La Gualdra 672 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Cannes / Cine
El Festival de Cannes siempre ha dedicado una especial atención a la representación del cine iraní, cuyo innegable valor cinematográfico resulta todavía más meritorio debido a la censura y presiones políticas para controlar la obra y el discurso de los cineastas. Fue el caso con Abbas Kiarostami, ganador de la Palma en 1997 con El sabor de las cerezas, como también lo es con Jafar Panahi, cuyos trabajos han sido presentados en varias ocasiones en el festival, empezando con El globo blanco, ganador de la Cámara de Oro al primer largometraje en 1995.
La obcecación de Panahi por defender su libertad creativa y criticar al régimen, dentro y fuera de la pantalla, le ha conducido a una situación cada vez más difícil. Como ya había sucedido en 2011, fue encarcelado de nuevo en julio de 2022, y puesto en libertad tras una huelga de hambre y siete meses de encierro. A pesar de ello, el realizador siempre ha querido seguir haciendo cine desde su país.
Reconocer a su verdugo
Un simple accidente es el resultado directo de esa última estancia en prisión, y quizá su película más visceral y frontalmente crítica con el régimen. Vahid, el protagonista que ejerce de mecánico en un garaje cree reconocer al que fue su torturador, cuando estuvo detenido tras unas protestas por cuestiones laborales. A punto de cumplir su venganza enterrándolo vivo en el desierto, Vahid empieza a dudar. Como estuvo con los ojos vendados durante su detención, sólo es capaz de reconocerlo por el chirrido de su prótesis de pierna. ¿Pero es ésa una prueba suficiente?
Para salir de dudas y ejercer su venganza sin cargos de conciencia, Vahid decide consultar a otras antiguas víctimas, juntándolas en la camioneta en la que lleva al torturador encerrado en un ataúd. Bajo esta premisa propia de un thriller, Panahi elabora una comedia negra que se aparta de su cine más habitual. La propuesta recuerda por momentos al cine de los hermanos Coen, una especie de Fargo iraní que despliega abiertamente la cuestión de la violencia de Estado indiscriminada.
Una película moral
Desde Ten (2002) de Kiarostami, el coche se había convertido en un espacio donde poder rodar libremente, un plató móvil que permitía escapar de la vigilancia del régimen. El propio Panahi lo había utilizado en varias ocasiones, a partir de Taxi Teherán (2015). En Un simple accidente, este espacio preservado para una palabra liberada deja paso a un huis clos donde los cinco personajes discuten sobre las consecuencias morales de la ejecución del presunto torturador.
No bears (2022), su anterior largometraje, estaba ya marcado por el pesimismo y la desesperación de un realizador obligado a dirigir una película a distancia, pero que al mismo tiempo era incapaz de abandonar su propio país. Se trataba de un ejercicio meta cinematográfico elaborado, una película sobre lo que suponía hacer cine y la compleja relación que la imagen y la ficción tienen con la verdad, en un país marcado por la tradición, el conservadurismo y la represión.
Tras haber pasado por la cárcel, y desde otra perspectiva autobiográfica, el iraní se decanta por una mayor sencillez formal para desplegar los dilemas morales que se tejen alrededor de la violencia entre víctima y verdugo, entre individuo y Estado, que Cannes decidió recompensar con su mayor galardón. El 26 de mayo, 48 horas después de recoger el premio, Jafar Panahi aterrizaba en el aeropuerto de Teherán.