En estos tiempos ya ningún niño traza en la calle, con un gis robado de la escuela, el círculo con gajos y en cada gajo el nombre de un país. Ya ninguno de ellos se para en el centro y grita: “Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…”. Ya ninguno de ellos se deslinda de cualquier responsabilidad o castigo en el juego gritando el “¡Zafo, zafo!” que nos era el mejor chaleco protector, la mejor frase mágica, el contraveneno ejemplar, la vacuna conveniente. Ninguno de ellos, pero parece que sí nuestros funcionarios federales ante la supuesta fuga y más bien elegante traslado de Joaquín Archibaldo Guzmán Loera, El Chapo.
Suscribo “elegante traslado” porque en ninguna novela, película, serie o telenovela sobre escape de la cárcel había figurado que el fugitivo abandonara su celda entre, permítanme el odioso cliché, instalaciones tan modernas. Por mencionar sólo a un par de personajes, Edmundo Dantés huye de su encierro metiéndose a la mortaja destinada al cadáver del abate Faría y debe romper esa mortaja en medio del mar para no morir ahogado. En cuanto al contador de la novela Rita Hayworth y la redención de Shawshank, escrita por Stephen King, el prófugo se arrastra medio kilómetro entre un tubo lleno de mierda humana.
Que me disculpen los historiadores pero, al imaginar al delincuente mexicano llevado en motocicleta y riel por quien fue a abrirle el boquete final junto a la regadera, involuntariamente recordé a Cuauhtémoc en su huida sobre una chinampa llena de boato, él ataviado con penacho y sus mejores galas, la noche del 13 de abril de 1521.
Cuando el Presidente de la República sale a los medios y declara que la fuga de este ex reo es una “afrenta” al Estado, no puedo menos que recurrir al diccionario y encontrar que eso significa vergüenza y deshonor, peligro, apuro, trance, requerimiento e intimación. Seguramente está mal mi diccionario, porque supongo que lo que el mandatario quiso decir es que la fuga de este ex reo es una “burla” al Estado.
Comprendo que en una cárcel no existan comodidades para los internos: una cárcel no tiene por qué cumplir funciones de hotel. Comprendo que en una cárcel no se prepare comida de la mejor calidad: una cárcel no tiene por qué cumplir funciones de restorán. Comprendo que en una cárcel no existan canchas espectaculares: una cárcel no tiene por qué cumplir funciones de unidad deportiva. Lo que no comprendo es que en una cárcel, sobre todo una que se anuncie como de “máxima seguridad” no se pueda retener a un criminal: eso contraviene la esencia de la instalación. Todos los responsables de este ámbito deben, ipso facto: por el mismo hecho, ser removidos.
Y ahí te va el retache desde Francia del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y ahí te van las declaraciones de la procuradora Arely Gómez, y ahí te van reuniones de los funcionarios responsables de que los reclusorios realmente recluyan, y hasta organizan sus excursiones a la casa en obra negra donde inicia el famoso túnel con iluminación, rieles, tanques de oxígeno, aire acondicionado y párale de contar.
Lamentablemente los ceses se dan sólo de mandos medios para abajo. Las altas autoridades se lavan las manos como si gritaran ese ¡Zafo, zafo! que escuchaba en mi niñez. Qué fácil es exculparse para preservar el tamaño salario que sorprende a cada vez más mexicanos que traen, como diría Chava Flores, “los bolsillos ofendidos”. Qué fácil es culpar a un vigilante a quien le pagan una miseria de que se dejó sobornar. ¿Y la gente de escritorio? ¿Ésa no se presta a corrupciones?