante rezar en la esquina del cuadrilátero frente a la masa concentrada en la Arena México, “masacraba a sus adversarios después”, dejándolos ensangrentados.

“Ese tipo de eventos rituales iban construyendo el mito” que se reforzó también a través de historietas que lo tuvieron como protagonista.

“El comic es una veta muy poco explorada y explotada de El Santo y de la historia de México incluso”. En este caso llegaron a publicarse en Sudamérica hasta tres entregas por semana que conjuntaban alrededor de 100 páginas de imágenes y argumentos, “una especie de locura muy surrealista, como escritura automática”.

En un mismo número, el luchador podía pelear contra la muerte, el minotauro o Anubis, “todas las mitologías mezcladas. Es como los surrealistas, que escribían para sacar y sacar historias”.

El Santo además era guadalupano. En la contraportada del primer número de la historieta, “le está rezando a la virgen”, en cuya imagen encontraba “muchas claves”.

Todo esto congregó en torno de sí, “una gran carga simbólica”, aun la que refiere su identificación con la plata, un metal que para los alquimistas es necesario para acabar con los demonios.

“Desde el punto de vista católico, religioso, mágico, místico…se llama El Santo y no el Demonio Azul”, lo cual dijo en coincidencia con Carlos Navarrete, “en una sociedad tremendamente católica y con una carga ideológica muy fuerte” logró proyectar una “simbología religiosa”.

Pero si El Santo se vinculó a la tradición mítica y religiosa de México como guadalupano y luchando contra las momias o la Llorona, también fue un héroe netamente moderno al abanderar las expectativas de un país que buscaba insertarse en el plano internacional, el de Miguel Alemán Valdés y subsecuentes presidentes.

Industrialmente había una economía muy activa y la clase media creció, “hay muchos factores sociales que van siendo el caldo de cultivo para que crezca este héroe en carga simbólica”, dijo Álvaro Fernández.

Carlos Navarrete trajo a colación una conversación con el historiador Alejandro Ortega, también amante del cine,  que comparaba al luchador con “un Julio Verne, precursor de los smartwatch” a través del que se comunicaba utilizando también unas computadoras “que parecían muy sofisticadas”. Algo también muy surrealista, y más parecido al expresionismo alemán, dijo.

La figura de El Santo se inscribe en un sector popular urbano procedente de olas migratorias desde los estados de la República, “donde el luchador se convierte en un nuevo sujeto social que tiene aspiraciones a ser clase media pero que viene del barrio”.

Encarna los deseos y temores de este sector, pero logró codearse con otras clases sociales, “era un héroe que en calidad de Star system estaba al lado, a lo mejor, de Pedro Infante o las mujeres más guapas de los años 60, las mujeres vampiro, que casi siempre andaban en traje de baño”.

Hay pues una corporalidad de la época, un imaginario, con el que este sector popular se proyectaba.

Sobre el tema de la máscara y la identidad del mexicano, y las tres ocasiones en que El Santo levantó el embozo para mostrar parte del rostro, la última en un programa de Jacobo Zabludovsky, Álvaro Fernández dijo que “la máscara oculta pero a la vez representa”. Es un elemento presente en todas las culturas y todos los tiempos. “Y lo que está representando aquí es justamente, esa incógnita en la que ya es un cliché decirlo, todos podemos ser El Santo, como todos podemos ser Marcos”.

La máscara nos permite cubrirnos y a la vez ser la persona que no podemos ser en la vida real, posiblemente, observó.

Otro factor clave para entender el mito de El Santo es que logró romper la división entre fantasía y realidad, pues era un héroe real al que podía vérsele luchando los domingos en el ring, “pero entre semana”, lo hacía contra “mujeres vampiro, marcianos, masas amorfas, monstruos, etc.”.

Muchos extranjeros pensaban en él como un Superman imaginario, y cuando se enteraban que luchaba realmente no lo podían creer, “era un ser peculiar dentro de la mitología heroica”.

Las películas de El Santo, acotó otra vez Navarrete Ortiz, luego de su recepción en México trascendieron las fronteras nacionales para volverse un cine de culto, “no sé cómo lo cataloguen surrealista, absurdo. Lo platicamos que hay una frase de -Juan- Villoro, que si las películas de El Santo hubieran sido intencionales rivalizarían con las tramas de Buñuel”.

La gran diferencia dijo Álvaro Fernández es que Luis Buñuel era un hombre de ideas y los cineastas en torno a El Santo, “hombres de ocurrencias”.

Invitó asimismo a tener en cuenta respecto a la construcción de este mito moderno, que fue confeccionado por los medios masivos de comunicación.

“Los mitólogos van a decir no, no es un mito porque los mitos hablan de una cultura desde las entrañas y la profundidad, pero bueno, El Santo también lo es a su manera, porque se inscribe en el contexto moderno de los años 50, una época determinada”.

El cine de luchadores inició en 1952 pero fue hasta los años 60 que se convirtió realmente en un género, o un macrogénero, dijo, que logró congregar a varios otros, proponiendo un híbrido muy interesante.

Tuvo mucha fuerza porque involucró elementos de lo fantástico a mediados de los 60, pero los villanos fueron cambiando, aparecían gánsters o spinters del espionaje, pero también “una ola densa de seres de ultratumba”, y más tarde gracias a la influencia de James Bond, se regresaría al tema del espionaje pero en el contexto internacional.

Álvaro Fernández habló metafóricamente de una primera etapa propuesta para un público “infantil” y una segunda, para otro más “adolescente, calenturiento”.

En la fase de películas a color El Santo se transformó manteniendo relaciones con chicas, “ya más a la James Bond, pero antes tenía, no en todas las películas, pero en la mayoría, un código moral muy férreo”.

Se generó entonces, aportó Navarrete Ortiz, una controversia, respecto de películas que si bien no eran porno si involucraban aspectos eróticos, “más descocadas”, como Santo contra las mujeres vampiro.

Ocurrió que además de acercarse el personaje al estilo de un James Bond, también se rodaron dobles versiones de sus películas con mujeres desnudas y para públicos extranjeros, precisó Fernández.

Se convirtió esto mismo en un mito, pues se decía que tales cintas no existían, “nos dimos cuenta hace tres o cuatro años” que sí, dijo.

“Creo que en toda la historia del cine mexicano, la de El Santo, ha sido la película que más años ha durado censurada y es El vampiro y el sexo”, que estuvo “enlatada” desde 1968 hasta 2013.

Hubo también en este cine una carga ideológica que trasladó la guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, a México. Las luchas que reservaba El Santo para los científicos, los mostraban alemanes o rusos, recordó, Carlos Navarrete.

El tema de El Santo -El Enmascarado de Plata-, que tuvo como escenario para abordarse el entorno de la Farmacia Galénica, ubicada en la capital del estado de Zacatecas, es amplio por sus muchas aristas.

Álvaro Fernández por último recomendó las películas de este personaje que considera más entrañables.

“Yo los invitaría a ver Santo contra las mujeres vampiro que es la película que en el Festival de San Sebastián en España le valió una mención” y que le valió a ese tipo de cine el mote de “surrealista”. La cinta no ganó ningún premio, dijo, pero destacó por su peculiaridad, y se le considera “muy buena desde el punto de vista de las películas de luchadores”.

Los otros filmes que invitó a ver, fueron la coproducción México-España, Misión suicida, “más a la James Bond”, y “otra que sí es un desquicio total, en la que pelea contra una peluca, se llama Profanadores de tumbas”.

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