La Gualdra 547 / Filosofía
Desde muy joven me acerqué al psicoanálisis. El psicoanálisis renueva la comprensión del ser humano, elucida sus penumbras y oscuridades. Me interesa Freud, su obra ensayística ha ingresado por mérito propio a las letras clásicas. Sus textos siempre sugerentes invitan a pensar nuestra humana condición. En particular, el último Freud, me parece de una agudeza notable. Por lo mismo cuando me dijeron que había un psicoanalista francés que había reinventado de forma creativa el psicoanálisis de inmediato me puse a buscarlo.
Leí varias veces sin éxito los Escritos (México, Siglo XXI, 2009) de Jacques Lacan. Posteriormente me encontré con un breve ensayo titulado “De Descartes a Freud. La ciencia y el sujeto” de Daniel Gerber, en ese tiempo, década de los noventa, redactaba mi tesis en torno al sujeto cartesiano, el texto me fue útil al exponer a un Lacan lúcido, crítico e inteligente. Regresé otra vez a los Escritos con toda la paciencia del mundo. Desde entonces he leído un poco, de vez en vez, de forma asistemática, fragmentos o pasajes de los Seminarios (traducción-versión de Paidós y algunas otras que hoy circulan por la Web) y los Escritos, claro está, de la mano de algunos comentaristas y críticos.
Lacan es una de las figuras más controvertidas del pensamiento francés. Su estilo críptico, ambiguo, áspero, dificulta su comprensión y genera tanto filias como fobias a más no poder. Lo mismo se encuentra gente que le rinde pleitesía sin reservas como genio verdadero, incluso –vaya exabrupto– más que a Freud, y otras personas lo atacan despiadadamente, como un charlatán, no sin razón, por su argumentación poco rigurosa, escasa formación matemática, lógica y filosófica; habría que leerlo con pinzas aplicando el arte nietzscheano del rumiar pacientemente.
Autor que despierta amistades leales y enemistades férreas, “El seminario sobre La carta robada” se inscribe por derecho propio en las aportaciones nodales de la crítica estructuralista, junto a Jakobson y Barthes. Sus reflexiones novedosas sobre “El estadio del espejo” indagan la génesis del sujeto y su relación con el otro. Asimismo, sus aportes sobre la triada de lo real, lo imaginario y lo simbólico permiten repensar la relación del sujeto con el mundo de manera inédita. No obstante, hay textos donde verdaderamente patina, hace interpretaciones arbitrarias que lejos de ayudar impiden analizar autores y problemas con justeza, tal es el caso de “Kant con Sade”, ensayo polémico que cuestiona y ataca un Kant inexistente, el pensador alemán no concibe la ética ni al sujeto moral desde la heteronomía (supremo Bien, sadismo, masoquismo y/o represión sexual o volitiva), todo lo contrario, el sujeto kantiano es un sujeto libre, reflexivo y autónomo. No es la heteronomía la que funda la moral kantiana sino la autonomía del sujeto, su ejercicio y juicio ético. Tampoco la máxima sadeana de disfrutar del cuerpo del otro de forma impune e irrestricta se aplica a la universalidad del juicio ético, puesto que el imperativo categórico es un juicio trascendental que se aplica a todos los sujetos humanos, de ahí su validez universal, el homicidio y la violación no sería aplicables puesto que su validez universal queda auto-refutada.
En todo caso, Lacan tiene el mérito de repensar el diálogo de saberes y disciplinas con audacia y valor. Lo que más aprecio es su invitación a conversar libremente entre los umbrales del psicoanálisis y la filosofía, tejer puentes de comunicación favorece una problematización del campo desde sus posibles líneas de apertura y ruptura. Nos invita a ver el psicoanálisis desde la filosofía y viceversa: el resultado es provechoso para ambas disciplinas, permite ver límites y posibilidades nunca antes avizoradas. Zizek –que no es santo de mi devoción– ha realizado interesantes y sugestivos análisis culturales y políticos aprovechando dicho intercambio.
Por desgracia, más perjuicios que beneficios han hecho las parroquias lacanianas que se dedican a repetir acríticamente la palabra revelada del gran patriarca del psicoanálisis francés como si fuesen salmos o conjuros, al respecto he escuchado cientos de veces el mantra “el inconsciente está estructurado como lenguaje” y tantos otros más que terminan en un show histriónico, sin estar a la altura del –autonombrado– “El Góngora del psicoanálisis”.
Lacan tuvo el genio de anticipar muchas discusiones e ideas actuales. Su actualidad no reside tanto en sus planteamientos sino en el espíritu inquisitivo que traza nuevas relaciones y cartografías en su cruce fronterizo. Quizá su contribución más valiosa sea proyectar derivas fértiles para repensarnos hoy a la altura de nuestra subjetividad contemporánea –según consigna suya reiterada. El desafío es pensar en compañía de Lacan, usando su obra como una caja de herramientas sitiada y situada bajo un campo minado, peliaguda tarea: desbrozar un camino viable entre bombas explosivas y arenas movedizas.
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