La Gualdra 578 / Filosofía
Igual que Edipo, huyendo de su destino, Borges se re-encontró con su vocación filosófica y literaria: su filosofía pesimista del eterno retorno sirve de cosmovisión como poderosa rueda del tiempo en pos de un frágil equilibrio. Su obra literaria, que en principio abjuró de su entorno de Palermo y las peleas de cuchillo de los compadritos y se consagró en efectuar una obra puramente literaria: terminó por expresar esa atmósfera localista teñida de tragedia universal.
Si la genealogía familiar de los Borges está llena de aventuras y peripecias, él, Jorge Luis, quien tuvo una vida prácticamente recluida en los libros y las bibliotecas y sin grandes novedades, él, el niño tímido y mimado, tiene una manera peculiar de sentirlo todo, de padecerlo todo de manera más profunda e intensa. Según su propia preceptiva dejó de deslumbrar al lector con pasajes, paisajes y parrafadas grandilocuentes para facilitarle las cosas con tramas más simples y con una retórica cada vez más sutil y elemental. Su estilo es cada vez más claro y directo. Añade en tono confesional que últimamente ya ha renunciado a las sorpresas barrocas, también a hacer trampa al lector con finales inesperados. Cumplidos los setenta años cree, por fin, haber alcanzado su voz. La magia verbal borgesiana está al alcance de todos, aunque pase inadvertida.
La maestría de Borges consiste en inventar historias verdaderas. Y lo hace, como él mismo sentencia: “repitiendo los mismos viejos trucos”, tal parece que siempre los escritores estamos plagiando(nos). Al respecto obras narrativas maestras como “El otro duelo” se fueron madurando durante más de 25 o 30 años. La anécdota importa mucho, es fundamental tenerla como punto firme de partida, pero lo esencial es su tratamiento. Y el tratamiento estético está aderezado de metafísica e interrogaciones éticas. Borges no hace filosofía, ni metafísica ni ética, la utiliza para darle color, sabor, cuerpo y profundidad a sus ficciones literarias. La filosofía es un medio para expresar las simas y cimas de la humana condición, de ahí su potencia pensante de impugnación y provocación más que despliegue de ideas intelectuales.
La ficción siempre es contemporánea para Borges porque se escribe en y desde el presente. Y, sin embargo, lejos de la libertad creadora irrestricta, Borges cree que los temas, problemas, anécdotas e historias eligen al escritor y no al revés. Quizá la mayor audacia filosófica, si pudiera hablarse así, de la estética borgesiana sea su capacidad para movilizar la ficción como parto de la realidad humana, su escritura, y en particular su narrativa, nos muestran y demuestran que la ficción está en el corazón de lo real mismo y que las certidumbres más firmes no son sino elucubraciones imaginarias más o menos creíbles.
Al igual que para Cioran y Yourcenar, la fama resulta infame y más bien siempre es equívoca, personalmente considera que la fama consagrada por sus escritores compatriotas es por razones equivocadas y ambiguas, pues lo consideran un escritor extranjero, anciano y ciego. Y sin embargo, nunca perdió la esperanza de ser mejor escritor, “a pesar de mis fracasos, yo todavía trato de ser un poeta, y en cualquier momento habré cumplido sententa y dos años” confiesa en su famoso seminario en la Universidad de Columbia, traducido al español como El aprendizaje del escritor. Sus cuentos y poemas resultan de un proceso de transmutación, de ahí su interés siempre renovado en el I Ching y en Tao Te King, pues ambos son libros sapienciales que recogen la sabiduría de la finitud y el devenir desde una extraña y paradójica impermanencia permanente.
Después del regreso de Harvard, Borges tiene una extraña revelación: le atrae tocar los libros de su amada biblioteca con amor y piedad infinitos, aunque sabe que ya no puede leerlos más. Habría que pensar en la ceguera de Borges como una forma de híper-clarividencia, de translucidez. Lucidez y ceguera, penumbra e inteligencia se interfecundan constantemente. Lo evidente nos pasa, a veces, por completo inadvertido. Al respecto Borges bromea a menudo de que su propia vida es una antología de errores y fracasos; se autoflagela de que el aprendizaje es nulo.
Borges es un pensador singular, su filosofía está en sus metáforas, reflexiones apenas sugeridas y observaciones autocríticas sobre la condición humana desde el espejo de sus penurias. Su escritura sirve de bálsamo y terapia. Cura y locura penden de una hebra que se se va tejiendo en el desliz de la página en blanco. Pensar con Borges consiste en contemplarnos en el azogue del abismo interior que nos contempla, y no ser devorado por la fascinación del abismo –según había consignado ya el pensador trágico de Sils-Maria.
https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra578