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domingo, 18 mayo, 2025
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La pistola de Pancho Villa

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Por: La Gualdra •

La Gualdra 668 / Río de palabras

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Por Francisco Reynoso

I
Eran apenas las seis de la tarde, pero ya había oscurecido. En las ventanas de los edificios del multifamiliar parpadeaban luces navideñas. Epicuro Garcilazo, maestro de historia universal, camina arrastrando los pies por uno de los andadores. Los zapatos que consiguió prestados le quedan chicos y después de 15 horas los dedos gordos, llenos de ampollas, están que revientan.

¡Sácanos de aquí, desgraciado!, oye Epicuro que gritan los dedos de sus pies; no les hace caso. ¡Friéguense como yo!, responde. 

Epicuro regresa a casa sin empleo, sin dinero y humillado por los gringos que, maldice, siguen teniendo a los mexicanos con una pata en el pescuezo. Pinches güeros, ojalá les cayera una bomba atómica como la que ellos usaron para destruir Hiroshima. El maestro avienta a un bote de basura El Aviso Oportuno de El Universal; patea una lata de Coca Cola y reniega de su mediocridad que tiene a su familia muriéndose de hambre.

Francisco Villa
Francisco Villa

En el patio central de la unidad los vecinos cantan letanías pidiendo posada; una piñata de siete picos colgada de un mecate espera a que la agarren a palos. Epicuro pasa entre la gente sin saludar; levanta la vista hacia la ventana de su departamento en el tercer piso. Sabe que su esposa y sus hijos no han comido, en cuanto llegue le pedirán que los lleve a comer tacos, pero su capital no pasa de 45 pesos. 

Epicuro recuerda que lleva fajada en la cintura la pistola de Pancho Villa. Mete su mano bajo el saco y acaricia la cacha. Recuerda la cantaleta de su tío Calixto cuando se la entregó: “Si tienes tus huevitos bien puestos, sobrino, este pistolón calibre 38, Remington, capaz de atravesar las portezuelas de un coche, te puede sacar de jodido…”.

Epicuro sonríe al escuchar en su memoria el cuento del tío: “Fue del mero jefe de la División del Norte, la tenía desde antes de entrar a la ‘bola’, cuando anduvo de bandolero… con ella mató a los cabrones que violaron a su hermana… con esta pistola Pancho Villa se hizo justicia a plomazos y chingadazos…”.

Decenas de veces Calixto le ha contado esa historia, pero a Epicuro le gusta escucharla. Nunca es igual. El tío siempre cambia nombres, lugares y fechas, pero le pone sabor e imaginación. Cuando Madero hizo general a Pancho y le regaló un revólver Irióndo y Guisasola, con incrustaciones de oro. Y Villa le regaló su pistola justiciera a mi apá. “Úsala con respeto, dispara con ella sólo para matar cabrones… o para matar el hambre…”, recomendó el Centauro.

II
Epicuro entra al edificio A del multifamiliar y empieza a subir la escalera. En el primer piso escucha voces en el departamento de Odilón, el prestanombres de políticos. Recuerda que en la mañana coincidieron al salir de la unidad. A Odilón, como todos los días, lo esperaba un vehículo lujoso con chofer. Antes de abordarlo sacó de una bolsa de tela un fajo de billetes y lo metió en su portafolios. Pudo ver que eran billetes de mil pesos. Calculó que serían 300 ó 400… ¡Una fortuna!, una fortuna que él no ganaría ni en un año dando clases 10 horas diarias.

Pinche mafioso. Este mundo no es para los que estudian, es para los políticos corruptos y ladrones, refunfuñó Epicuro frente a la puerta del departamento de Odilón. Pensó en su esposa y sus hijos que lo estaban esperando para comer tacos de tripa dorada o de cabeza. Visualizó el fajo de billetes de mil pesos. Y escuchó al tío Calixto: “Dispara con ella sólo para matar cabrones… o para matar el hambre”.

