70 mil muertos y 25 mil desaparecidos, saldos del gobierno de Felipe Calderón nos hacían pensar que no podíamos estar peor. Pero pudimos, el despeñadero estaba a la vuelta de la esquina.
En 2012 el pesimismo cundía, Denisse Dresser advertía que el Partido Revolucionario Institucional no creía en los contrapesos, en la rendición de cuentas y en la participación de los ciudadanos. Los más optimistas decían que no podrían ser las cosas como antes, pues el mundo era distinto. Otros, como Lorenzo Meyer, concedían que si bien la sociedad había cambiado, el PRI seguía siendo el mismo. Paco Ignacio Taibo II lo veía peor, decía por entonces que el retorno del PRI podía resultar verdaderamente trágico, que regresaban con doce años de no haberle podido meter el diente a las arcas del poder y que querrían comérselo todo.
“Es la horda de los cuarenta ladrones de Alí Babá pero potenciados a la mexicana” decía Taibo II, y tenía razón. El periodismo independiente de este país ha dado cuenta de dos casas de Enrique Peña Nieto y su cónyuge, una del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y otras dos más del secretario de Gobernación, Osorio Chong, cuyos costos exceden por mucho lo que pudieron haber ganado legalmente a lo largo de sus trayectorias.
Acertaron los pesimistas. El sexenio comenzó con la represión policiaca que dejó en coma a Francisco Kuykendall hasta su muerte meses después. Pudimos ver el gas lacrimógeno que se incrustó en la cabeza del activista, gracias a Teodulfo Torres Soriano, quien presenció los hechos y los grabó. Si a alguien le quedaba duda de que el dinosaurio seguía allí, tal cual como en el siglo pasado, le bastó ver que Torres Soriano no llegó la cita ministerial donde testificaría, debido, aparentemente, a que lo desaparecieron, como lo denuncian organismos de derechos humanos como Fray Bartolomé de las Casas, Fray Francisco de Vitoria y Miguel Agustín Pro Juárez.
En economía no fue mejor. A dos años de iniciado el sexenio se duplicó el precio de la canasta básica, el peso mexicano perdió una quinta parte de su valor, la deuda pública llegó a un récord histórico y crece 2 mil millones de pesos todos los días. Sólo en febrero de este año salieron del país 16 mil millones de pesos de inversión extranjera en bonos soberanos emitidos por Gobierno Federal, y el crecimiento económico es de menos de la mitad de lo prometido.
En otras circunstancias los presidentes disculpan su fracaso argumentando que no pudieron hacer las reformas necesarias para cumplir sus promesas. Este no es el caso de Peña Nieto, quien logró aprobar la Reforma Laboral, que con el pretexto de “flexibilizar el mercado de trabajo” perjudicó los derechos en la materia; la reforma hacendaria que no perdonó a las tienditas de la esquina, pero que no dio trazas de ir por los grandes evasores de siempre; la Reforma Educativa que perjudicó a los maestros, muchos de los cuales apenas empiezan a darse cuenta; la Reforma Energética que echó por la borda el esfuerzo cardenista, etcétera. Y la última que nos recetaron, la aprobación de que agentes extranjeros estén armados en México.
Aún nos quedan casi cuatro años de previsible saqueo. Se vislumbra ya el intento por privatizar el agua, sólo detenido, o mejor dicho pausado, por el temor a las elecciones del próximo junio. Sí, aunque no lo parezca, algún temor le tienen a ese ejercicio ciudadano, visto está en el ejemplo citado, y también como muestra el paso del gasolinazo mensual al segundo fin de semana del mes para que no coincidiera con el día de la elección.
Tenemos en este momento una posibilidad de frenar el atraco: llevar a la Cámara de Diputados a quien se oponga a ello. Es posible. En las trayectorias individuales, los principios y la historia de los institutos políticos que los postulan se ven las diferencias. También en las estadísticas de las votaciones de las reformas antes mencionadas y en otras más.
Nada de ello implica ni un acto de fe, ni confianza ciega. A todos conviene la crítica y la vigilancia ciudadana permanente. Tampoco significa por ello que todo esté solucionado, que esto sea la panacea, o que se abandonen otras causas y otros métodos.
El asunto es no estamos para desperdiciar ningún método ni ninguna oportunidad. ■
@luciamedinas