Por simpáticos y pintorescos que resulten, se patentiza día con día carecen los precisos municipales de la talla necesaria para llenar los grandes escenarios, y fue así que pese haber literalmente detonado inenarrables acontecimientos tuvo el espécimen de Iguala que hacer mutis y dejar la cancha en manos ya no digamos más aptas sino de todo un clásico del género, portador al parecer de guayabera y papada desde el tercero de primaria, el perredista ocasional que según los conocedores de no haber sido gober precioso habría desperdiciado miserablemente su cara, o séase el licenciado Angel Heladio Aguirre Rivero, quien además del puntual desempeño de las funciones propias de su cargo, tales como celebrar debidamente las fiestas, sean éstas personales, patronales o patrias, y coronar las reinas respectivas, reescribe, mediante frases como “no tengo ningún problema de conciencia”, “mis manos están limpias de sangre” o, mejor aún, “prevalece el estado de derecho”, memorables páginas de nuestra historia reciente y no tanto.
Considerar que las reacciones desatadas por actos de gobierno como los de Tlatlaya e Iguala pudieran ahuyentar las inversiones, particularmente foráneas, equivale a dudar de la efectividad de las campañas persistentes de empresarios mexicanos como don Germán Larrea y su Grupo México, y no se diga extranjeros, quienes aportan cotidianamente pruebas irrefutables de las grandes ventajas con que operan los inversionistas en México, donde pueden por ejemplo enterrar vivos a los trabajadores y evitarse así complicaciones molestas, o bien arrojar masivas cantidades de contaminantes letales en algún río, sin otras consecuencias que la imposición de multas que nadie nunca intenta hacer efectivas, y con el plus de prestigiantes marchas y plantones de los que no hacen las autoridades formales ningún caso, y se encargan las televisivas de satanizar.
Como Nueva York a dos Passos, México a Fuentes, Zapotlán a Arreola y Lima a Vargas Llosa, tiene Zacatecas a Doña Dolores Castro Varela, merecedora sobrada del Premio Nacional de Literatura. ■