Antes de llegar a la novedad editorial que hoy nos convoca de Alessandro Baricco conviene hacer una breve introducción que tal vez les sirva como lectura previa. De lo que se trata es del acto tan sencillo de contar. Es lo que hacemos a diario. Pongan un poco de atención. Cuando salen a la hora de la comida en el trabajo y le cuentan algún suceso (chisme) a uno de sus compañeros. Cuando llegan del trabajo a casa e intercambian historias del día con sus esposas, quienes a su vez también cuentan historias de lo que les ocurrió ese día en la oficina, en el transporte público… Ir con toda la facilidad del mundo de un punto A a un punto B. Porque sabemos comenzar una historia, relatarla, y sabemos darle punto final para pasar a otras cosas. Por eso el ya no tengo nada más que contar. Por eso el hasta aquí le dejamos. Por eso el vamos a pasar a otra cosa. Lo sabemos. De una u otra forma somos conscientes de ello y siempre contamos lo que queremos contar. No hacemos sino recurrir al milagro milenario de la oralidad. Reflexionen acerca del acto de contar una historia: los primeros hombres y mujeres ya lo hacían, a su manera, pero lo hacían, se explicaban el mundo con la posibilidad de la palabra porque en esos momentos era la herramienta más valiosa que tenían: sus voces, el sonido que iba de hombre a mujer a hombre y así hasta completar a los que estuvieran alrededor de la fogata o sentados en círculo. Y lo sabían muy bien: la tradición de entretejer palabras para enterarse desde los últimos chismes de la comunidad, hasta historias extraordinarias del sol, de la luna o de los océanos, porque, claro, tuvo que ser un hombre o una mujer a quien se le ocurriera inventar una historia acerca del calor del solo o de la luz de la luna, y luego de compartirla con los demás, las historias efectuaron un viaje de boca en boca hasta que dejaron de tener un dueño y como dueños tuvieron a la misma comunidad.
Y ahí estaban los primeros narradores: hombres y mujeres que iban atrapando las palabras al aire lo mismo que mariposas, que las retenían para sentir el calor de su pronunciación, la tersura de su peso silábico incluso cuando ni siquiera tenían noción de lo que era una sílaba, qué diablos era eso, cómo es que una palabra se podía dividir, pero ahí estaba: la furia y la luz del sonido envolviendo a todos, aquello que parecía provenir del alma misma y que ni siquiera tenía nombre, la música misma que conseguiría afianzarse con el paso de los años, con cada una de las variaciones morfológicas para llegar hasta nosotros como dentro de una máquina del tiempo en esas mismas historias que nos contaban los abuelos, nuestros padres, los maestros, nuestros amigos, nuestra novia, o sencillamente en los chismes del vecino o de la vecina, porque puede haber diferencia en la temática de la historia, y es esto lo que las enriquece, pero las palabras, nuestro código de comunicación, es el mismo, alguien emplea las palabras, emite su sonido, formula el código, llega a nosotros, lo entendemos, generamos una respuesta, hemos captado el sonido, nos entendemos casi por arte de magia (a mí me lo parece y aún consigo sorprenderme cada que ocurre) y sí, la palabra, las historias son eso: un acto sorprendente de una magia que hasta el día de hoy no nos ha quedado del todo tan claro, que hasta el día de hoy se sigue estudiando con linguistas y eruditos del lenguaje.
Tomemos la parte de las historias, lo que son y lo que significan a través del tiempo para nosotros. Los símbolos que se han encargado de construir y, claro, los símbolos que se han encargado de destruir. Y en algún momento a alguien se le ocurrió preguntarse qué era lo que ocurría dentro de esa historia, quiero decir que si el punto A iba al punto B, ese alguien se preguntó qué era lo que ocurría en medio de los dos puntos. Claro, había un relato, alguien contaba algo a alguien y había un código de por medio, lo que quiere decir que si un chino nos cuenta una leyenda no le entenderíamos ni media palabra. Pero ese alguien intentó explicar la magia y tomó el bombin y lo revisó y descubrió que no había ninguna posibilidad de que ahí viviese un conejo. Pronto se le unieron más hombres y mujeres. Luego formaron escuelas de estudio en torno a los relatos. Unos comenzaron por estudiar la estructura que había de la A a la B; otros, por ejemplo, empezaron a estudiar la forma que había de la A a la B, esto primordialmente se dio en Rusia y en Checoslovaquia. Y cada escuela obtuvo sus propios resultados y los dio a conocer y entonces pudimos conocer un poco más de aquel primer relato que se contaban los hombres alrededor del fuego. Nos quedaron claro algunos de sus elementos.
Y es aquí donde al fin llegamos a un libro tan indispensable como “La vía de la narración” (Colección nuevos cuadernos Anagrama, 2023) del escritor italiano Alessandro Baricco. Unas palabras de bienvenida: Alessandro Baricco son de esos autores que se comunican con el mundo a través de preguntas que intentan responder por medio de la literatura. Punto. Y nosotros como lectores lo agradecemos. Si estás o no de acuerdo con muchos de sus puntos de vista es otra cosa, pero hay que leerlo, debatir sus opiniones, dialogar con él como si te fueses a tomar un café, aprender lo que se tenga que aprender, porque siempre aprendes algo en cada uno de sus ensayos y encender como fogata tus propias conclusiones para aterrizarlas en el aeropuerto de tus propias ideas. Otra vez punto. No sé si aquí haya un principio que se pueda llamar inteligencia, pero supongo que si hay un comienzo, al menos un intercambio de lecturas.
Lo que hace Alessandro Baricco en “La vía de la narracción” es hablarnos técnicamente de algo que viene haciendo casi toda la vida: escribir para contar historias, y de estas historias explicarnos las estructuras que ha aprendido con el paso del tiempo y con las lecciones de los grandes maestros, a la vez que el libro es una conferencia para los alumnos de su famosa escuela de escritura italiana Holden en noviembre de 2021, donde Baricco se pregunta acerca de las vías de la narración desde el aspecto didáctico, puesto que, aunque reelaborada, como se señala al principio, la conferencia no deja de ser lo que es: una clase que imparte un maestro para los alumnos que se preguntan qué es la narración. Y claro que visto desde fuera de la escuela vale mucho la pena, porque Baricco expone la estructura misma del relato de una manera sencilla y fácil de entender. No sé si es debido al espacio, a mí, por ejemplo, me gusta pensar que este libro es parte de un proyecto más grande que Baricco trae en mente, sin embargo, también cabe celebrar esta colección de nuevos cuadernos anagrama: libritos que se pueden traer en la bolsa trasera del pantalón y que se leen hasta de una sentada, no así tan fácil de comprender lo que en ellos exponen sus autores, yo los llamaría pequeñas granadas de grandes ideas que bien vale la pena coleccionar y tener formados en el librero, aperitivos intelectuales de auténtica lucidez que bien vale la pena leer, el de Alessandro Baricco es el primero que cae en mis manos, pero les puedo señalar otros títulos que vienen en la colección y que yo ya estoy dispuesto a ir por ellos a la librería: Roberto Calasso, Cómo ordenar una biblioteca. Alessandro Baricco, Lo que estábamos buscando. Daniel Cassany, Metáforas sospechosas. Charlas mestizas sobre la escritura. Ian McEwan, El espacio de la imaginación. Carlos A. Scolari, La guerra de las plataformas. Del papiro al metaverso. ¿Verdad que se antojan?, y solo señalo unos cuantos de una lista muy completa de muy buenas recomendaciones, ¿qué están esperando?