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lunes, 28 abril, 2025
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La interminable labor de corregir…

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Dice Milán Kundera en La insoportable levedad del ser, su novela más comercial, que “el hombre nunca puede saber que debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo.”

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Así es cómo vivimos día a día… Sin la más mínima idea de qué hacer, de qué pensar o sentir. No hay métodos eficaces o fórmulas concretas. Cualquier libro que anuncie en la portada que tiene el remedio preciso para la felicidad, es una completa falacia. Nada ni nadie lo sabe. En el transcurso de la historia universal, filósofos, psicólogos y demás, han intentado llegar a tal resolución y lo único que nos pueden ofrecer es la completa incertidumbre de encontrarlo.

Lo único que nos queda, tal cual profetiza el título del libro de Kundera, es lo insoportable, la levedad de ser humanos… Sí, de ser equívocos, incoherentes, absurdos. Y sin embargo, hay quienes intentan ayudarnos a tener, al menos un poco, idea de lo que hacemos: Los maestros.

 

Correcciones dolorosas

Un maestro no es sólo aquel con formación en pedagogía. Quizá sea lo de menos. Lo más importante es su capacidad para enseñarnos a aprender. Para esto, uno de los métodos más eficaces es el de la corrección.

En otras épocas, los maestros utilizaban técnicas victorianas para que los niños aprendieran “mejor” en la escuela. Se les castigaba cada falta colocándolos durante casi todo el día parados en una esquina, se les golpeaba las manos con reglas, se les lanzaban borradores e incluso conocí a quien su maestro le rapó el cabello en frente de todos por no haber memorizado las tablas de multiplicar en una semana. Desde luego, cuando hablo de corrección no me refiero a esto.

Como Kundera dice, nuestra vida es completamente experimental, por lo tanto, los errores que cometemos no pueden borrarse del historial; tenemos que lidiar con la imposibilidad de volver en el tiempo y no hacer aquello en lo que nos equivocamos. Cierto, vamos improvisando cada día, como podemos; pero si para algo nos preparan los grandes maestros es precisamente para evitar tales faltas o en su defecto, enmendarlas.

Esta corrección vital es la que nos conforma como humanos civilizados. En ella econtramos un pacto implícito con los demás, en el que si por una parte aceptamos nuestras equivocaciones, por la otra también podemos comprender las de los demás.

Cuando los maestros que he tenido a lo largo de mi formación académica me obligaron a corregir mis trabajos, pulirlos finamente hasta poder entregarles algo decente, muchas veces creí que lo hacían para fastidiarme la vida… contrariamente me estaba ofreciendo  la oportunidad de examinarme, de enmendarme y con esto aprendí a ser más cuidadosa en adelante. Y en esto, la corrección se parece mucho a los castigos victorianos, pues al parecer toda corrección es dolorosa, porque implica un proceso de introspección del que nunca, o casi nunca, se sale bien librado. Es doloroso admitir errores y es doloroso compensarlos.

 

Maestros de la comprensión

Dicen que no elegimos nuestra profesión de forma fortuita, sino que nuestra psique nos lleva de la mano a resolver nuestras enfermedades en aquello a lo que nos dedicamos. Así, generalmente quienes se dedican al derecho, suelen ser personas que creen tener siempre la razón; los médicos, quienes se sienten responsables del cuidado de las personas que les rodean; los comunicólogos, resultan ser personas con problemas para comunicarse con sus seres queridos; y los escritores… bueno… la mayoría están dañados e intentan enfermar a los demás…

En este sentido, los maestros quizá sean los menos contaminados psicológicamente. Su psique los lleva a querer liderar, pero también a acompañar a otros en su aprendizaje, guiarlos y por supuesto corregirlos.

Pero la corrección no es una actividad que se lleve a cabo de manera inmanente; hace falta un gran ejercicio de comprensión primero. El maestro primero tendrá que empatizar con el discípulo, entender la falla y sólo así podrá proponer la debida corrección. De lo contrario, no se trataría de un aprendizaje sino de una imposición.

Un maestro es también un constante alumno de sus alumnos; en ellos aprender a comprender y a detectar  aquello que debe ser corregido. Es una labor que implica un alto grado de reconocimiento de sí, pero también del otro. El verdadero conocimiento se encuentra ahí, donde tanto maestro como alumno se mantienen en constante aprendizaje.

Finalmente, para corregir se requiere una gran capacidad y habilidad para desaprender; porque la corrección es dejar atrás hábitos y vicios, es dejar de ser algo para ser otra cosa. El que aprende a corregir tiene todo de su lado para ser un gran maestro y sobre todo para seguir en el camino de la enseñanza, que no se trata sólo de la relación maestro- aula- alumno, sino de la vida diaria. ■

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