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jueves, 28 marzo, 2024
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Fantasma

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Por: MARIANA FLORES CASTILLO •

La Gualdra 470 / Río de palabras

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¿Qué es un fantasma? 

Lo que ya no está, la ausencia. 

Lo que no decimos, lo escondido. 

Lo que añoramos, la nostalgia. 

Lo que nos gustaría, la esperanza. 

Lo que nos persigue, un tormento. 

Lo que guardamos, lo estancado. 

Esa parte de nosotros que se fue, 

se esconde, y añoramos…

 

 

Clara despierta de un salto. Sudorosa. Suspira. Se rasca la cabeza agitadamente, trabada, muda. Y ese olor a cigarro, alcohol, tugurio, ese olor de la infancia. Abre los ojos, se queda donde siempre, sin poder escribir más, no avanza, es como una espiral. Ella sabe que algo huele mal pero no se atreve a abrir el cajón, sabe que no será agradable la (no) sorpresa.

Mira hacia la pared, la foto de su abuela joven. Sepia. Está montada en una bicicleta, los labios rojos, un racimo gordo de globos detrás de ella.

Suspira. Duerme. Fantasma. Duerme.

—Quisiera salir y conseguir un poco de pan, no soporto un segundo más acá, encerradas —exclama Clara.

—Caminemos hacia el poniente, y lleguemos hasta el Parque —contesto.

Recién había comenzado la cuarentena. La sensación de carencia e insatisfacción, el hartazgo de Clara, crecían al paso de los días. Producto del encierro, su terapeuta se lo advirtió. Clara sentía que había un punto ciego, en la casa o en su existencia. Algo no estaba bien.

Tomamos los cubrebocas, el gel, la sudadera, la bolsa de tela. Salimos.

—¿Te imaginaste que sería así, Leonor? —me pregunta Clara, una cara de confusión.

—No sé qué decirte, nadie se imaginaba esto. Sí que tiene sus dificultades, pero nada del otro mundo. Resulta pesado, desolador, pero pasará. No me corrieron, no hemos enfermado, dentro de todo estamos bien. Podemos inventarnos salir por el pan. Caminar.

Clara y yo recién cumplimos veinte años de amistad, crecimos en el mismo internado. Me abandonaron frente a una tienda de calzado. A los seis meses. A Clara la llevaron a los diez años, después que a su abuela la internaran en un psiquiátrico tras intentar aventarse de un puente en la madrugada. A los pocos días, doña Agustina se ahorcó en su habitación. Dejó una carta y un testamento para su nieta.

—¿No te sientes harta? Yo agotada, no he escrito nada, me da pereza dar clase… No me siento autorizada para dar esperanzas a mis estudiantes.

La observo, trae cosas sin resolver, cosas que no dice. Se las guarda.

— Me tienes preocupada, cuántas madrugadas más tendré que detenerte para que no abras la puerta y salgas corriendo.

Al otro lado de la calle, un solitario vendedor de globos me interrumpe. Silba. Mientras yo la observo a ella, como a través de una vitrina empolvada. La falta de sol y el no ver a nadie más, le afecta.

—No duermes. Gritas en las noches, en las mañanas lloras.

—Siento que algo anda mal, Leonor, que algo no jala, yo solo…

Otra interrupción del vendedor de globos. Multicolores. Suspensión.

—Es raro, estaba segura de que ya estaban prohibidos, extintos… —susurro.

—¡¿Podemos cambiar de calle?! —exclama Clara desquiciada, rascándose la cabeza—. Son solo pesadillas. Leí que toda la gente está teniendo las mismas durante el encierro. Es la pandemia. Por ahí vi un reportaje. Locura. Los miedos los representamos de la misma manera. Inundaciones, temblores, fantasmas…

—El otro día hablabas con Ella, otra vez. Usa de una vez esa herencia y atiéndete ¿Qué te dijo la doctora la última vez? Carajo, Clara, así no puedo ayudarte. Déjame ayudarte. Habla, grita. Ayúdame.

Solo le tengo a ella, y ella solo me tiene a mí. No me dice nada. Sácalo.

—Aún no llegan los resultados —me miente Clara.

Tenían una semana en el cajón de su escritorio y no se atrevía a abrirlos, desde aquí los puedo ver: un sobre blanco, el sello del hospital que advierte “CONFIDENCIAL”. Yace junto a la carta que le dejó su abuela al morir, donde se despedía y le pedía perdón a su nieta por abandonarla: “la realidad es más insoportable que el dolor de dejarte”. La desgarradora frase se seguía de instrucciones frías y precisas de qué hacer con la niña, qué con la casa y qué con la fortuna que la abuela había juntado tras regentear muchachas. Una de ellas, alguna, era la madre de Clara.

—Te quiero siempre, eres mi hermana, más, desde que me acuerdo. Ayúdame a estar tranquila. Cuidarte. Regresar. Abre el sobre de una vez. Tal vez el trastorno de tu abuela… Ayúdame, Clara —suplico.

—¡¿Cómo sabes del sobre?! — Otra vez el mareo, y muchas ganas de llorar. El condenado globero que no calla. Silbidos. Cerró los ojos, respiró profundo.

—Ayúdanos, Clara. Tú no eres tu abuela, no eres tu madre. Eres mi hermana. Ayúdame.

Veo a Clara, otra vez, piélago de lágrimas. Baja las escaleras. Grita. Grito desde lo alto de las escaleras. El silbato irrumpe otra vez y ella pega un salto. Clara voltea hacia el ventanal, el globero insistente. Sollozos. Él, con su brazo libre señala al escritorio.

—¡No, el sobre no! — De pronto todo tiene sentido.

El suicidio de su abuela, sus cambios de humor. La contemplo aventar la carta de su abuela. Romper el sobre. Una hoja suelta de papel, con el titular “¿La has visto? Desaparecida”, con la foto de mi rostro. Blanco y negro. Vuela. Sola. Es la foto que ella me tomó el mismo día que discutimos por el mentado sobre y la herencia. El día que salí de casa. El día que no pude regresar. Perdida.

—Clara, ¿qué pasa, me escuchas? Todo está bien, va a estar bien. Detente. — Me abalanzo sobre ella queriendo detenerla y que no salga corriendo.

Clara corrió hacia la puerta, intentando abrirla, grita y despierta. Solaz. En la mesa de noche, el poema inacabado, “A Leonor”.

¿Qué es un fantasma?

 

* @LaMayaFlores

Maestra en Estudios Latinoamericanos y doctorante en Ciencias Políticas y Sociales.

Escritora e investigadora.

 

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_470

 

 

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