Es una especie de arrullo la vibración del camión, con su aire caliente alimentado por el sudor de todos los pasajeros que dormitamos en los cerca de 50 asientos y la calefacción que, desde el suelo, calienta los tobillos y sube para convertirse en esta nata incolora que revuelve el estómago.
La noche avanza en la oscuridad del camino mientras el autobús, con su propia oscuridad, se desliza por la carretera, a veces suavemente, a veces dando tumbos, a veces meneándose violentamente al tomar sin demasiada consideración las curvas.
Casi todos los pasajeros vamos recostados en la medida que los asientos lo permiten. Unos roncan, otros duermen profunda e incómodamente, otros, medio despiertos, medio adormilados cuentan los segundos y de vez en cuando, descorren un poco la punta de las pequeñas cortinas corredizas que intentan cubrir las ventanas que han sido selladas y que han perdido esa capacidad de ser el acceso del aire fresco. De manera cíclica, alguien despierta y descorre la cortina y se encuentra, siempre, con un vidrio frio y lleno de gotas de sudor condensado y una oscuridad rota de vez en cuando, por la luz de algún carro que corre por la misma carretera en sentido contrario.
Alguien tiene aún prendida la pantalla que tiene enfrente con alguna película por la que nunca pagaría en el cine, pero que el vacío de la noche en un camión a oscuras provoca que un espectador con el mundo minimizado al máximo quede hipnotizado, sin prestar atención, sólo viendo la luz que la pantalla emana, sin oír, sin pensar, como en una especie de trance que no se parece al sueño.
Nadie está completamente despierto, nadie está completamente dormido, todos medio sentados nos movemos por el camino sin movernos, vamos quietos en asientos forados de felpa azul brillante dentro de un obús que rompe inexorablemente el horizonte.
Cierro otra vez los ojos y dormito un poco.
En medio de la noche, el sonido conocido del teléfono irrumpe el cómodo silencio de la noche y la burbuja del sueño estalla para tráeme de golpe a esto que llamamos pomposamente realidad. Mi primer impulso antes de responder a la llamada es prender la luz y afocar la mirada hacia la pantalla del celular que aúlla una y otra vez en mi mano.
- ¡Bueno, qué pasa?
- ¿Te desperté?
- Si, si me despertaste ¿qué pasa?
- Tienes que venir, tuvimos un accidente.
- ¿Están bien, ella está bien?
- Tienes que venir.
- ¿Murió?
- …
- ¿Murió?
- …
No hay taxis en la calle a esa hora de la noche y empiezo a caminar. No sé muy bien porque voy solo y agradezco que Sofía no haya despertado con la llamada. Ahora camino apresuradamente y volteo de vez en vez para ver si se aproxima un taxi, pero no. Corro y siento que mis pies descalzos flotan. Estoy suspendido, quieto, igual que un globo amarrado a la muñeca de un niño.
Es una hermosa sensación de un tiempo detenido donde estoy atrapado, descalzo, esperando un taxi que nunca llegara…
Me despierta un hombre que se apoya en el respaldo de mi asiento mientras se tambalea en su camino al pequeño baño que está al fondo. Recuerdo la llamada y el timbre sigue sonando en mi cabeza mientras el camión toma una curva muy larga, lo cual hace que nos inclinemos a la derecha.
Necesito sacar ese ruido de mi cabeza y lo único que se me ocurre para llenar mi cabeza con otra idea es llenar el estómago. Tiro de una pequeña palanca que encuentro a un costado de mi asiento y el respaldo se endereza bruscamente, al tiempo busco el sándwich que me dieron al subir al camión junto con una lata de coca cola.
La lata algo caliente me saluda con ese seseo del gas que escapa. Tomo ese líquido ennegrecido y el dulzor irrumpe la somnolencia, pero la boca del estómago me reclama con un dolor agudo que me obliga a llevar, lo más que puedo mi pecho a mis mulos con las manos en el vientre, como si esa posición ahogara por sí mismo un grito.
Me quedo unos segundos así y cuando el dolor se hace costumbre mastico ese pan humedecido con restos de servilleta que sabe a jamón refrigerado.
- ¡Que malo es este queso! Pienso y sigo comiendo para tratar de que el dolor termine de pasar.
