La Gualdra 583 / Milan Kundera / Literatura
Milan Kundera escritor polémico y pensador checo disidente; aunque la palabra disidencia no le gustaba, fue un escritor intelectual digno heredero de Kafka que alcanzó la celebridad en la narrativa francesa de posguerra. Con su muerte reciente su obra queda sellada por la posteridad desde la recuperación póstuma. Al igual que otros tantos grandes, su nombre figuró en los pasillos de Suecia sin haber logrado el Nobel, pero habiendo publicado sus obras completas en la Pléiade –lo cual equivale al máximo galardón, en realidad no son obras completas, pues expurgó publicaciones juveniles comunistas de las cuales se arrepentiría más tarde. Su militancia partidista que muy probablemente lo pudo haber llevado a delatar a algún joven escritor frente al partido le permitió conocer desde su interior los tortuosos mecanismos y prácticas del comunismo estalinista. De tal suerte que toda su obra bien podría comprenderse como una serie de variaciones sobre un mismo asunto: una lucha del sujeto singular contra el poder en tanto lucha de la memoria contra el olvido. Dicha frase del propio Kundera resume el ideario de varias generaciones de escritores e intelectuales disidentes de la región europea del Este en el periodo de posguerra. Resulta sintomático que uno de los más grandes escritores que describiera con rigor inusitado el mundo comunista, que aquilatara la memoria colectiva de toda una generación de resistencias activas y pasivas haya terminado sus últimos días perdiendo la memoria, como si buscara salvarse del infierno vivido en las playas del inocente olvido y la desmemoria.
Al igual que muchas personas de mi generación nacidas en la década de los setenta del siglo XX, leí y releí la obra de Kundera en mi adolescencia, aunque dispar en calidad, algunas obras me parecen magníficas, La Insoportable levedad del ser y La broma condensan de forma equilibrada penetrantes reflexiones filosóficas y sugerencias eróticas sin menoscabo de ningún término. Sus luminosos ensayos destacan por su lucidez y amable claridad lectora. En El arte de la novela elucida el arte de narrar como un arte de pensar e imaginar nuestra condición humana moderna limítrofe. Aunque difiero de muchas de sus ideas, sus obras constituyen auténticas invitaciones al despliegue de la imaginación crítica. Quizá la mayor objeción que tenga con el autor sea respecto a su credo estético autónomo. No creo que en ningún sujeto creador y su obra se puedan separar la dimensiones estéticas y literarias de las dimensiones sociales y ético-políticas. Situarse más allá de la política implica situarse más allá de la sociedad, lo cual, desde La Política de Aristóteles, sabemos que es imposible, y quienes lo pretenden es para no asumir sus posiciones y planteamientos políticos de cara al compromiso tácito con el orden establecido. En todo caso, de la mano de autores como Kafka, Camus y Kundera comprendí y aprendí el amor por los libros y la literatura. En tanto clásicos, son autores que marcan lecturas de juventud.
A diferencia de sus comentaristas y críticos que se apresuran en separar la etapa checa de la etapa francesa del exilio, el autor expone sus “Opiniones” (Vuelta, noviembre del 1993) al respecto donde muestra que no hay diferencia sustantiva en sus obras y que no pasa de un régimen totalitario a uno democrático, pues -según él- la llamada democracia moderna puede ser tan opresiva y alienante como el régimen fascista, la única diferencia es que en el modelo estalinista la opresión es llevada al paroxismo de una cruenta caricatura, mientras que en los regímenes democráticos las formas de represión, censura y dominación aparecen disfrazadas con un maquillaje de libertad, tolerancia e igualdad.
Kundera se asume como heredero de las grandes tradiciones literarias occidentales, de Homero a Cervantes y Shakespeare pasando por las gestas medievales. Quizá con cierto prejuicio eurocéntrico, considera que la narrativa occidental europea es una fuente plural inagotable de la humanidad. Al igual que Thomas Mann y Vargas Llosa –quienes también creían en el gran arte– encuentra en la novela la forma idónea para expresar la aventura de la modernidad europea, en sus limitantes y en sus posibilidades tangibles. Para Kundera ser europeo es asumirse como un nostálgico de una Europa idealizada, preservada en obras canónicas de arte y sabiduría. Soñar con Europa era para los pensadores y escritores disidentes del Este soñar con la realización de una utopía cuyos ensueños delirantes no pocas veces terminarían en catástrofe; si bien Kundera siempre fue consciente de dicha metamorfosis maligna.
Creo que la mayor audacia de Kundera reside en cartografiar los laberintos y vericuetos de las entrañas comunistas totalitarias; su opacidad siniestra de estado de excepción normalizado. Pero más allá del prodigioso mural del totalitarismo del siglo XX da cuenta, como todos los grandes autores, de la condición humana, de sus pasiones, sentimientos y afecciones. Es un puñado de temas recurrentes que le interesó y sobre el cual regresó siempre desde miradas diversas y complementarias: la libertad humana y el azar, el pathos metafísico de la existencia, el exilio moderno, la compleja relación inter-existencial con el otro, la confrontación entre el sujeto singular y la muchedumbre, la tendencia a la uniformidad cultural e ideológica… De ahí que los personajes de sus obras no sean sino las propias posibilidades humanas de realización latentes. Sus personajes son argumentos existenciales en potencia buscando su actualización.
La Praga poscomunista condenada al olvido (según el propio Kundera), ahora se ha gentrificado haciendo de Kafka y Milena motivos decorativos y souvenires. El turismo caníbal termina por devorar todo, mientras los homenajes y la recuperación de la obra publicada e inédita de Kundera tendrá su marea alta hasta que otro suceso mediático lo desplace. Tal vez tenga razón Kundera cuando sugiere que lo kitsch es un antídoto contra la muerte y el olvido. Y las imágenes prefabricadas para turistas quizá guarden, aunque sea por un instante, la añoranza por un hogar idealizado. Lo kitsch imita el gesto artístico desde su desacralización cotidiana trivializada. Quizá hoy el arte y el pensamiento devienen expresiones kitsch que hacen conexión con otros devenires y flujos virtuales. La proeza de Kundera fue hacer del arte de la novela una cartografía móvil de los sueños, ensueños y pesadillas del ser moderno contemporáneo desde una visión hedonista sin más, ahí reside toda su fuerza y también su extrema debilidad. Su apuesta por el humor y el amor sigue siendo una propuesta vigente e incluso urgente en tiempos sombríos de odio y pesadumbre. El arte de narrar –lo supieron Benjamin y Kundera– despliega el arte de pensar desde la concreción humana infranqueable.