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viernes, 19 abril, 2024
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Tenemos una clase política que no aprendió de Ayotzinapa: Valdez

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Por: ALMA RÍOS •

■ Reflexiona Javier Valdez sobre el homicidio y tortura de reportera en el estado de Veracruz

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■ El gobierno asesina de nuevo a víctimas al ubicarlas en las filas del narco o la delincuencia

“Tenemos una clase política que no aprende, que no aprendió de Ayotzinapa. Al día siguiente de Ayotzinapa siguieron despareciendo, asesinando, golpeando, reprimiendo, levantando…no aprende la clase política mexicana y no va a aprender. Nosotros tenemos que enseñarle a punta de chingazos, o hacen bien las cosas o los destituimos a base de movilizaciones y de buenas historias, de buen periodismo”, dijo Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, Sinaloa, 1967).

Las palabras del periodista fundador del semanario Ríodoce, fueron convocadas por el reciente secuestro, tortura y muerte de otra periodista, la número 19 en el Veracruz gobernado por el priísta Javier Duarte, y 23 en el país en los últimos 12 años, Anabel Flores Salazar.

En la lectura, el autor de Levantones y Con una granada en la boca –ambas publicadas por editorial Aguilar, no deja fuera la autocrítica en la que también observa un fracaso del gremio, en el que dice, no hay unidad ni organización para enfrentar “todo esto”.

Los periodistas se están conformando con hacer coberturas, a veces mediocres de los hechos violentos, contribuyendo “a la deshumanización, a contar los asesinatos y nos hemos olvidado de las personas”.

Y específicamente dentro del ámbito de los comunicadores asesinados, dice, “creo que nos hace falta mucho, muchísimo más. Nos hemos quedado cortos frente a tanta tragedia”.

Ante el otro fracaso, el del gobierno, que deja sin resguardo a la ciudadanía y en ella también a los reporteros porque “no hay nada que nos salve de las balas, absolutamente nada, ni un chaleco, ni un equipo de seguridad o escoltas militares o de policía”, tampoco han servido los presuntos protocolos de protección, como ha exhibido una y otra vez lo fácil que es morir violentamente en México.

El protocolo de protección a periodistas es “para mí sólo un fantasma, frases huecas, demagogia de la autoridad”.

Donde existe un gobierno cómplice, corrupto, abusivo y criminal, dice, “no hay protocolo que sirva”, a menos que sea la salida del país de los periodistas, pues ni siquiera la huida de su región, de su estado ha logrado salvaguardarles la vida, como lo exhibió el caso del fotoperiodista Rubén Espinosa, quien huyó de Veracruz para encontrar la muerte en la colonia Narvarte en la Ciudad de México.

El círculo vicioso se expresa en la falta de aplicación de la ley, la omisión o la franca complicidad o la corrupción de las autoridades, por lo que asesta, “nada nos va a salvar de esta barbarie, nada nos va a salvar de este ambiente de impunidad, de salvajismo, de narcotráfico en este imperio de la ley de la selva”.

Y luego de la muerte violenta, viene una segunda, agrega, la que se ocasiona a la víctima con el tratamiento que se da a la información, como ya denunciaron también en este caso periodistas de Veracruz en una carta abierta.

“La sociedad y los medios y sobre todo el gobierno asesinan de nuevo a las víctimas al ubicarlos a manera de justificación en las filas del narcotráfico o de la delincuencia, como diciendo: se lo merecían”.

Si hay casos de colusión o complicidad el gobierno está obligado a investigar, no a actuar de manera criminal, “tan criminal como quienes jalaron el gatillo o quienes ordenaron el asesinato”.

En el caso de un comunicador o comunicadora además, este tipo de prácticas tienen un impacto múltiple por su vínculo con derechos sociales a la libertad de expresión o a la información, expuso.

Pero si el periodismo y el activismo social están en riesgo en el país, esta realidad es mucho peor en los estados, donde la información de medios valientes, como los semanarios Riodoce o Zeta, ejemplifica, no se replica.

Si se hace “un trabajo bueno, fuerte, importante” en ciudades como la de México, Guadalajara o Monterrey “todo mundo abraza esos textos, esas historias, las replican. Y esas historias tienen eco, tienen guarida, tienen puerto seguro. Ayuda mucho al trabajo periodístico que se está realizando, pero el de los estados no, no se ve”.

El centralismo también mata pues no hay una organización gremial que acompañe el trabajo periodístico de los estados, lo que hace a quienes lo ejercen más vulnerables, expone.

“El de Ríodoce no deja de ser un periodismo que se queda solo, se queda extraviado en el naufragio (…) los malos, los poderosos, los criminales saben, y saben que pueden hacernos daño y que no va a pasar nada”.

También triste y doloroso, agrega, el que “no hay una sociedad que acompañe al buen periodismo”. –Aquí Javier Valdez hace un ejercicio de orientación: se puede voltear a los lados, al frente, atrás y “no hay nadie”.

Situado el país en la era “cavernaria” donde los que ordenan las ejecuciones y los que ejecutan a la gente “saben que no va a pasar nada, que vamos a gritar tres días y vamos a inundar las redes sociales con mensajes de indignación”, el autor de Huérfanos del narco (Aguilar, 2015), señala que más allá de esta protesta cómoda y de “utilería”, -que también acota en este momento tampoco debe dejar de hacerse-, es necesario ir más allá para “trascender esto”.

Como para la sociedad, en el caso de los periodistas “hay que detenernos a discutir qué está pasando”.

Porque al interior del gremio, “no hay debate, no hay análisis, no hay discusión. Hay que encontrarnos en algún lugar y preguntarnos qué estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo. En qué estamos fallando, qué vamos a hacer. No quedarnos a esperar un nuevo asesinato, a que nos vuelvan a matar y no hacer nada y estar sólo respondiendo a una coyuntura”. Y antes y siempre, también precisa, los comunicadores “no debemos hacer del luto un acto de silencio, si nos duele hay que seguir haciendo periodismo”.

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