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jueves, 25 abril, 2024
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El término medio

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

En sociedad es muy común que el hombre pierda su individualidad, ya que por lo general, existe una necesidad de pertenecer, ya sea a una familia, un partido, un estilo de vida. Sin embargo,  en este afán de pertenencia suele perderse más de lo que se gana, pues para formar parte de algo se necesita amoldarse a ello, lo que conlleva a la pérdida de la originalidad personal además de que ocasiona la división social en grupos, que por lo general, entran en conflicto.

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En el Apocalipsis 3:16 de la Biblia se lee “mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, refiriendo al Dios todopoderoso de algunas religiones, y se puede interpretar que aquel que no sea o de una postura o de otra, será rechazado por el omnipresente. En general, y aun los más ateos se ciñen a esta sentencia, por ejemplo, ser ateo implica postrarse en el extremo opuesto.

Pero la naturaleza misma nos enseña que no existe nada puro, todo tiene al menos en una muy pequeña proporción elementos impuros, que la perfección a veces radica en los imperfectos y que, por lo general, los defectos en las personas tienen una función benéfica. Todo tiene su parte blanca y su negra, y ambas son necesarias para sobrevivir, es un principio vital que se encuentra en todo; incluso, sectas religiosas y filosóficas tienen en su simbología esta ley sagrada; la masonería, por ejemplo, tiene un piso bicolor en sus templos para recordar esta eterna oposición.

 

De la oposición a la imposición

Todos tenemos virtudes y defectos, es un hecho irrefutable como que la vida está llena de cosas agradables y de situaciones intolerables. Es el equilibrio natural de las cosas. El problema aparece cuando solo reconocemos lo que consideramos agradable y negamos aquello oscuro. Paradójicamente, entre más se niega algo, más se fortalece.

La negación suele llegar a convertirse en mentira. En la obra dramatúrgica El gesticulador, de Rodolfo Usigli, que por muchos es considerada como epítome del teatro mexicano,  un hombre inventa una gran farsa y la lleva a cabo con tal ímpetu, al grado de morir por ella antes que ser desenmascarado. Usigli escribe un epílogo al respecto, que se titula Las máscaras de la hipocresía, donde explica, desde su particular perspectiva, que el pueblo mexicano aprendió a mentir como una estrategia de resistencia ante los españoles durante la conquista, y que de esta ficción el Virreinato se benefició para seguir en el poder, por lo cual la protegió y la conservó.

Decir que la hipocresía quedó en el pasado como recurso de sobrevivencia a la conquista, es una vil falacia ¿Qué diferencia hay entre la imposición de un sistema político en el siglo 16 en el que los españoles, como clase dominante, se beneficiaron a costa del indio mexicano, con respecto a la imposición política del priísmo en el México del siglo 20 y del ahora 21? Dicen los historiadores que el proceso de conquista duró alrededor de tres siglos y curiosamente, el PRI acaba de celebrar, el pasado 8 de marzo, 85 años de fundación, mismos (y aún muchos más) al frente del poder, lo que suma casi un siglo de mandato. Quién diga que estamos libres del yugo se engaña, vive fuera de la realidad.

Pero como Usigli apunta, es una mentira que beneficia a ambas partes: el pueblo, del que se abusa constantemente, vive en una fantasía según lo demuestran los resultados electorales, pues al no poder hacerse responsable de su gobierno mantiene un estado de paternalismo en el que todo el peso recae en la figura de autoridad. Por su parte, la verdadera función de los gobernantes es mantener ese estado de falsedad en la gente a como dé lugar; este proceso, en otras palabras, es conocido como imposición.

Se dice que durante una de las presentaciones de El gesticulador en la Ciudad de México, Salvador Novo, quién siempre estuvo al servicio literario del PRI (al igual que Octavio Paz), golpeó a Usigli en la cara, en uno de los intermedios de la puesta en escena, por considerar la obra una ofensa para el sistema político nacional.  Y en efecto lo era, uno de los más grandes insultos, pues retrata fielmente esa podrida relación que hay entre el gobernante y sus gobernados.

Si en vez de tomar parte en la izquierda o en la derecha, pudiéramos ver la situación política y social mexicana como un todo, con sus dos extremos, es posible que se llegara a un mejor entendimiento y con ello a soluciones integrales. Podemos comprobar que hasta en el más liberal hay rasgos conservadores y viceversa. No hay manera de pertenecer a un lado por completo. Al reconocernos como una moneda de dos caras, aceptamos no solo una postura ideológica sino la totalidad. A partir de esto, se puede optar por una u otra según sea necesario.

La radicalización ideológica es, en la mayoría de las veces, una trampa; porque en su forma más maquiavélica, el Divide et impera, “divide y vencerás”, ayuda a las élites del poder a mantenerse. ■

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