En su texto: La polarización política en Estados Unidos. Orígenes y actualidad de un conflicto permanente, el politólogo Josep M. Colomer examina este fenómeno, cada día más presente en nuestro debate público, desde una perspectiva histórica en la nación vecina del norte, cuyo modelo político-constitucional fue la base, a su vez, del que en México y toda América Latina, se implementó, por imitación. Para el también economista, Colomer, el problema se remonta a una falla de origen: los llamados Padres Fundadores, redactores de la Constitución de Filadelfia, se dejaron llevar por una mala traducción del autor favorito, guía para la redacción del documento magno, Montesquieu, además de un error de interpretación, que el propio Barón francés había tenido al describir el sistema político de Inglaterra, cuando escribió El Espíritu de las Leyes dibujó tres poderes, donde solo había realmente dos. Es decir, para Montesquieu, el monarca inglés, seguía teniendo poderes de carácter ejecutivo, cuando realmente el sistema político británico había evolucionado al punto de configurarse más o menos como lo conocemos hoy, con una corona, cuya función es más bien decorativa y ceremonial, y un Parlamento, del que surge lo más parecido a un Poder Ejecutivo en el sistema parlamentario: un gabinete, encabezado por un primer ministro.
No solo el modelo inglés, descrito por Montesquieu, estuvo en la mente de los redactores de la Convención de 1787, también tuvieron siempre presente su temor a la democracia mayoritaria, en su manifestación más perversa: la tiranía de las mayorías. Por lo tanto, evitaron, a toda costa, un mecanismo de elección directa en el Poder Ejecutivo y el Senado (en el diseño original, los integrantes de la Cámara Alta eran electos por las Asambleas Estatales), órganos ambos, cuya función sería atemperar los ánimos de las masas, estos sí, reflejados en la Cámara Baja, allá conocida como la de los Representantes.
No solo lo anterior; también tenían en mente, que, con el modelo federal, en una república cuyas dimensiones (aún en su primer territorio, que hoy en día, es una porción minúscula de aquella federación), los partidos políticos de alcance nacional serían imposibles. Luego, lo que surgiría como expresión de este mal inevitable sería una clase de confederaciones de partidos regionales o estatales, lo que, a su vez, implicaría que las mayorías fueran una coalición de minorías. Hoy sabemos que no fue esta la ruta de evolución del sistema política estadounidense, y que la polarización política, expresión de mayorías enfrentadas y dispuestas a la tiranía, no fue evitada.
Es interesante también el recorrido que el autor hace de la historia de Estados Unidos por bloques, lo que permite entender, que, entretanto hubiera una amenaza exterior que los uniera, el progreso, a partir de acuerdos bipartidista, fue una posibilidad siempre manifiesta. Mientras que, una vez que dichos riesgos, reales o en el imaginario social, se desvanecieron, con el fin de la guerra fría, la polarización vino en aumento, hasta el grado en que hoy se encuentra la democracia angloamericana del norte. Paradójico efecto del triunfo de la superpotencia ganadora del siglo XX: sin adversario enfrente, comenzó a enfrentarse a sí misma. Quizá ahí se encuentra la estrategia de dibujar a China como el gran adversario del presente, lo que no quita que, en efecto, la potencia asiática represente un modelo de política, economía y desarrollo, distintos a los occidentales.
La lectura y reflexión de lo que sucede hoy en el vecino del norte nos permitirá, a su vez, leer y analizar, con una perspectiva de modelo comparado, lo que está por suceder en nuestro país, en el que, aparentemente, vamos a la consolidación de una competencia bipartidista en los hechos, con dos grandes coaliciones enfrentándose por el poder en 2024.
@CarlosETorres_