En el viejo dilema entre ser amado o ser temido, Joaquín El Chapo Guzmán no tiene problema, es ambas cosas al mismo tiempo. Así quedó de manifiesto con las reacciones a su segunda fuga, la ocurrida la noche del pasado sábado 11 de julio.
Memes fueron y vinieron, uno, a manera de pensamiento motivacional, decía “Siempre hay una salida. No te rindas: Joaquín El Chapo Guzmán”. En otro, la rana René aconsejaba al capo “no es por intrigar, pero te cuento que Donald Trump estuvo hablando mal de ti y de México”, y unos más lo llamaban “campeón mundial de las escondidas”.
Comentarios de admiración iban y venían, que si era un gran empresario, que sería un magnífico CEO (director ejecutivo) si su negocio fuera legal, que su actividad es el motor de la economía, que cuando menos él no secuestra como sí lo hacen otros cárteles, etcétera.
En Sinaloa festejaron su fuga con una marcha. Lydia Cacho narraba la multimillonaria fortuna de El Chapo Guzmán no enojaba tanto como la de Romero Deschamps, el líder del sindicato petrolero y senador priísta. Adolescentes pedían vía Twitter que El Chapo Guzmán organizara en México un concierto del grupo One Direction.
Revivieron notas como la de los mototaxistas poblanos que solicitaron a Joaquín Guzmán que les prestara 70 mil pesos para comprar vehículos que el gobierno les exigía adquirir con financiamientos desventajosos.
También volvió al recuerdo la carta que Kate del Castillo escribió al famoso narcotraficante, en la que admitía creer más en él que en los gobiernos, y en la que le pedía “traficar con el bien y con el amor” para que Guzmán se convirtiera en “héroe de héroes”.
Pero El Chapo es ya un héroe para muchos. Lo es para miles de campesinos que cansados de lidiar con el clima inestable, con coyotes especuladores, y gobiernos incumplidos, negligentes y corruptos, encontraron en la siembra de marihuana y amapola un atenuante de su pobreza. Lo es también para los jóvenes a los que las universidades públicas y el empleo formal les dieron la espalda, y encontraron en el narcotráfico una oportunidad de hacerse de unos pesos, una camioneta y un arma.
También para Joel Vázquez, miembro del “movimiento alterado”, para quien este subgénero musical es “un movimiento antisistema” que convierte en héroe a quien trabaja fuera de la ley, -de una ley injusta- según puede verse en el documental Narco cultura, de Shaul Schwarz.
Y si esto no fuera suficiente, quienes no aman a El Chapo, le temen. Capaz de escapar dos veces a las prisiones más seguras del país, de los balas enemigas, de los agentes americanos, y de las traiciones tan comunes en su oficio, ¿quién podría no temerle a Joaquín Guzmán Loera?
Hoy Gobierno Federal promete 60 millones de pesos a quien brinde información útil para su recaptura. Podrían ofrecer el doble o el triple, ¿alguien se atrevería a denunciarlo?, ¿Se puede cobrar esa cantidad y vivir después de ello?
Tal vez sí, a fin de cuentas es un ser humano, mortal como cualquiera. Pero la construcción mítica de su imagen ha hecho que si no es invencible, lo parezca.
A ello han ayudado las leyendas de que no hubo rosas un 10 de mayo en Culiacán porque todas fueron compradas para los funerales de su hijo Edgar, o aquella otra que se cuenta en varias ciudades, en las que supuestamente El Chapo pagó la cuenta de todos los comensales de un restaurante al que llegó, en agradecimiento a las molestias generadas por sus medidas de seguridad.
Pero también han contribuido con esa imagen invencible las explicaciones hollowoodezcas de sus escapes, en las que prefieren achacar la responsabilidad a los genios de la ingeniería que construyeron túneles complejos, en los que periodistas hacen Chapotours, y a los brillantes planes escapistas capaces de engañar hasta los más sofisticados sistemas de seguridad, que admitir las complicidades corruptas de altos niveles que hacen posible escapes de cárceles como la del Altiplano.
La Chapomanía, bien sea por adoración, por temor, o para el análisis, continuará mientras permita mantener con la discreción necesaria los nombres, no ya de los que coordinan la siembra o el trasiego de drogas, tampoco de los sicarios encargados de limpiar las zonas rivales, sino de los verdaderos dueños del negocio, esos que aparecen en las revistas de sociales, financian campañas –eventualmente las protagonizan- y que son asesorados en los bancos internacionales sobre cómo lavar el dinero. ■
@luciamedinas