No sé porque comemos para dejar. Pero aún con la comida en boca, no puedo dejar de pensar en aquella llamada. La vibración del autobús se vuelve a imponer. Mientras, una luz y el ruido de un auto pasando rápido a un lado. Otra luz y otro carro. Una y otra y otra vez. En silencio sólo miro fijamente la parte de atrás del respaldo del pasajero que viaja delante de mí mientras sigo masticando.
Con la punta del pie izquierdo ejerciendo fuerza hacia abajo sobre el talón del pie derecho trato de sacar el zapato y con un poco de trabajo lo consigo, repito la acción ahora con el pie derecho sobre el zapato del pie izquierdo. Ya con los pies libres, empujo el respaldo hacia atrás mientras jalo de la misma palanca que enderezó el respaldo hace unos minutos. Ya recostado me estiro cerrando los ojos empujando los pies hacia adelante con fuerza y con los puños a la altura de los muslos jalando hacia las rodillas.
Quiero dormir un poco, pero no quiero volver soñar con esa llamada, no voy a volver a preguntar si murió cuando sé que sí. Todo fue verdad, se que estoy cruzando el país de noche por que es verdad, pero los sueños no deberían de repetirnos la verdad, los sueños deben ser otra cosa, un escape, un camino hacia otros sitios, hacia otras posibilidades; pero eso de repetir lo vivido es un asalto, es una trampa que funde el sueño y la vigilia para jugar con nosotros. Tengo un poco de miedo.
Me paro un segundo, doy un paso a la derecha, hacia le pasillo y me agarro sostengo con las dos manos de las gavetas para maletas pequeñas que se encuentran arriba de las filas de asientos. Veo un pasillo oscuro, con un par de líneas azules brillantes que corren en paralelo a las orillas del único pasillo que recorre el autobús. Dos filas de asientos dobles a cada lado, con bultos soñolientos que buscan escapar en el sueño o en las pequeñas pantallitas brillantes, de la espera eterna que se vive en este autobús.
Me quedo de pie, quieto mientras las rectas rápidas suceden una a una a las curvas jaloneadas hacia uno u otro lado y el inicio del viaje está cada vez más lejos, allá, en el segundo en que mi sueño fue violentamente interrumpido por el timbre del teléfono que gritaba en medio del silencio.
Agarrado con ambas manos de las gavetas superiores camino lentamente hacia el chofer. Avanzo paso a paso y veo a los costados varios cuerpos tirados como muertos en los asientos afelpados, otros con la cara iluminada por una pantallita a la que ven sin interés alguna a las 3 de la madrugada. Sin decir nada, me paro, al final de mi camino, a un lado del chofer que es iluminado de manera intermitente por los autos que avanzan en nuestro costado en sentido contrario.
- Buenas noches…
- Buenas…
- ¿Falta mucho para Zacatecas?
- Como unas cuatro horas.
- ¿Por dónde vamos?
- Vamos a llegar a Guanajuato, pero por favor vaya a su asiento, no puede estar aquí. – Dijo secamente
Cuando empecé a caminar de regreso, el bamboleo y los cuerpos seguían ahí, yo me movía sin fijarme demasiado en los demás pasajeros. De pronto, como si me jalaran con una cuerda atada a la cintura fui proyectado hacia atrás al tiempo que todos se proyectaban violentamente hacia adelante…
El sonido del teléfono me taladra la cabeza y de forma mecánica estiro el brazo hacia el buró que tengo a la derecha y encuentro el celular que suena de forma luminosa y rabiosamente…
- ¡Bueno!
- ¿Te desperté?
- Si, si me despertaste ¿qué pasa?
- Tienes que venir, tuvimos un accidente.
- ¿Están bien, ella está bien?
- Tienes que venir.
- ¿Murió?
- …
- ¿Murió?
- …
- Ven… no tardes.
Me siento en la cama con el celular en la mano derecha que descansa en el muslo, mis pies descalzos sienten el frio del suelo que me confirma que no estoy durmiendo. Me levanto aún con el dolor profundo de sueño del camión y la necesidad de despertar totalmente para salir a buscar un boleto de primer camión que salga para allá.
Me levanto y camino descalzo unos pasos, me muevo entre el sueño y la vigilia, busco mi pantalón en el suelo, lo tomo con la mano izquierda y me siento en un sillón afelpado azul de un camión que se tambalea mientras viaja en medio de la noche.