■ Exhiben el documental Robamos secretos: la historia de WikiLeaks, en el restaurante La Cofradía
■ Participantes discuten los dilemas que se presentan con las reformas políticas aprobadas recientemente
Cuando los secretos políticos y militares más vergonzosos o más peligrosos que guardan las grandes naciones han sido revelados, la humanidad se ha sentido un paso más cerca de la era de la información y de la verdadera libertad de expresión, ¿es realmente así?
Los espectadores del pasado Martes de documental y cine de ficción, vieron en el documental Robamos secretos: la historia de WikiLeaks, una advertencia de lo que puede ocurrir en nuestro país tras las reformas políticas aprobadas recientemente, que pretenden conocer la información íntima de los ciudadanos expuesta en el ciberespacio; al mismo tiempo que se observa –comentaron – un estado de oscurantismo donde “es necesario que se descubran sectas para que quede registrado en la historia”.
“Estamos conectados al mundo y al mismo tiempo estamos aquí”, fue un comentario que surgió en el momento que se hizo una crítica hacia la verdadera trascendencia del contenido que hay en la red. Como una forma de explicar que aquello que tiene un carácter virtual, rompe con la realidad de un momento a otro – por ejemplo información que exhibe inmundicias bélicas e injusticias sociales calladas por medios comunes – surge el cuestionamiento de si trasciende porque aquello que toca es una cuerda sensible de la humanidad o se trata tan sólo de la popularidad que alcance y, por ende, los receptores a los que llega su contenido.
Información es el gran espejismo de nuestra era, consideraron los participantes, quienes comentaron que por una parte tenemos la discusión sobre los datos que los medios pueden hacer públicos, que depende de la ética del periodismo pero termina en la decisión del periodista, y es realmente un debate legal que parece interminable cuando se intenta regular el mundo cibernético.
Por otro lado, comentaron, la gran cantidad de datos, la información que se produce a cada segundo, lo que se vive en cada instante en el mundo y que alguien decide comunicar, de lo más ridículo e insignificante a aquello que compromete a naciones enteras, es algo que un ser humano no es capaz de precisar en el mismo instante que se produce, es decir, en todo caso el individuo terminará abrumado por el éxito de los dispositivos que permiten la transferencia inmediata de la información.
Es decir, se produce información para un receptor que no existe, y al mismo tiempo esa información puede transformar la vida de la realidad humana sin necesidad de ser comprendida. La esencia del monstruo de Frankenstein se nos sigue apareciendo: la creación terminará por extinguir a su creador.