Odilón vivía solo. Frecuentemente metía mujeres a su casa, pero le duraban poco tiempo. Recientemente una de esas mesalinas provocó un escándalo en el edificio. Salió de madrugada del departamento con pantuflas de peluche, despeinada, el rímel de los ojos embadurnado en frente y mejillas y su vientre abultado, sin la prisión de la faja, amenazaba con reventar el fondo de nylon rojo que le daba forma de salchichón. La mujer gritó para que todo el vecindario escuchara: “Odilón, pinche mafioso, eres un cabrón, métete tu dinero por el culo…”.

Frente a la puerta de Odilón, Epicuro titubea. Mira hacia el piso de arriba donde lo espera su familia. Escucha que Pancho Villa le susurra al oído “sólo para matar cabrones”.

Epicuro acaricia la cacha de la pistola, coloca el dedo en el gatillo y cuando levanta el brazo para tocar lo increpa Confucio: “Compro arroz y flores… arroz para vivir, flores para tener por qué vivir”, dice el filósofo chino. Epicuro lo admira más que a nadie.

Será mejor olvidar todo lo sucedido, humillaciones, miseria, el hambre de sus hijos… Dios proveerá. Intenta alejarse de la puerta, pero Villa lo anima: “sólo para matar cabrones”. Epicuro acaricia la pistola y golpea con los nudillos la puerta. 

Lo que se ha de pelar, que se vaya remojando.

El revólver, de 38 milímetros fue fabricado en Éibar, España, hacia 1910 por la firma Irióndo y Guisasola. Foto. SC.
El revólver, de 38 milímetros fue fabricado en Éibar, España, hacia 1910 por la firma Irióndo y Guisasola. Foto. SC.

III
Ese día de pesadilla inició en la madrugada para el maestro Epicuro. Salió del edificio seguro de que le cambiaría la suerte. En el camión encuentra lugar en la última fila y al sentarse piensa que fue mala idea pedirle prestados al zapatero los bostonianos que le dejaron para media suela. Son del 26 y él calza del 27, pero tenía que causar buena impresión en el Colegio Washington, donde se ofrece una vacante para maestro de historia.

Junto a una señora que casi le pone su canasta en las piernas, Epicuro recuerda a Odilón y sus fajos de billetes de mil pesos. En el barrio el prestanombres tiene fama de tracalero. La gente sabe que hace negocios chuecos para lavar dinero de políticos; vive en el multifamiliar para simular; su casa grande, porque tiene varias chicas, está en el Pedregal de San Ángel y tiene grandes jardines y alberca. 

Epicuro siente un retortijón en el estómago, no sabe si es la repugnancia que siente por Odilón o sus tripas que quieren desayunar. Se levanta violentamente y grita ¡puerta! Por las ventanillas ve la puerta del Colegio Washington, abierta ya para los alumnos que tienen clase a las 7 de la mañana. Se baja de pedalazo sin que el camión se detenga… 

Una hora después Epicuro sale de la dirección del Colegio Washington azotando la puerta. Su orgullo, ampollado como los dedos gordos de sus pies, supura rencor. Un pelagatos de la escuela le exigió hablar sólo en inglés. 

“Si no puedes o no te gusta —lo tutea confianzudo— nada tienes que hacer aquí. En esta institución sólo tienen cabida personas educadas y cultas…”. Epicuro estalla ante la insolencia: “Chinga a tu madre americano de mierda”, y de un manotazo descabeza al presidente Lincoln que, con su sombrero de copa, los observa extrañado.

En la parada del pesero, Epicuro decide olvidar el trago amargo con los gringos. Cuánta razón tenía Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, piensa Epicuro mientras camina en dirección a la casa del tío Calixto para saber qué mosca le picó.

“Sobrino —le dijo por teléfono días atrás— pásate por la casa, te tengo un regalazo, un tesoro de la Revolución que te puede sacar de prángana”. Epicuro lanza un escupitajo en la banqueta y apura el paso entre las protestas de los dedos gordos de sus pies. “Sácanos de aquí cabrón… o toma un taxi”, piensa el maestro que son los dedos atormentados por los bostonianos.

IV
La tienda con restaurante y juguetería está atascada de gente que compra de todo. “Esta noche es Noche Buena, noche de felicidad… Esta noche es Noche Buena y mañana Navidad…”, se escucha la voz de Lucho Gatica. Epicuro, su esposa y sus hijos salen cargando cajas de regalos. Con una mancha del mole de los romeritos en su camisa, el maestro de historia sonríe contento. Dijo que sí a cuanto le pidieron. No regateó precios y pagó en efectivo, con billetes de mil pesos.

