- Inercia
Miércoles por la tarde… Una tarde fresca en que la gente regularmente transita por la desviación a Sauceda de la Borda cargando la habitualidad de sus vidas. Y sin embargo, una ráfaga de un ruido, seco e intolerable, cercena la cotidianeidad: Balazos.
Unos dicen que fueron siete disparos, otros cinco; algunos medios informan que en realidad sólo dos. Nadie tuvo la conciencia suficiente del momento como para contar los chasquidos. Lo único que se pudo hacer fue correr, quizá por instinto, a resguardarse como fuera posible.
Y después del arranque del motor de un coche deportivo, el desenlace de la tarde deja a un hombre muerto en la cabina de su vehículo rojo. Algunos lo vimos cubierto con la inefable sábana blanca. Nadie pregunta por su nombre porque quizás es mejor no saberlo. Y es mejor regresar a casa a toda prisa, sin cuestionar nada, sin decir nada.
El rostro indecible
Tal vez nadie vio la cara del acaecido, pero el rostro de quienes presenciaron tal evento decía mucho en sí. El miedo y la frustración colmaron de angustia el rictus de aquellos que coincidieron en tal hora, y son un miedo y una frustración ya conocidos, que nos recuerdan tiempos no muy lejanos en que estos sucesos ocurrían varias veces por semana.
Y entonces nos hacemos teorías personales, y damos explicaciones no pedidas a quienes podemos, pero en secreto. Damos con razones del tipo de arma, del tipo de situación, de si las placas de los autos dicen más de lo que parece… Y en realidad quién sabe. Podemos basar nuestras vidas en suposiciones, pero lo cierto es que hay una necesidad intolerable de saber y de superar ese temor. Lo que también es cierto, es que la gente sabe más de lo que cree.
Muchas veces he dicho que leer es una actividad crítica, porque leer es entender y cuestionar. En ese sentido, vale leernos los unos a los otros, en este ejercicio comprenderemos que hechos violentos como los ya narrados, tienen un efecto mucho más profundo en nuestra sociedad de lo que podemos encontrar en los medios de comunicación.
Se habla del muerto, de los asesinos, de la injusticia, de la violencia, pero ¿qué se dice de la señora que iba a cortarse el cabello y tuvo que regresar a su casa con el cabello largo y las manos temblorosas? ¿Qué se dice del limpiaparabrisas que se echó al suelo con los ojos apretados y al abrirlos no sabía si su cuerpo aún estaba completo?
Sabemos que nuestro país, y particularmente nuestro estado, atraviesan por una época oscura, en la que los asesinatos como éste, o como el de periodistas o estudiantes, quedan impunes; sabemos que hay malestar general en el pueblo, y sin embargo, a veces el pueblo es el que queda más descuidado.
Ver lo invisible
En 1928, con tan sólo 20 años, el argentino Roberto Godofredo Arlt inicia su carrera como articulista en el número 63 del periódico mensual Tribuna Libre, donde se publicaban temas sociológicos y literarios. La primera colaboración de Arlt fue un ensayo de 90 páginas, donde criticaba a la sociedad de Buenos Aires. A sus 30 años, ya consolidado como escritor, comienza a publicar sus “Aguafuertes porteñas”, en El Mundo, crónicas en las que dedicaba su letra a temas de corte internacional, pues las escribió en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, a la par de pequeños detalles del mundo cotidiano como la muerte de un actor, la de un tallador de diamantes o la de un buzo italiano.
Arlt supo equilibrar la balanza de su tiempo, pues en la incertidumbre del panorama mundial de su época, con la violencia y mortandad encima, lanzaba críticas mordaces por doquier, y con su singular mirada al detalle de la sencillez vital, muestra que el mundo sigue vivo a pesar de su condición decadente.
En ese sentido, hay que preguntarnos qué tanta atención préstamos a todo lo que nos rodea, o a nosotros mismos. Si bien el neoliberalismo plantea la disolución de las masas, y pone énfasis en el individualismo más ególatra, vale la pena poner el acento sobre la verdadera importancia del ser humano, de sus vivencias, de sus emociones.
Por infortunio, la prensa y los reflectores se inclinan, por lo general, sólo ante el mártir, el fallecido, el villano o el héroe. La población común pasa de incógnito aún con su malestar milenario. Quedamos rezagados ante la jerarquía informática de la tragedia nacional. Serviría de mucho una radiografía latente del entorno. Dar volumen a la vida misma, y por contraste entender la muerte y sus daños colaterales.
Quizás sea una tarea que parece evasiva… ¿voltear a ver la vitalidad mundana mientras hay tanta injusticia alrededor? Lo cierto es que, en toda la viveza no existe una negación de la realidad. Hasta en el más mínimo dato cotidiano aparecen las reminiscencias de esta cruda historia. Baste regresar a la señora del corte de cabello y al limpiaparabrisas para encontrar en ellos la vida misma rasgada por un evento inesperado que cambió el curso natural de sus días. ■