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jueves, 25 abril, 2024
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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • Admin •

¿Qué es una librería? Definitivamente un espacio de encuentro. Un lugar donde libro y lector se hallan e identifican. Pero es también un sitio de consumo, el punto de conexión ideal entre cultura y capitalismo. No cualquiera accede a una librería, no todos nos atrevemos a cruzar el umbral que separa el mundo real de ese otro mundo donde conviven los ideales de conocimiento con los de holgazanería y ocio. Porque quien consume libros, quien aspira al conocimiento es, en primer término, un holgazán y un ocioso. Basta ver a los paseantes de las librerías: sus caras, siempre un poco aletargadas, perdidas entre los lomos y los diversos títulos de autores, géneros y temas. Nadie mejor para comprar libros que aquél a quien le gusta perder el tiempo. El mejor cliente es ése que no teme pasar la tarde entera entre papel y polvo.

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Jorge Carrión, en Librerías, habla de todo lo relacionado con estos establecimientos. El autor es un viajero y un lector consuetudinario, a pesar de que hay cierta paradoja en esta frase. Leer es viajar, tanto para Carrión como para William Hazlitt, o Lezama Lima -quien rara vez salió de Cuba- y otros muchos grandes visitantes de libros y librerías.

Finalista del Premio Herralde de Ensayo, esta obra es un collage donde convive la crónica de viaje, el relato y el álbum fotográfico. Carrión nos lleva de la mano a través de las librerías que ha recorrido, sus historias y las impresiones que en él causaron. Siempre, como en todos los viajes, acompaña las páginas con fotografías y citas. Un ensayo como éste se vuelve un manjar para el fetichista libresco, para el voyeur que mira sobre el hombro del que se encuentra con el objeto deseado: el libro, las librerías, que en este caso no son más que la posibilidad de un encuentro postergado que nos espera en todos los rincones del mundo. Jorge Carrión lo recorre en busca de esos lugares que se parecen a las bibliotecas pero que son diferentes, tanto en su concepción como en su función utilitaria. Las bibliotecas representan el culto al pasado, mientras que las librerías son todo presente y, si acaso, hay en ellas algo de futuro. “Las culturas no pueden existir sin memoria, pero tampoco sin olvido”. La librería selecciona, se adecúa al flujo del presente y olvida, su finalidad no es acumular, sino vender. A veces nos olvidamos que se trata de un negocio, no de un museo ni un sitio para la adoración contemplativa.

¿Y qué vende una librería? No nos engañemos, no oferta conocimiento; si acaso ofrece la felicidad del fetiche, un fetichismo que se acerca a lo religioso, incluso a lo sexual. Vende la anomalía de la diferencia compartida -soy diferente al igual que otros miles de diferentes-, la puerta al elitismo, a la categoría de homo sapiens. Compramos libros para identificarnos, para justificarnos, para escaparnos y, sí, a veces, también los leemos para saber y conocer (nos). Cuando dejamos de tratar el libro como objeto y empezamos a tratarlo “de hombre a hombre”, como diría Claude Roy, nos damos cuenta que “los libros son personas o no son nada. En cuanto se quiere encontrar una utilidad utilitaria a la literatura se le ve languidecer, encogerse y perecer.”

Entonces ¿qué es una librería? Definitivamente, “ese lugar gratuito y perfecto que no puede servir para nada”.

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