En la entrada del multifamiliar, Epicuro y su familia encuentran una ambulancia forense y dos patrullas con las luces de sus torretas titilando. Dos camilleros salen cargando una camilla con un cadáver cubierto por una sábana. “Mataron a Odilón a balazos… le dispararon en la cara”, anuncia una vecina a la familia de Epicuro sin que nadie le preguntara nada. Un policía se acerca a Epicuro y le pregunta si es el profesor Garcilazo.

—Soy yo —responde.

—Súbase a la patrulla, vamos a la delegación —ordena el policía.

—¿Para qué asunto? —replica Epicuro.

—Usted súbase… allá le explicarán —arguye el uniformado y lo empuja hacia el interior del vehículo.

V
Por la ventanilla de la patrulla, Epicuro ve a un Santa Claus de plástico colgado de un poste con gesto burlón. Tiene varios agujeros, uno en la cara. Recuerda a Odilón la noche anterior en su departamento.

—¿Cuánto quieres por la pistola? —pregunta el prestanombres mientras examina el arma y apunta hacia la ventana, cerrando un ojo.

—Fue de Pancho Villa… 100 mil pesos —responde Epicuro.

—¿Puedes garantizarme que fue de Villa? —inquiere Odilón.

—No… sólo mi palabra de profesor de historia —confiesa Epicuro.

—Tu palabra es suficiente… te doy 80 mil —ofrece Odilón y pone sobre la mesa una caja de cartón llena con fajos de billetes de mil pesos.

Epicuro sale del departamento de Odilón, pero no alcanza a cerrar la puerta. La ventruda del escándalo del otro día se abre paso de un caderazo. La acompaña un enano cacarizo que lleva un cuchillo en la mano. Epicuro espera unos momentos y escucha alegatos e insultos en el interior del departamento.

—Chíngatelo… —ordena la ventruda al enano que tomó la pistola de Pancho Villa. El enano levanta el revólver con las dos manos y apunta a Odilón… una bala destroza la cara del enano que rueda por el piso soltando el revólver del centauro.

Odilón devuelve su pistola escuadra a la sobaquera, arrebata a la ventruda la caja de cartón con el dinero y recoge la pistola de Villa.

—Maldita tarántula, ya te llevó la chingada — sentencia Odilón.

VI
En la delegación de policía, el agente del Ministerio Público le habla a gritos a Epicuro.

—Míster Harrison, director del Colegio Washington, exige una disculpa diplomática y que pagues los daños al presidente Lincoln. Si te niegas o no tienes dinero, mi cuate, esta noche cenas pavo en el reclusorio. Y quién sabe cuándo te suelten.

Epicuro no escucha lo que le dice el agente porque mira atentamente a la mujer ventruda con su fondo de nylon rojo, custodiada por dos gendarmes en un rincón de la delegación.

—Serían 200 dólares de indemnización y 25 mil pesos de multa —resume el agente del Ministerio Público.

—¿Qué hizo aquella mujer? —pregunta Epicuro.

—¿La conoces? ¿Es tu amiguita cariñosa? —revira el funcionario.

—Le he visto en el multifamiliar donde vivo —explica Epicuro.

— Es una furcia… cae aquí con frecuencia… ahora está metida en un lío gordo… mató a su padrote, un enano que también era pájaro de cuenta… Se metieron a robar en la casa de un político muy importante y respetable; iban por dinero y una pistola de colección que perteneció a Pancho Villa valuada en por lo menos dos millones de pesos… esta gorda no se libra de 40 años de cárcel. Pero en qué quedamos mi cuate… ¿pagas o te mando al reclusorio?

Odilón entra en la agencia del Ministerio Público y el agente se olvida de Epicuro para recibirlo zalamero, con los brazos abiertos: 

—Licenciado, cuánto honor tenerlo por aquí… no se me preocupe. El caso lo tenemos resuelto. La furcia ya confesó todo. La justicia en México, señor licenciado, es implacable y eficaz… de la justicia en México, mi señor, nadie se burla… faltaba más…

 

 

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